Estreno en Netflix.
Manolo Caro (nacido Jesús Manuel Caro Serrano; Guadalajara, estado de Jalisco, 1984) es un guionista, director de cine, realizador de televisión y productor audiovisual que goza de predicamento dentro de la profesión, especialmente en su país, México, por la dirección de una serie de films y series que no han pasado desapercibidos, algunas con títulos tan peculiares como No sé si cortarme las venas o dejármelas largas (2013) y Elvira, te daría mi vida pero la estoy usando (2014), así como la versión azteca de Perfetti sconosciuti (2018), aunque su mayor éxito hasta ahora ha sido la serie La casa de las flores (2018-2020), realizada para Netflix, en la que combinaba comedia, drama, enredo, secretos y mentiras... todo un culebrón, pero modernizado.
Con Sagrada Familia Caro se traslada a España para presentar, también bajo los auspicios de Netflix, una serie que, aunque mantiene los esquemas de la anterior, en cuanto a trama alambicada, está un tanto ayuna de humor, aparte de algunas ironías que, de vez en cuando, pespuntean el relato. La historia se inicia en 1998, en Melilla, donde vemos cómo Julia (que después se llamará ficticiamente Gloria), una mujer que ya ha dejado atrás hace tiempo los cuarenta años, da a luz un niño, al que entrega a una pareja joven. Enseguida pasamos a Madrid al año siguiente, donde vemos ya a la que entonces se llama Gloria departiendo con un grupo de madres; tiene su niño como de un año, y ha llegado a esa zona residencial no hace mucho. Pero Gloria esconde varios secretos, entre ellos que tiene un hijo dieciochoañero, Abel (llamado Edu en la clandestinidad), que permanece encerrado en una de las habitaciones de la casa y solo sale por las noches; y su hija, de edad parecida, Mariana, que se hace llamar Aitana, a la que hace pasar por una “au pair” que cuida de su bebé. A la zona llega otra pareja, formada por Caterina y Germán, con una niña pequeña, como de 3 meses, y enseguida hacen buenas migas con el grupo de madres de Gloria...
Sagrada familia es una serie de 8 capítulos, de solo unos 40 minutos cada uno (lo que siempre se agradece), que presenta un más bien retorcido enredo con una madre “de alquiler” que, por una tragedia sobrevenida, desea serlo “de hecho y de derecho”; la serie juega, entonces, sobre la famosa afirmación “no sabes de lo que es capaz una madre por sus hijos”, como literalmente le dice el personaje de Julia/Gloria a alguien que pone en peligro su familia. El conjunto es, en general, armónico, y la trama, que se irá desarrollando a lo largo de los episodios, nos irán completando el puzle de una familia que ha tenido que tomar una determinación atroz para poder continuar unida. Los momentos de intriga se van sucediendo, conforme vamos enterándonos del meollo de la historia, con saltos en flashbacks que se entienden sin mayor problema (estamos ante una producción de corte popular, no ante una serie con ínfulas intelectuales...), en una historia que juega a varias bandas con la familia que se oculta, a la espera del momento en el que puedan escapar del país y retomar su vida, los mercenarios que los buscan, más la intrahistoria anterior de cómo se ha llegado a esta situación, lo cual se irá desgranando, dosificadamente, para mantener la tensión en el relato y la atención por parte del espectador.
Es cierto que quizá 8 capítulos sean demasiados para la serie, a la que se adosan algunas historias secundarias, encabezadas mayormente por las madres colegas de Julia/Gloria, de las que podría haberse prescindido sin que se resintiera mayormente la serie; no así las historias románticas tangenciales en las que se verán involucrados los hijos adolescentes de la madre, porque éstas sí tendrán una incidencia sustancial en el devenir de los hechos.
Con una música intrigante de Lucas Vidal, inquietante pero discreta, y una fotografía que usa profusamente los colores puros, apoyando de esta manera uno de los “leit motivs” de la serie, las vidrieras, en cuya fabricación es experta la protagonista Julia/Gloria, elemento que se utilizará muy interesantemente en los hermosos títulos caleidoscópicos de crédito, Sagrada familia resulta ser, en nuestra opinión, un producto audiovisual competente, bien narrado, con una muy buena construcción de personajes, entre los que destaca, además de la protagonista absoluta, una Najwa Nimri a la que la madurez le está sentando estupendamente y sale a papelazo por peli o serie que interpreta, hasta, sobre todo, Alba Flores, que está sembrada como la villana de la historia: inescrupulosa, sin compasión ni corazón, componiendo un personaje que es el más cruelmente lúcido de todos.
Con algunos toques eruditos, como mencionar (y, de alguna forma, algo hay de ello en el nudo de la serie) nada menos que El ángel exterminador, de Buñuel, y también algunos toques excéntricos (quizá surrealistas, ya que hablábamos del maestro de Calanda...) como la presencia constante de pavos reales por las calles, el nuevo proyecto de Caro, en su conjunto entonado, nos parece sin embargo que adolece de un final más extraño que abierto, que parece sugerir una continuación, pero que, en ese caso, termina de tal manera que desde luego no deja con ganas al espectador de seguir la pista de esta extraña familia a la fuga...