Disponible en Filmin.
Los detectives abiertamente gais (tampoco dentro del armario...) no son precisamente habituales en cine y series; a vuela pluma recordamos el protagonista de aquella astracanada titulada El condón asesino, una “boutade” alemana que jugaba en la liga del cine de petardas más que en el cine serio. Esta Inspector Venn se reputa como una de las primeras veces en las que un detective militantemente homosexual interpreta un thriller con su correspondiente asesinato que hay que descubrir, etcétera.
La acción se localiza en el condado de Devon, situado en el suroeste de Inglaterra. Allí llega el inspector en jefe Matthew Venn. Su objetivo es asistir al funeral de su padre, miembro, como su madre, de una estricta comunidad religiosa de reglas muy rígidas, donde el ahora adulto oficial de Policía se crio de niño, y de donde posteriormente hubo de salir al no poder conciliar su incipiente homosexualidad con la intolerancia en ese aspecto de los dirigentes de la secta, viendo cómo su propia madre lo rechazaba por ello. Estando allí se le encarga por sus superiores que investigue la muerte de un varón que ha aparecido, al parecer asesinado, en las inmediaciones del pueblo. Venn se hace cargo del caso con su equipo, y pronto se da cuenta de que el caso resulta especialmente complejo por la ausencia de pistas, pero también porque las que empiezan a aparecer sugieren algún tipo de relación entre el asesinado, quizá el asesinato, y la secta en la que el policía se crio...
La base literaria de esta miniserie de 4 capítulos la pone la novela The long call, de la que es autora la veterana Ann Cleeves, relevante escritora especializada en el género policíaco, publicada en 2019. Es curioso porque aquí se han aliado la veteranía de la escritora con la relativa bisoñez de la creadora de la miniserie, Kelly Jones, que tiene una todavía relativamente corta carrera como guionista, papel en el que se desempeña desde 2013, habiendo firmado el libreto televisivo, lo que los angloparlantes llaman “teleplay”, de algunos capítulos de series como Gente de barrio o la longeva Casualty. De todas formas, la mixtura entre una y otra ha dado, nos parece, un buen resultado, e Inspector Venn es un atractivo thriller policial con irisaciones en el vidrioso tema de las sectas religiosas, con el aditamento actual de que su protagonista sea abiertamente homosexual y esté casado con otro hombre.
Estamos entonces ante un producto sólido, con buena factura, muy cuidado, en el que se aprecia el gusto por los encuadres originales, que no extravagantes, lo que ha de agradecerse al realizador de los cuatro capítulos que componen la miniserie, Lee Haven Jones, avezado “metteur-en-scène” (como gustaban llamar algunos miembros de la Nouvelle Vague al trabajo de director de cine), con un exquisito envoltorio formal, una hermosa música, elegante y melancólica, original de Samuel Sim, que por momentos parece sinfónica, y una ciertamente bellísima y límpida fotografía del escandinavo Bjorn Stale Bratberg, que saca gran partido de los agrestes escenarios naturales, grabados fundamentalmente en Devon.
Todo ello como continente de una historia a dos bandas, con una clásica investigación de asesinato, con sus iniciales sospechosos que irán resultando no ser los verdaderos culpables, como suele suceder, y sus correspondientes “cliffhangers” al final de cada capítulo, pero sobre todo una historia en la que es fundamental la personalidad del protagonista, criado en una secta ultramontana, que, llegado el momento del despertar sexual, se vio expulsado de su familia por una madre que, puestos a elegir entre su hijo y su religión, optó por esta última. Ese conflicto interno del inspector Venn aflorará en el transcurso de esta investigación que será algo más, mucho más, que un mero trabajo profesional, para suponer para el policía, para el ser humano, una prueba sobre cómo aquella educación tridentina en la que se formó cuando todo era pecado, cuando todo era susceptible de contener al demonio, explotó al darse cuenta de que sus gustos sexuales eran anatema en su comunidad, en su familia. Ese trauma, ese desgarro vital estará también en el meollo de esta miniserie que, ciertamente, sin perder de vista la resolución del caso (que es el eje sobre el que gira todo policíaco), termina siendo también, y quizá principalmente, un alegato, una acre denuncia contra ese tipo de comunidades en las que las prohibiciones son la norma y el amor la excepción, en las que el miedo convierte en seres débiles a los acólitos, en los que el carisma del líder de turno que ejerce un poder absoluto termina sojuzgando, manipulando, absorbiendo las cada vez más endebles voluntades de los feligreses.
Buen trabajo actoral, destacando el protagonista, Ben Aldridge, pero también la actriz que interpreta a la madre del inspector, Juliet Stevenson, que consigue conferir a su papel el tono adecuado, entre la mujer absolutamente entregada a su religión, pero también la madre que, en el fondo, hubiera deseado aceptar a su hijo en su condición sexual y no haber roto nunca los vínculos familiares.