Como estará de cortita la cosa de las historias que contar en el cine de Hollywood, que lo último de lo que han tirado es de una vieja comedia de los años ochenta, Un mar de líos (1987), hecha a mayor gloria de Goldie Hawn, en la época en la que la protagonista de La recluta Benjamín (1981) era una estrella, e incluso había ganado ya el Oscar por Flor de cactus (1969). Aquel viejo film, que dirigió el experto en comedias Garry Marshall es ahora actualizado, reconvertido, cambiado en algunos aspectos, aunque el tono sigue siendo parecido.
Así, se cambia el sexo de los protagonistas, de tal forma que si antes era una rica heredera imbécil que toma el pelo a un currante y este se venga cuando la guapa majadera pierde la memoria, ahora el millonetis felón será un hombre, mexicano, y la chica es una madre pluriempleada y estresada. Por lo demás no hay demasiadas diferencias: mientras está amnésico, el botarate será pastoreado por la chica para sus intereses, que no son otros que le dejen estudiar para sacar el examen de enfermera que conforma todo su horizonte vital laboral; por supuesto, entretanto los dos, ricachón que no se acuerda que lo es y madraza que se la está dando (moderadamente) con queso, se enamoran, porque en este tipo de pelis otra cosa es imposible.
Pero Un mar de enredos, aparte de poner en escena otra vez la misma historia de hace más de treinta años, lo cierto es que poco aporta: ni el feble choque de culturas que supone la extracción nacional de los protagonistas, mexicano y norteamericana, ni un asomo de levísima crítica para los muchimillonarios que lo tienen tiene, menos vergüenza y humanidad, ni un ápice de cine en una película rutinariamente manufacturada por Rob Greenberg, un cineasta fogueado en las series televisivas, de las que el título más representativo y prestigioso quizá sea Cómo conocí a vuestra madre, y que aquí se dedica a pegar un plano tras otro, sin una pizca de creatividad, no digamos ya de aliento cinematográfico.
Previsible, se puede saber en todo momento qué van a hacer los personajes, hacia dónde se encamina el guion, cómo va a presentar el director cada escena de este Un mar de enredos que termina siendo un océano de bostezos. Porque lo cierto es que, para ser una comedia, no arranca una risa, ni una sonrisa, ni siquiera una mueca de complicidad. La historia romántica también es tirando a marciana, además de predecible “ad nauseam”, y la trama en general está llena de tópicos al uso que ni siquiera se han molestado en disimular un poco.
Anna Faris tiene un apreciable parecido, o así lo vemos, con la primitiva Goldie Hawn de Un mar de líos, y no sería demasiado descabellado pensar que esa fue una razón de peso para ser elegida para este papel. Eugenio Derbez está bastante pasado de rosca en su personaje, mucho más histriónico que su antecesor Kurt Russell; Derbez es, además de actor, productor, guionista y director mexicano que trabaja con habitualidad en el cine USA, aunque parece un tanto mayor para el personaje: 55 “tacos”, demasiados para representar atinadamente el papel de despreocupado joven heredero azteca.
Finalmente conservadora, con esa mirada entre cómplice y conformista hacia esa hez de la Tierra a la que solo importa el beneficio a todo trance, cualquiera que sea el coste en vidas, en dolor, en sufrimiento que ello comporte, Un mar de enredos ayuda mamporreramente a que se mantenga el “statu quo” aberrante de quien lo tiene todo por derecho de herencia, aunque pudiera parecer, torticeramente, que se decanta por los descamisados, aunque aquí (y es una de las pocas sorpresas que ofrece) sean WASP, rubios y no de bote, y hablen como Shakespeare (bueno, como Steinbeck, tampoco hay que pasarse...).
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