La miniserie de 7 capítulos Años dorados supuso la primera incursión de Stephen King en televisión con un guión escrito directamente para este medio. Sabemos por sus declaraciones que estaba bastante satisfecho del resultado, máxime cuando la temática, aunque fantástica, se salía de su habitual género de terror, con lo que pretendía que se le entendiera como un escritor "total", no necesariamente especializado en un género.
Por supuesto que, al margen de la cuestión genérica, se encuentran en ese original televisivo buena parte de las obsesiones kingianas, desde una visión recelosa del gobierno, visto aquí (parece que no muy descabelladamente, es cierto) como un ente que sólo busca sus propios intereses; en ese sentido es paradigmático que un asesino reconocido como Andrews sea puesto al frente de la operación de captura del viejo Harlan por el mismísimo Secretario de Defensa, o que los huidos sepan que, una vez capturados, los testigos molestos serán eliminados y el viejo que se siente rejuvenecer sujeto a las mismas leyes que una cobaya, con independencia de que se trate de un ser humano.
De alguna forma estamos en un escenario no muy lejano al de Ojos de fuego, con una agencia supersecreta (curiosamente aquí es la misma, llamada The Shop, en español La Tienda, así traducida en la novela Ojos de fuego, pero no en la película homónima, donde se la conoce como El Taller) que busca para los oscuros fines del gobierno al que sirven a especímenes que pueden reportar beneficios a la nación: la famosa "razón de Estado", aunque para ello hayan de pisotearse las “pequeñas razones” de personas concretas. Tenemos también al clásico científico loco, Toddhunter, que no ha aparecido demasiado en la obra kingiana, pero que aquí es bordado en uno de los personajes más interesantes, chiflado por su trabajo pero también un mal bicho que no duda en eludir sus responsabilidades cuando falla estrepitosamente con consecuencias letales. Es otra forma de entender la "razón de Estado", en este caso la todopoderosa "razón de la Ciencia", en cuyo nombre se han cometido tantos crímenes.
Pero realmente el meollo de Años dorados es, cómo no, la metamorfosis que se le plantea al viejo Harlan cuando es alcanzado por la onda expansiva de la explosión en el laboratorio: desde ese momento comienza a rejuvenecer, al ritmo de dos o tres años por semana, mientras que su mujer sigue lógicamente igual, cada día un poco más vieja. Así, ambos asistirán anonadados a la angustia de darse cuenta de que la tierra firme, aunque ya bastante reumática, que había supuesto para ellos compartir el terreno de la vejez, se va resquebrajando y separando cada vez más, cada uno en un sentido inverso.
Aunque el cine y otras artes han tratado el tema del rejuvenecimiento con cierta frecuencia (recuérdese en cine, por ejemplo, la estupenda Me siento rejuvenecer, de Howard Hawks, o uno de los episodios de Cuentos asombrosos, incluso más recientemente, en otro registro, El curioso caso de Benjamin Button, o en el teatro español Cuatro corazones con freno y marcha atrás), Años dorados plantea, quizá por primera vez, la posibilidad de que el rejuvenecimiento no tenga fin, la pesadilla de llegar a bebé, no tener un vientre materno al que volver y extinguirse por consunción. Harlan, con tan buen criterio, no está dispuesto a que el gobierno llegue a ese extremo en su experimentación.
Entre los mejores personajes, además del ya citado Toddhunter, citaremos al Villano de la serie, Jude Andrews, un asesino perfectamente entrenado para asesinar, un matarife sin escrúpulos cuyo único punto flaco, la agente Terry Spann, se convierte también en su máximo enemigo. También el papel del general Crewes tiene su interés, un flemático militar que irá evolucionando hacia posturas más humanas y civiles, terminando disfrazado de “hippy” y, lo que es mejor, adoptando también su forma de vida. El personaje de la agente Spann entra dentro de la mejor tradición del policía que defiende a los desvalidos, una mujer inteligente y adiestrada en la guerra sucia, usada aquí para proteger a los ciudadanos, en contra de lo que le enseñaron, que era proteger los intereses del Estado, que tantas veces son los de sus mandatarios.
Años dorados es una miniserie de televisión digna, aceptablemente contada, que quizá se resienta en su trecho final de convertirse en una caza del hombre, con el (al parecer inevitable) recurso a la aparatosidad y el despliegue de gran cantidad de armas de fuego a pleno rendimiento. Se aprecia la mano de King en la asepsia de los tres realizadores, de los que sólo Michael Gornick es conocido, por haber dirigido antes ya algunos trabajos kingianos, y no precisamente con gran efectividad. Aquí se aprecia que se ha plegado a ilustrar adecuadamente el texto original de King, junto a sus correalizadores Ken Fisk y Allen Coulter, un trío de cineastas para llevar a cabo esta kilométrica serie televisiva que tuvo una muy buena acogida en su exhibición en Estados Unidos, e incluso en su estreno en España a través de La 2 de TVE.