Rafael Utrera Macías

“Callaron todos, tirios y troyanos, quiero decir, pendientes estaban todos los que el retablo miraban de la boca del declarador de sus maravillas…”.
Miguel de Cervantes. El ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha.
II parte. Capítulo 26

La Historia del cine español conoce con el nombre de “explicador” a la persona que, situada generalmente junto a la pantalla, verbalizaba caprichosamente los argumentos de la película muda y aportaba humor, sentimentalismo y tragicomedia a cuantos sucesos e incidencias mostraba la cinta. Esta figura podía actuar también como “charlatán”, voceando, en la puerta del local, las deliciosas novedades del título proyectado.

En este artículo pretendemos rememorar dicha figura del cine mudo y relatar tres casos del sonoro en el que guionistas y directores se han servido de este personaje para ejemplificar sesiones del primitivo espectáculo: Vida en sombras, de Lorenzo Llobet Gracia, Los que no fuimos a la guerra, de Julio Diamante, y Cinematógrafo 1900, de Juan Gabriel Tharrats.

Consultar una Historia del cine universal permite comprobar que, salvo excepciones, ignora a semejante personaje tanto en nombres propios como en sus funciones y actitudes. Por el contrario, particulares historias de países muy diferentes y distantes coinciden en señalar la existencia de explicadores incluso en tiempos y años en los que ya la modalidad “muda” había dejado de tener existencia. En Asia, la distribución y exhibición de productos foráneos se efectuaba sin rótulos en la lengua nativa. Las confortables salas de India solían servirse de un “comentarista” o “explicador” a pesar de disponer de traductores de los letreros en lengua extranjera; del mismo modo, tanto en Corea como en Japón, está documentada la tarea de estos profesionales, llamados “pyongsa” y “benshis”.

Max Tessier, en su breve historia titulada “El cine japonés”, explica la popularidad de que gozaron estos “hombres habladores”, en muchos casos por encima de actores y directores; el más conocido fue Matsunami Tsuchiya. La llamada “dictadura de los benshis” se mantuvo hasta años después de ser una realidad el sonoro. Y hasta algún caso se documenta en el que el famoso explicador se mantenía, durante los años setenta del pasado siglo, en ciertos cine-clubs donde un atávico espectador exigía la presencia de tan locuaz y dicharachera voz en off.

En España, Juan Antonio Cabero, en su “Historia de la Cinematografía Española”, explica las razones para la existencia de estos “charlatanes o explicadores”; además del extendido analfabetismo del espectador, estaba la ausencia de rótulos en la mayor parte de la producción, así como la duración cada vez mayor del metraje de la película, sin olvidarse de la truculencia de las mismas o de los enrevesados argumentos. Un elocuente anecdotario y una fotografía del personaje ante singular barraca, complementan la información ofrecida por este volumen.

Por su parte, en “Historia del Cine Español”, Fernando Méndez Leite alude al “auge del explicador” a partir de 1906, cuando complicación argumental y extensión de la película sumían al ingenuo y novicio espectador en generalizadas incomprensiones. Como complemento a su discurso verbal, la inventiva del explicador se proveía de artilugios diversos a fin de producir ruidos y efectos sonoros convertidos en eficaces colaboradores de sus actuaciones. Tras una diversidad de ejemplos, referidos fundamentalmente a Barcelona, incluye el nombre de un joven Tomás Borrás como explicador en la empresa familiar madrileña (sita en el cine del Retiro) antes, naturalmente, de convertirse en reconocido escritor.

Del mismo modo, Azorín, aquel anciano espectador que se deleitaba, en los años cincuenta y sesenta, viendo sesiones dobles en los cines próximos a su casa, recuerda en el capítulo titulado “ Dos peligros” de El efímero cine, un nombre propio, Julio Salcedo, “Juliano”, cuando, en películas cortas y mudas, animaba los cines “con su ingenioso arte de ventrílocuo”. Al igual que el senador don José Prat, a la vuelta de su prolongado exilio, recordaba (programa “La magia del silencio”, de la serie “Imágenes perdidas”, de TVE) al explicador al que, en Albacete, su tierra natal, llamaban con el genérico “Recaredo”; el público reclamaba enérgicamente su presencia si, comenzando la proyección, el charlatán no había aparecido en la sala.

La más reciente historiografía

Una más reciente historiografía sobre el cine español ha procurado rescatar esta figura del olvido. Los trabajos de los profesores Daniel Sánchez Salas y Luis Miguel Fernández han sacado a la luz, de forma rigurosa, una diversidad de cuestiones relativas tanto a la propia figura del explicador como a los contextos y situaciones en los que su trabajo se efectuaba (para lectores interesados ofrecemos al final de este artículo las direcciones electrónicas donde estos textos pueden ser consultados). El primer investigador citado denomina al explicador “figura inaprensible”, por cuanto la oralidad de su trabajo y su posición fuera de la pantalla invita más a elucubraciones e hipótesis que a evidencia de datos y contraste de actitudes. Tras rescatar ejemplos literarios y hemerográficos, se centra en el posible periodo de vigencia alcanzado por este personaje, la popularidad conseguida y la tarea llevada a cabo, dentro y fuera de la barraca o local, por estos “profesionales del discurso”, como los ha llamado Noel Burch. Los trabajos de Sánchez Salas se iniciaron, bajo la forma de ponencia, en el congreso de la Asociación Española de Historiadores del Cine, con motivo de los cien años de nuestra cinematografía, y han continuado en distintas publicaciones ampliando el objeto básico de su estudio.

Por su parte, el profesor Luis Miguel Fernández, desde ámbitos filológicos y literarios entrecruzados con los relativos al espectáculo y a su representación, recoge las diversas denominaciones que el explicador ha recibido (tal como Prat aludía a los “recaredos”) y a la distinción que debe hacerse entre el charlatán de la puerta y el explicador del interior. Además, refiere las actuaciones de Baltasar Alcaraz quien, tempranamente, comentó las proyecciones de los Lumière en Madrid y aún pudo amenizar las relativas al estreno de Los misterios de Nueva York, allá por 1916. En este artículo se enumeran abundantes nombres propios de estos personajes así como los lugares de actuación. Una oportuna opinión de este investigador nos avisa de lo que más adelante comentaremos en la segunda de nuestras ejemplificaciones: “El explicador tiene una función de intermediación entre el relato visual que es producido por la industria y el público que lo recibe (…), de modo que representa simultánea o alternativamente los puntos de vista de un relato exterior a él y de las expectativas de quienes lo perciben, lo que hace que su narración pueda variar de acuerdo con el contexto en que se produce hasta el extremo de distorsionar totalmente la historia del filme”.

El explicador en la tradición literaria y en el audiovisual contemporáneo

La cita de Cervantes que abre este artículo, pone en evidencia que un “declarador”, “intermediario”, “explicador”, entre representación y público, goza de amplio predicamento en la historia del espectáculo. En El Ingenioso hidalgo… es Maese Pedro, quien llega a una venta con su retablo, teatrillo portátil de marionetas, a fin de representar la liberación de Melisendra. El mono que le acompaña, amaestrado para subirse a su hombro y susurrarle al oído las historias pertinentes, está capacitado para contar sucesos presentes o pasados, aunque no futuros; su dueño se encargará de transmitírselos al público asistente.

Del mismo modo, los populares “romances de ciego”, con sus variadas temáticas laicas o religiosas, disponían de texto literario y grabado o ilustración que, puntero en mano, narraba, con peculiar estilo, el explicador, ciego o no. La llamada de atención comenzaba con elocuciones semejantes a estas: “Escuchad con atención / mujeres, niños y ancianos/ para poder explicar / este suceso inhumano”. Otros ejemplos parecidos podrían ponerse para demostrar que la figura del explicador cinematográfico es una más en la larga tradición de los espectáculos.

Por si el lector contemporáneo frunciera el ceño ante estas manifestaciones tan pretéritas como aparentemente superadas, sería bueno mirar ciertas formulaciones del audiovisual contemporáneo para comprobar la existencia de explicadores, acaso no tan diferentes al narrador de los romances. La radio se sirve exclusivamente de locutor, emisor, y locución, oral, para describir o narrar el suceso correspondiente y completar así el proceso de su específica comunicación. Una actuación deportiva poco enseñaría si prescindiera del locutor que la narrara.

Por el contrario, la televisión, a la hora de retransmitir ese mismo juego deportivo (o corrida de toros, tanto da) hace innecesario, por sistema, la presencia de locutores/explicadores, de manera que espectadores de campo (o plaza) y espectadores caseros quedarían igualados en cuanto a visión de lo sucedido; que la norma imponga la presencia de locución explicativa de la imagen es un “ruido” que el medio audiovisual utiliza y el doméstico espectador considera ya irrenunciable, tanto como los consideraba el público analfabeto del cine mudo exigiendo la presencia de explicadores, “chicoteros”, “recaredos”, “truchimanes”, “cicerones”, “charlatanes” y, a veces, otras zafias denominaciones.

Los artículos mencionados pueden consultarse pinchando en los siguientes enlaces:


La figura del explicador en los inicios del cine español / Daniel Sánchez Salas


Una figura desconocida del espectáculo finisecular español: el explicador de películas / Luis Miguel Fernández



Foto: Explicadores y empresario en Los que no fuimos a la guerra, de Julio Diamante.


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