Rafael Utrera Macías


A José María Conget, seleccionador nacional de los poetas del cinematógrafo


Dos libros, de reciente publicación, “Sesión continua en el salón indien”, de Juan Antonio Bermúdez, y “La mesa italiana”, de Víctor Jiménez, toman el cine como elemento discursivo, tanto en referencia a sus peculiares argumentos o emotivas secuencias, como a la representación de sus personajes en el marco de específicos géneros y estilos. A ellos les dedicamos sendos artículos a fin de analizar las respectivas referencias al cinematógrafo y los valores poéticos existentes en el conjunto de los poemas, sin olvidarnos de las múltiples posibilidades que ofrecen para ser estudiadas en ellos las relaciones entre cine y literatura.

Tales volúmenes vienen a situarse, en este 2015, en la tradición de las relaciones entre cine y poesía; al ser dos lenguajes diferentes y evidentes las influencias de un medio sobre otro, debemos considerarlos bajo perspectivas intertextuales; al tiempo, perpetúan unos valores históricos que se remontan a los inicios del cinematógrafo desde el momento en que éste se convierte, a finales del siglo XIX, en un nuevo elemento de ocio y, especialmente, desde que, poco después, establezca conexiones de diversa índole con la literatura donde la poesía es factor relevante no sólo por la antigüedad de su formulación, sino por las peculiaridades morfosintácticas de su expresión y, ello, al margen de la lengua utilizada.

En el poema final de “La mesa italiana”, Jiménez, tras invocar por dos veces al amigo interesado por la identidad de los personajes, le responde: “Pregúntale al viento”. Por nuestra parte, preguntaríamos al autor: ¿a qué viento?, ¿a ese viento que, a ocho mil kilómetros, desdibuja la figura de Mabel, la caballista? ¿Al que se le ve sin sentirle? Entonces, ese viento, es “viento de cine”, como en el poema “Far West” lo describió Pedro Salinas, el poeta de la generación del 27. Y como años más tarde, el escritor José Mª Conget titulara su excepcional antología “Viento de cine” y explicara en el subtítulo que se trataba de “El cine en la poesía española de expresión castellana (1900-1999)”, volumen dedicado a su hija Rebeca, la niña que escuchó el silbido del “viento de cine”.


Poemas en orden cronológico

Esta selección de poesías están estructuradas según orden cronológico de las mismas, de manera que los primeros textos y autores pertenecen al primer año del siglo XIX, 1900, cuando el cine aún no había salido de la barraca de feria y a duras penas se defendía como fenómeno social por sólo atender a sus valores de entretenimiento y diversión. Los textos de Martínez Sierra / María de la O Lejárraga, Luis Ram de Viu y Manuel Machado fueron pioneros en el arte de describir poéticamente el impacto de las imágenes en movimiento sobre tan ingenuos espectadores, el clima lúdico de las sesiones, la original comparación entre memoria y cinematógrafo. A partir de aquí, encontraremos los intentos ultraístas de Guillermo de Torre y Juan Larrea, cuyos poemas intentan sugerir los movimientos de la cámara y los efectos de montaje mediante el manejo de la grafía y la distribución de la escritura en el papel.

Si, en general, la generación del 98 (dejemos aparte a los modernistas) no tuvo, por razones de edad, la suficiente capacidad receptiva para “entender” (en el amplio sentido del término) el cine, difícilmente pudo elegir la poesía (en sentido estricto) para usarla como medio de comunicación o expresión, excepciones aparte. Muy al contrario, la conocida como generación del 27, fue formada en el visualismo y, por ello, enjuició el cine desde nuevas perspectivas bien distintas a las de su predecesora. Para ella, el cinema fue un arte de síntesis capaz de producir con la imagen una belleza nueva; del mismo modo, fue considerado arte de masas, liberalizador de costumbres y adecuado para los nuevos protagonistas sociales. Los poemas dedicados al cine por Cernuda (ver en CRITICALIA: Luis Cernuda: espectador y poeta del cine), Guillén, Salinas, Porlán, Méndez (Concha), Conde (Carmen), Diego, y un larguísimo etcétera, se unirían al excepcional poemario de Alberti “Yo era un tonto y lo que he visto me ha hecho dos tontos”, inspirado en los grandes cómicos del cine americano; éste conjunto se convierte en canon de la “poesía cinematográfica” donde confluyen los actores, Chaplin, Keaton, Laurel y Hardy, Luisa Fazenda, Harold Lloyd, etc, con el propio autor, acompañado de su amiga la pintora Maruja Mallo.

Con tan brillante ejemplo, las generaciones posteriores no pararán ya de seguir incluyendo el cine en sus poemas; la antología de Conget (o “selección”, como él la llama) permite saber, obviamente, qué autores así se expresaron como los años en que lo hicieron, además de conocer las diferentes modalidades estilísticas del escritor y las temáticas de su obra. Garbo y Charlot, los grandes retratados de siempre, lo son ahora por Carlos Edmundo de Ory al tiempo que Gabriel Celaya llama a la Bertini “monstruo adorable” y Pablo García Baena describe una sesión del “palacio del cinematógrafo” mientras espera sentado en la “Fila 13. Butaca 3”. Cuerpo y voz de Marilyn son poéticamente dibujados por Rafael Guillén a quien el otro Guillén, don Jorge, dedica a la actriz, junto a su tumba (“libre, por fin, a solas”), un responso laico que acaba con el consabido “requiescat in pace”; luego, en versos diferentes, sentenciará que “nuestra película no es de Hollywood”.


De los “novísimos” a la “experiencia”

“El cine y otros poemas” es un libro de Manuel Pacheco donde se recoge una parte de los muchos textos que dedicó al “séptimo arte”; algunos de ellos tuvimos oportunidad de oírlos recitar al autor, antes o después de la sesión de cine-club, dedicados a las películas de Bergman, de Buñuel, de Resnais, de Kubrick, de McLaren, de Saura, poemas que, según el autor, “estaban inspirados en la vida del cine y en el cine de la vida”. En efecto, las generaciones de postguerra sometieron a toda serie de tensiones a un cine que formó parte de su vida por cuanto modeló su educación y conmocionó sus sentimientos; es el caso de los poetas conocidos como “los novísimos” o los denominados “de la experiencia”.

Cientos de ejemplos no serían suficientes: “El cine de los sábados”, de Martínez Sarrión, “¿Yvonne de Carlo?”, de Vázquez Montalbán, “En la muerte de Josef Von Sternberg”, de José María Álvarez, “Farewell”, de Pere Gimferrer, “Marilyn Monroe´s negative”, de Leopoldo María Panero, “Mi banda sonora”, de Ángel Petisme, “Muerta”, de Luis A. de Cuenca, “Giuseppe Pelosi ante la tumba de Pasolini”, de Jesús Fernández Palacios, “Pasolini”, de Francisco Bejarano, “Rafael Alberti y el cine de una noche de verano”, de Aquilino Duque, “Sesión de noche”, de Fernando Ortiz, etc.

Las firmas de mujer podrían estar representadas por Ana María Moix (“Monty no ha muerto”), Aurora Luque (“Problemas de doblaje”), Inmaculada Mengíbar (“Una película”), Ángeles Mora (“Casablanca”), Ana María Navales (“Ava Gardner en Marylebone”), Carmen Pallarés (“Cinecittá), Lucía Sánchez Saornil (seudónimo: Luciano de San Saor. “Cines”), María Sanz (“Te recuerdo, Humphrey”), Ángela Vallvey (“El juez de la horca”), entre otras. Y otros ejemplos de contemporáneos reúnen a Luis Antonio de Villena (“Películas de romanos”), Abelardo Linares (“Flash-back. Cinematógrafo de la memoria), Justo Navarro (“Plano de fumadores”), José Daniel Serrallé (“Otra noche americana”), José M. Benítez Ariza (“Domingo Cine”), Manuel Lombardo Duro (“Ordet”), Felipe Benítez Reyes (“Royal Cinema”), Jenaro Talens (“El testamento de Drácula”), Luis García Montero (“Miércoles, día del espectador”), José J. Cabanillas (“Matiné. Sesión infantil”), Luis Izquierdo (“Sesión continua”), Juan Bonilla (“Betty Blue cierra los ojos”), Juan Lamillar (“Séptimo cielo”), Andrés Newman (“Sheik of Araby”). En el caso de Javier Benítez, un libro entero, “Día del espectador”, agrupa más de treinta poemas, clasificados en cinco bloques que denomina: “Blanco y negro”, “Patio de butacas”, “Día del espectador”, “Sesión golfa” y “El espectador”.


La “selección” de José María Conget, va acompañada de un bloque de “Notas” donde el escritor, empedernido cinéfilo, da rienda suelta a minuciosas y precisas informaciones cinematográficas que enriquecen y aclaran múltiples elementos de cada poema. Los estudiosos de este tema tienen en la “antología” vía libre para, desde postulados histórico/cinematográficos o estrictamente filológicos, adentrarse en el carácter, la composición, el estilo, etc., de poemas y autores. Al tiempo, un trabajo de campo terminado en 1999 y editado por Hiperión en 2002, debe animar a nuevas generaciones de estudiosos a ampliar el listado hasta nuestros días; el tema lo merece.


Otros poemas, otros autores

Nos permitiremos mencionar, por nuestra parte, algunos autores y poemas que nos han resultado particularmente interesantes. Así, “Motivos cinematográficos” (Sevilla. 1963), de Juan Bautista Bertrán, número 6 de “La Muestra. Entregas de poesía”, una colección dirigida por Rafael Laffón, contiene seis poemas titulados “Llanto de Zampanó por Gelsomina” (La Strada, de Fellini), “Agonía del globo rojo” (El globo rojo. A. Lamorisse), “Preludio de mar y preguntas” (El séptimo sello. I. Bergman), “El protagonista” (La chica con la maleta. V. Zurlini), “Adolescencia y mar” (Secuencia final de Los cuatrocientos golpes. F. Truffaut), y “Dos secuencias finales” (Calle Mayor. J.A. Bardem).

Con posterioridad, apareció el librito “Poemas al cine” (Madrid. 1980), de Manolo Marinero; contiene poemas dedicados a actrices: Marlene Dietrich, y Gene Tierney; actores: John Barrymore, Peter Lorre, Henry Fonda y Alberto Sordi; directores: Sam Peckinpah, Raoul Walsh, Jean Renoir y Luis Buñuel.

Entre otros diversos poemas y autores, citaré a César Antonio Molina, por “Trucaje” y a María Elvira Lacaci por “Cine de barrio”; “Documental”, de José Manuel Caballero Bonald; Alain Resnais y su película “Noche y niebla” han herido la sensibilidad del espectador-poeta haciéndole ver, sentir y padecer el holocausto judío; por ello, clama contra la perversidad y la injusticia (véase CRITICALIA: Caballero Bonald: fotograma literario para un premio Cervantes)

Y en otros, como “El amante discreto de Lauren Bacall”, de Luis Felipe Comendador (“…la conocí en un viejo cine de barrio, un lugar tan furtivo como este corredor hacia la muerte en el que escribo”) o “Napalm. Cortometraje poético”, de Ariadna G. García (“…No parece sencillo/ escribir el guión/ de tu propia película/…) la inspiración sigue viniendo de la glamurosa actriz o de las estructuras narrativas características del lenguaje cinematográfico.

En el libro “El bosque inevitable” (Málaga 2002), de Alfonso Sánchez Rodríguez, pueden leerse varios poemas donde se cruza el cine con la vida (o viceversa): “Bella durmiente” (“Te regalé una copia de Blade Runner…”), “Controversias” (“A Gala no le gustan ni Clint Eastwood…”), “A propósito de El honor de los Prizzi” (“…me jode que me caigan tan simpáticos”), “Con la muerte en los talones” (“…Tumbado en el sofá de la salita,/ me excitaba con tanto besuqueo…”).

Dicho lo cual y antes de comentar los libros señalados al principio, “Sesión continua en el salón indien” y “La mesa italiana”, nos parece que autores y poemas dedicados al cine se encuentran en fase final. Los cambios habidos en el audiovisual, la recepción del cine por medio de una multiplicidad de pantallas, la mirada de las nuevas generaciones de espectadores, entre otras variadas causas, apuntan al vídeo-juego como próximo referente en la poesía, lo que ya está sucediendo en la novela.

En cualquier caso, esperemos que siempre haya, becquerianamente hablando, poesía, por más que el poeta mire ahora, en las pantallas del móvil, del ipad, de la consola, a otros tan nuevos como diferentes héroes.


Próximo artículo: Viento de Cine (II). “Sesión continua en el salón indien”, de Juan Antonio Bermúdez


Nota bibliográfica:

El lector interesado puede leer mis entrevistas con Rafael Alberti, Jorge Guillén y Manuel Pacheco en el volumen “Literatura cinematográfica. Cinematografía literaria” consultable en

http://www.rafaelutreramacias.com/autor.html

Para las relaciones de Alberti y Cernuda con el cine pueden verse mis libros: “Poética cinematográfica de Rafael Alberti” y “Luis Cernuda. Recuerdo cinematográfico”, ambos publicados por Fundación El Monte (Sevilla), parcialmente consultables en la dirección electrónica citada.