Rafael Utrera Macías

“Amor y pedagogía”, la novela de Unamuno, a la que nos hemos referido en artículo precedente, tuvo una segunda edición, en 1934, publicada por Espasa-Calpe. No nos parece casualidad el que este hecho se diese, precisamente, en dicho año, por cuanto el 9 de junio de 1933 se había producido en Madrid el asesinato de Hildegart Rodríguez por parte de su madre, doña Aurora, un caso real, como la vida misma, que tantos puntos en común mantenía con la ficción del escritor vasco. Acaso los editores, considerando la repercusión social que el suceso había tenido, estimaron oportuna su reedición, a la que, el propio autor, complementó, con renovados prólogo y epílogo, además de ampliar el apartado referido a la cocotología.


La historia de Aurora y Hildegart Rodríguez

La historia de Aurora y Hildegart Rodríguez y, especialmente, el filicidio llevado a cabo por la madre, fue un suceso conocido para los españoles de la etapa republicana pero ignorado o, al menos, escasamente divulgado, entre quienes vivieron la guerra civil y la dictadura franquista. La publicación en 1973 del libro “Aurora de sangre”, del que era autor el periodista Eduardo de Guzmán, y el estreno, en 1977, de la película Mi hija Hildegart, dirigida por Fernando Fernán-Gómez, con guion propio y de Rafael Azcona, hicieron popular una historia de la que, lectores y espectadores, quedaban impresionados, tanto por las personalidades de ambas mujeres como por la decisión de la madre de acabar con la vida de la hija.

Con posterioridad a la publicación del volumen del mencionado reportero (quien había coincidido con Hildegart en algunas redacciones periodísticas), diversas revistas se hicieron eco de las historias y argumentaciones mantenidas por el mismo, avaladas por las entrevistas que el propio autor había hecho a la autora del crimen y el seguimiento que él mismo llevó a cabo durante el proceso judicial a Aurora Rodríguez. Años después, entre otras publicaciones, la revista “Triunfo” (nº 554) prestó deliberada atención, en 1973, a “la increíble historia de Aurora y Hildegart”, de manera que, cuando se estrenó la película de Fernán-Gómez, en 1977, el lector interesado ya tenía los oportunos conocimientos sobre la pedagogía y el amor llevado a cabo por esta madre respecto a su hija, incluido el desenlace que acabó con la vida de la joven.


Aurora, la madre

Aurora Rodríguez Carballeira (El Ferrol. 1879) perteneció a una familia compuesta por los padres y dos hermanos mayores que ella; la mala relación con estos y la pésima opinión que tenía de su madre fomentó la conexión intelectual con el padre y la utilización de su biblioteca personal donde la joven y ávida lectora descubrió a los socialistas utópicos, hasta el punto de que Aurora convenció a su antecesor para la creación de un falansterio donde podrían llevarse a cabo las pragmáticas aprendidas en los libros; por razones diversas, el experimento nunca se hizo realidad.

De otra parte, Aurora se encargó de la educación de un sobrino, hijo natural de su hermana mayor, llamado Pepito Arriola, que resultó ser un niño prodigio del piano y un mediocre pianista más allá de la adolescencia. A partir de aquí es cuando la señorita Rodríguez comienza a fraguar la idea de tener un hijo propio al que educar e instruir bajo estrictas medidas pedagógico-políticas; sin embargo, sus intereses en torno a la condición social de la mujer y su personal preocupación por sus condicionamientos y nulos privilegios frente al varón, estimó la conveniencia de tener una hija, a la que infundiría sus preocupaciones sobre la imperiosa necesidad de fomentar la liberación de la mujer; en consecuencia,  la educaría con el deliberado propósito de que fuera ella la redentora de tales condiciones.  

Aurora tenía también claro que el fruto salido de su vientre debía ser el resultado de una imprescindible unión con un varón cuya finalidad fuera, única y exclusivamente, el embarazo, lejos por tanto de ejercer la mínima sexualidad y, menos, deseos libidinosos en función del obligado acto sexual. Confirmado el embarazo, el varón quedaba comprometido a no ejercer paternidad alguna, ni a intervenir con exigencias que considerara como obligaciones familiares. Sobre la vida personal y profesional del varón seleccionado, se ha especulado lo suficiente para elucubrar sobre quién y cómo era el elegido por Aurora: marino y sacerdote, aunque, según se dijo, se le habían retirado determinadas órdenes religiosas en función de una vida irregular. Confirmado el embarazo, nunca más volvieron a verse los componentes de tan peculiar pareja.


Hildegart, la hija

De El Ferrol, la señora Rodríguez marchó a Madrid, donde, un tiempo después, nacería Carmen, nombre con el que fue a registrarla civilmente, aunque, desde siempre, el sustantivo propio utilizado, a todos los efectos, fue Hildegart. En apariencia, parece un nombre alemán (Hildgard/Hildegarda) pero la madre sustituyó la “d” última por una “t”, de tal modo que “hilde” alude a “sabiduría” y “gart”, a jardín; así, pues, Hildegart vendría a significar “jardín de sabiduría”.

Se podría decir que Aurora amaba a su hija, pero estrecha y rigurosamente ligada al duro y cotidiano ejercicio de la pedagogía aplicada a todos los momentos y circunstancias de la vida; los unamunianos don Avito y su hijo Apolodoro tendrían todavía algo que aprender de los parámetros germánicos llevados a cabo por esta madre en la rigurosa educación y la exigente docencia exigida en cada momento del día a la pequeña. Esta, como en sus primeros años su primo Pepito, resultó ser algo más que una niña prodigio donde inteligencia excepcional se daba la mano con hábitos y capacidades desconocidas en los párvulos de su edad: su primer juguete fue una máquina de escribir. A los diez años se expresaba con soltura no sólo en castellano sino en alemán, francés e inglés. Y entre sus especialidades, con esos años, estaban la filosofía y las teorías sobre la sexualidad. A los trece, había terminado el bachillerato y, mediante una dispensa, pudo entrar en la Universidad donde fue discípula de, entre otros, Julián Besteiro y Mario Méndez Bejarano.

En 1928, con catorce años, se vinculó al socialismo; al poco tiempo, publicó su primer artículo en “El Socialista”, al que seguirían otros muchos, tanto en ésta como en otras cabeceras de prensa. Participó en el congreso de la federación de las Juventudes Socialistas, donde ejerció como vicepresidenta. En aulas universitarias, en el Ateneo, en “casas del pueblo” y en otros tantos foros, ya elitistas, ya populares, se abogó por la constitución de la “segunda república”; Hildegart Rodríguez intervino junto a Santiago Carrillo, Sócrates Gómez, Segundo Serrano Poncela y otros nombres de reconocido pronunciamiento popular. Fueron los tiempos de las dictaduras de Primo de Rivera y de Berenguer. Las Juventudes Socialistas actuaron a la izquierda del partido al que pertenecían. Hildegart, como otros tantos miembros de su generación, fue procesada; afortunadamente, su “consejo de guerra” no llegó a celebrarse por cuanto la proclamación de la República trajo consigo la correspondiente amnistía.


Hildegart contra la República burguesa

El funcionamiento social de la Republica no satisfizo a cuantos se habían dejado la piel en su advenimiento; Hildegart no sería una excepción. Para ella y sus compañeros, la república revolucionaria, por la que habían luchado, no era otra cosa que una república burguesa; del mismo modo, su partido, el partido socialista, actuaba, según ella, de forma lenta y, sobre todo, conformista. Las actividades políticas de Hildegart, hasta entonces, muy viscerales, se atenúan o, incluso, se suspenden. Por el contrario, los temas científicos y sus anteriores preocupaciones por, entre otras cosas, el estudio y el mejor conocimiento de la sexualidad, se ofrecerán, primero como conferencias divulgativas y, después, como libros (“Política sexual” y “La rebeldía sexual de la juventud”). En función de ello, ya que, por edad, no puede ejercer la abogacía, comienza los estudios de Medicina, aunque sin abandonar del todo sus actividades políticas, tales como su criticismo contra el Partido Socialista (entre otros asuntos, oponerse a que Azorín cubriera una plaza de diputado socialista). Semejante desviación respecto al que había sido su partido, junto a otros desencuentros con la jefatura socialista, llevaron a esta jefatura a expulsar a la joven y popular mujer del que, hasta entonces, había sido su partido verdadero.   

Más allá de tal desencuentro con los socialistas, el distanciamiento con la madre se había hecho notar también no sólo en las relaciones personales y familiares como en las científicas e ideológicas. El conocimiento por parte de Aurora de ciertas facetas del padre de su hija, la hicieron sospechar de si la cuestión de la herencia (la psíquica, especialmente) no podría interferir en las actitudes de Hildegart, especialmente aquellas en las que manifestaba un absoluto desacuerdo con las mantenidas por su madre.

A ello se unía el que la madurez, intelectual, afectiva, etc., demostrada por la joven, no podía carecer de los naturales intereses mostrados hacia los hombres, desde la sincera amistad mantenida con sus colegas, como el sentimental, demostrado con alguno con quien, sentimiento e inteligencia, se daban puntualmente la mano. A esto, se oponía radicalmente doña Aurora, pues pensaba que el varón absorbería las cualidades de todo tipo que ella, con amor y pedagogía, había inculcado, incluso, desde antes de nacer, a su prodigiosa hija.

En 1932, Hildegart publicó el volumen “¿Se equivocó Marx?”, donde, al margen de la inquietante interrogación, se centró en aquellos socialistas utópicos que su madre había leído con tanto apasionamiento en su ferrolana juventud. En su deriva, no optó por afiliarse al partido comunista, ni menos, volver a cualquier variante de socialismo, incluido el utópico. Será el “Partido republicano federal”, en cuyo origen estaba Pi y Margall, orientado hacia el cantonalismo y a los internacionalistas movimientos obreros, el que atraiga en estos momentos su atención, acaso en virtud de la influencia materna y sin olvidar a quien fue su catedrático universitario, el ya mencionado Méndez Bejarano.


Militancia socialista: un ajuste de cuentas

Pero, más allá de esta militancia, mantuvo su revancha contra el partido socialista. En la revista “La Tierra” (donde también colaboraba el joven periodista Eduardo de Guzmán) publicó “Cuatro años de militancia socialista”, una serie de artículos en los que el ajuste de cuentas era personalmente tan agresivo como políticamente hiriente; las respuestas no se hicieron esperar. Al tiempo, su cruzada en pro de “la liberación de la mujer” se mantenía sin un ápice de menoscabo; entre sus pretensiones estaban el voto femenino, la liga de reforma sexual (orientada a médicos y juristas), la abolición de la prostitución, la consideración del contagio venéreo como delito, la ampliación de los derechos de la mujer en el matrimonio, el libre consentimiento de la relación, etc., etc. Su obra “Venus ante el Derecho” le otorgó gran popularidad.  

Uno de los precursores europeos de la sexología, Havelock Ellis, le abrió camino para la publicación de sus artículos en las revistas europeas especializadas; de la misma manera, H.G. Wells (a quien conoce desde su visita a España donde ella fue su intérprete) le insta reiteradamente a que Londres sea su lugar de trabajo y de intervención social.

En este asunto, como en otros muchos, las opiniones de madre e hija fueron marcadamente antagónicas y habitualmente discrepantes. Aurora, a pesar de controlar a Hildegart en cada caso, de marcarle las vías a utilizar, se siente desamparada e insatisfecha por el distanciamiento que creyó observar en la relación materno-filial. En un momento determinado de esta crisis, la hija le planteó a la madre su deseo de separarse de ella, de vivir sola, de cada una en su casa, de…

Hildegart le pidió a su madre que la matara; tal fue el testimonio de Aurora en el juicio. Al entender que la hija había defraudado sus esperanzas, lo mejor era cargar el revólver y dispararle cuatro tiros mientras dormía. ¿Qué otra cosa podía hacer, fracasada la pedagogía y muerto el amor?

Ilustración: Fotografía de Hildegart Rodríguez.

Próximo capítulo: Amor y pedagogía (III). Mi hija Hildegart, película de Fernando Fernán-Gómez.