Elvira Lindo había utilizado ya en algunas de las películas en las que ha intervenido como guionista o como proveedora de material literario (sí, ya sé que suena prosaico, pero en puridad es lo que se es cuando te compran los derechos de tu novela o drama teatral…) la figura de una pareja de barrenderas; de hecho, en La primera noche de mi vida, ella misma se encargó de encarnar a una de ellas, la impagable Cardona, que con Geli Albaladejo como Benítez, componían una más que curiosa “couple” de mujeres dedicadas al noble oficio de limpiar las calles de las porquerías que deja el resto de los mortales, con conversaciones teñidas de ese humor tan típico de la escritora gaditana, constituyéndose en uno de los puntos fuertes de aquella interesante película.
No era raro, entonces, que decidiera dedicar por completo una de sus novelas, Una palabra tuya, a una pareja similar, aunque no fueran Cardona y Benítez. El texto literario gozó de una merecida fama e incluso consiguió el Premio Biblioteca Breve. Ángeles González-Sinde, curtida guionista (si bien es cierto que entre sus trabajos no hay ninguno como para quitarse el sombrero) y más reciente directora, se ha encargado de llevar a la pantalla el texto lindiano, y el resultado ha sido irregular.
Por un lado, es cierto que la historia, teñida del tono típico de Elvira (ese humor entre costumbrista y con un punto de surrealismo), tarda cierto tiempo en entrar en materia, mientras conocemos a las dos protagonistas, una treintañera de vida desastrosa (madre con Alzheimer a su cargo, sin vida sentimental ni sexual digna de tal nombre, infraempleada) y otra de igual edad y aún peores circunstancias vitales, aunque dotada de un extraño vitalismo que compensa el pesimismo de su amiga. La relación de amistad de ambas, la decadencia vital de la madre, el sexo urgente e instrumental con el compañero, rodean el episodio central, con el que se inicia el filme, y sobre el que González-Sinde volverá, recurrentemente, para mostrarnos el grave secreto que esconden las féminas.
Filme fundamentalmente de actrices, se ve aquejado de lo que podríamos llamar “síndrome del rostro quemado” (por la televisión, se entiende), al ser sus protagonistas muy populares por sus papeles en sendos seriales televisivos: Malena Alterio, por la serie Aquí no hay quien viva; Esperanza Pedreño, por su estrafalario personaje de Cañizares en las tiras humorísticas de Cámera Café; ello hace que, con alguna frecuencia, parezca que estamos ante un cruce de ambas series, porque ni los similares roles del guión, ni la insuficiente dirección de actores, hacen lo apropiado para que los personajes puedan desligarse claramente de esa (nefasta) influencia.
Sin embargo, en la escena cumbre de la película, cuando las barrenderas encuentran algo en un contenedor que cambiará sus vidas, sí que se produce una catarsis, una eclosión de sentimientos que eclipsa los viejos clichés de las series y permite a Alterio y Pedreño (notables actrices aunque todavía encorsetadas en los personajes que les han dado fama) alcanzar altura interpretativa, en uno de los momentos de mayor voltaje emocional del cine español reciente.
Lástima que González-Sinde, la flamante presidenta actual de la Academia del Cine, sea aún una bisoña directora, porque la historia de Elvira Lindo tiene fuerza, las actrices son potables y una mejor dirección de ellas hubiera redundado en un mejor resultado. De todas formas, no es Una palabra tuya, de tan hermoso título, una obra desdeñable: habla de gentes de la que normalmente no se ocupa el cine, gente de a pie, de clase media-baja, que subsiste en vidas cenicientas mientras intenta conseguir aunque sea un atisbo de felicidad.
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