Rafael Utrera Macías

Las características de producción de la película hace que lugares señalados por el novelista como “una casa vieja” o una “ermita pequeña” se conviertan, por espacio y decoración, en lujosa mansión; de hecho, esta casa correspondería más a la del “milord” o “cangrejo” según  la describe Mérimée: “…muebles tapizados de seda, cortinas bordadas…”, donde, a la sombra de la Giralda, Carmen y José dirimen sus cuitas y explicitan sus amores, aunque sin referencia a las travesuras de ella sobre las improvisadas castañuelas, las yemas pegadas a la pared, los confites en el agua, al igual que una hermosa iglesia, amplia y barroca, sirva a José tanto para manifestar su ferviente fe como para, en ese espacio sagrado, llevar a término la consumación de su asesinato y de su irracional pasión por Carmen. 


Lenguaje de germanía

El uso de la lengua, en general, respecto de la novela, se hace soez y barriobajero, propia del ambiente de germanía o lumpen tanto entre las cigarreras, durante su trabajo, como entre los bandoleros, en su itinerante vida en montañas y cuevas; no está exento de ello la tropa que asiste enardecida a la entrada de las trabajadoras en la fábrica para piropearlas; lo que el autor resuelve en sintético eufemismo (“…va a verlas pasar y se las dicen de todos los colores…”), la película deja oír, entre otras frases semejantes, las dirigidas a Carmen: “Con ese culo has de cagar bombones”. Del mismo modo, la pelea entre Carmen y la compañera se inicia con un cruce de improperios donde se oyen frases del tipo: “más vale puta que cigarrera” o “las tetas de colores tienes tú, de no lavarse, que hueles a mondongo de gitano”; y más adelante, la gitana le dirá al bandolero: “Ya no te quiero ¿No querías un coño? Pues aquí lo tienes”. En la misma línea, la expresión habitual de El Tuerto segrega agresividad y maledicencia, tanto para dirigirse a Carmen como para referirse a ella: “¿Cómo empujaba tu querío? ¿Lo hacía como conejo o como toro?”; “A mi Carmen le brinca el chocho”; “Si lo que quieres es a mi puta, te la presto por cuatro reales”. 


Símbología

Entre los elementos simbólicos más destacados, merecen citarse el logotipo que representa a la película, tanto en los créditos como en la secuenciación, y el cigarro puro, con valoración diferente según el contexto. El fuego como icono representativo de la pasión amorosa es un recurso cinematográfico convertido en tópico; en este caso, el diseño de las llamas, su diversa intensidad y diferente localización en el plano (presentación de los primeros créditos), junto a su confección colorista, semejante al clavel, funciona como una metáfora en relación a la actuación de Carmen y a su variable conducta amatoria, tan puntualmente intensa como inevitablemente voluble y dispersa (elemento constante en la cueva donde la gitana no oculta ni sus sentimientos ni sus deseos ante los demás). De otra parte, los puros son signo de respeto y comprensión, que puede llevar a la amistad, entre Don Próspero y Don José en su primer encuentro en la campiña cordobesa; al ofrecimiento del extranjero se responde con un improvisado mechero por parte del bandolero que les permite fumar juntos y fomentar un acercamiento cuyo resultado nunca supondrá la delación del huido (“En España, un cigarro ofrecido y aceptado establece relaciones de hospitalidad, como en Oriente compartir el pan y la sal”. El regalo volverá a repetirse cuando Mérimée visite a Lizarrabengoa en la cárcel. Al contrario, en la muy planificada secuencia entre las dos cigarreras, origen de la riña y motivo de su enemistad, el habano se convierte en objeto arrojadizo entre “la follona” y Carmen que la primera lanza a la compañera; el elemento fruto de su trabajo toma una primera connotación despectiva al ser desplazado de su función, al tiempo que adquiere otra, al ser tomado por la cigarrera como icono fálico, primero chupado por su boca y luego pasado con fruición por sus partes íntimas para que así sea entregado por la gitana a Don José. 

Algún objeto tiene función semejante a la utilizada en la novela, pero, gracias a su resolución auditiva, gana en significación: el reloj del investigador, más allá de objeto robado por Carmen, despierta gran curiosidad en su funcionamiento tanto a los dominicos como a la gitana; para ellos, pura curiosidad científica y artística belleza; para ella, objeto de comercio y mercadeo; la banda sonora deja oír, cual caja de música, “Para Elisa”, de Beethoven, cada vez que el reloj se abre.

De otra parte, la fruta comida por Carmen a mordiscos o bocados y escupida con rabia señala una situación donde la gitana se siente incómoda y obligada a romper una situación sentimental ya iniciada (diciéndole la buenaventura a Don Próspero, inesperadamente, entra José en la casa, toma una pieza y la muerde con rabia e indignación porque el bandido ha interrumpido su prevista aventura con el francés); del mismo modo, a la llegada de El Tuerto, el racimo que muerde y escupe con gesto desafiante denota la perturbación de su relación con José y la obligará a seguir los mandatos de su marido; la Eva tentadora para con Don Próspero se transforma en la “zorra” de las uvas según el concepto que García mostrará sobre ella a partir de entonces. A este respecto, digamos que la ductilidad de las jóvenes actrices españolas, en el más amplio sentido del término, permite a Paz Vega, tan temperamental moza como andaluza lozana, desnudarse de cuerpo y de alma para intentar dar vida a uno de esos prototipos femeninos que unos califican de “mujer fatal” y otros, popularmente hablando,  “de rompe y rasga”.


Banda sonora

La banda sonora, compuesta por Nieto, a veces dramática, a veces sentimental, nunca se sobrepone a la acción ni se sitúa por encima de ella. Carmen “canta” muy ocasionalmente; la primera vez es como respuesta al teniente; un “la, la la, la la la,  la la la la”, equivale a “no te contesto porque no me da la gana” con tono de manifiesto desprecio a la autoridad; una “fresca”, como la catalogaría cualquier compañera. Luego, en la taberna de Lillas, la misma Carmen le susurra a un cliente: “Por una mirada un mundo / por una sonrisa un cielo/ por un beso de tu boca/ de alegría yo me muero”; “…veinticuatro horas que tiene… si tuviera veintisiete…”, cuyo canto se interrumpe cuando entra Don José. Burlonamente los bandoleros cantan: “…la mujer que quiere a un chino / es que no tiene amor propio/ porque el chino fuma opio/ y alborota a los vecinos…”. El flamenco también se muestra de manera muy sutil, como pinceladas ocasionales que ambientan un tiempo o un lugar; así las livianas “Soy bandolero”, cantadas por “El Quincalla” (M. Vega Parrilla), las serranas “Pobre pastorcillo”, de Paco Cruz, las sevillanas boleras tocadas por José Domínguez. Constituye excepción a lo dicho la intervención de Fernando Terremoto cantando “Cuando me maten”, una creación del propio compositor, José Nieto, con su variante sobre “el amor más allá de la muerte”, que pone broche final al drama de la cigarrera y a las últimas reflexiones de Don Próspero (“El amor y el dolor son nuestros eternos maestros”) y Don José previas a su ajusticiamiento; lamentablemente, su situación en off, como mero acompañante de los larguísimos títulos  de crédito finales, parece destinada a una secundaria función que la calidad de la letra y la música no se merece.

Ilustración: Paz Vega, caracterizada como la racial protagonista de Carmen (2003), dirigida por Vicente Aranda.

Próximo capítulo: Carmen, de Vicente Aranda (y VI)