Rafael Utrera Macías
La tarde del 4 de Noviembre de 1963, el sevillano Luis Cernuda, residente en el distrito de Coyoacán (México D.F.), acudió, como tantos otros días, al cine. Había visto la película
Divorcio a la italiana, interpretada por Marcello Mastroianni y Stefania Sandrelli; le había gustado tanto que quiso verla al día siguiente con Paloma, la hija de Manuel Altolaguirre y Concha Méndez, en cuya casa residía. La muerte se cruzó en su camino y en la mañana del día 5 se produjo su fallecimiento. El cineasta italiano Pietro Germi había entretenido, con una comedia satírica, las últimas horas del poeta sevillano, hace ahora 50 años.
Cernuda debió reír con las aventuras del barón Ferdinando,
Fefé, casado con Rosalia, empalagosa mujer, aunque enamorado de su joven sobrina Angela, quien no le hace ascos a su tío. El código penal siciliano condena de forma laxa a quien mata al cónyuge sorprendido en adulterio; el breve paso por la cárcel dará paso a una nueva vida... con la deseada muchacha.
Las últimas voces oídas en la sala de cine por el poeta sevillano fueron las de Ferdinando, tras su llegada a casa, cumplida la condena, y las de su madre, que grita de alegría. Posteriormente, las secuencias del casamiento, en la iglesia, de
Fefé y Angela, seguida de prolongada luna de miel en su yate. En éste, un joven marinero cuida del timón. Angela, en bikini, toma el sol muy cerca de él. Ferdinando se acerca a su mujer y la besa... Mientras, el pie de Ángela... busca y acaricia el del marinero. Fueron las últimas imágenes cinematográficas que Luis Cernuda degustó en la pantalla, “cuna de los modernos héroes".
En la etapa norteamericana y mexicana, entre 1947 y 1963, el comentario cinematográfico constituye tema habitual en el epistolario (puede verse la edición de James Valender) dirigido a sus amigos, generalmente mencionando el título visto y aconsejando o desaconsejando su visión. El cine, en esta época, representa para el poeta un espectáculo capaz de rellenar su ocio, una costumbre necesaria, un antídoto para la depresión.
Respecto a etapas biográficas anteriores, el espectador Cernuda ha modificado su interés por las diferentes cinematografías: la norteamericana ha dejado de ser su favorita (aunque se interese por la comedia sofisticada y el film de larga duración), mientras que la europea (francesa, griega, inglesa, alemana) se ha convertido en su predilecta; tales películas son perseguidas y buscadas en las distintas salas mejicanas o estadounidenses; este cine, entre 1950 y 60, alterna entre el realismo clásico y la narrativa tradicional, Clair, Tati, Losey, Fellini, Visconti, Dassin, Autant-Lara, extensivo a cualquiera de los géneros, y los derroteros de las nuevas olas representados por Truffaut, Bolognini, Chabrol, Bourgignon, Vadim, etc., donde la oveja negra es, para nuestro poeta, Alain Resnais. De otra parte, dice guardarse siempre de las películas españolas y mejicanas, incluida la adaptación galdosiana
Nazarín, dirigida por Buñuel.
De entre más de cuarenta títulos citados, el nombre del director, entendido como autor del film, sólo circunstancialmente lo registra el escritor; constituyen excepción Ingmar Bergman, Vittorio de Sica, Alfred Hitchcock y Roberto Rossellini, realizadores de
Como en un espejo,
Dos mujeres,
Los pájaros y
El general della Rovere.
Los valores temáticos, cómicos, interpretativos, provocadores, permiten aconsejar a sus amigos títulos como
Boccaccio 70,
Fedra,
Los domingos de la villa d'Avray, entre otras; por el contrario, son duramente criticadas
El Cid, “latazo infinito”,
Dos mujeres, “deprimente, sórdida...”, y
El año pasado en Marienbad, “churro, pretencioso, pedantesco e increíblemente aburrido” perpetrado por el mismo director de aquel “increíble latazo de
Hiroshima, mon amour”.
Actores y actrices, son uno de los mayores atractivos del espectáculo y a ellos dedica Cernuda atención y, puntualmente, elogios: Charlton Heston, Rock Hudson, Paul Newman, Jean-Pierre Leaud, Vittorio de Sica, Cantinflas, Antonio (bailarín español), Hardy Krüger, Sophia Loren, Gina Lollobrigida, Vivien Leigh, Shirley McLaine, Audrey Hepburn, Joanne Woodward, Ludmilla Tchérina, Jeanne Moreau, etc. De entre todos, Cernuda se admira con Warren Beatty, “el nuevo furor de Hollywood”, y con Jean Sorel, “francés... muy atractivo”.
El escritor Cernuda mantuvo siempre una genuina fascinación por los actores. En la primera etapa de su biografía, el adolescente alumno de los Escolapios, luego joven universitario hispalense, debió frecuentar desde niño los cines sevillanos; las salas cinematográficas (cercanas a sus domicilios de las calles Acetres, Jáuregui y Aire), “Pathé”, “Imperial”, “Duque”, “San Fernando”, “Lloréns”, “Cervantes”, entre otras, acogieron los estrenos de películas norteamericanas proyectadas en su ciudad natal en la década de los años veinte interpretadas por actores muy admirados por el futuro poeta: Douglas Fairbanks, Rodolfo Valentino, John Gilbert, Ramón Novarro, George O´Brien, Gary Cooper, Charlot, etc. Establece sus primeras citas cinéfilas con ellos, tanto en sus iniciales publicaciones como en la correspondencia con los amigos. Este cine norteamericano gozaba de sus preferencias porque, según escribe en su “Prosa”, era el mejor portador de unos valores existentes en Estados Unidos, país donde la vida se acercaba “al ideal juvenil, sonriente y atlético”.
El actor George O`Brien mereció una oda, inicialmente titulada “Oda a George O´Brien”, por más que, a la hora de publicarla, hizo desaparecer su nombre. ¿Qué personajes pudieron inspirar el poema? ¿En quién puso el poeta sus ojos, en el fornido atleta o en el discreto intérprete? Este actor fue dirigido por John Ford en
El caballo de hierro,
Corazón intrépido,
Con gracias a porfía,
Tres hombres malos, etc., pero encontraría una interpretación histórica como Ansass, un pescador corpulento y apuesto, sencillo y enamorado, en
Amanecer, de Murnau.
El poema quizá mereciera sobriedad en su título; el anonimato del personaje y la abstracción consiguiente engrandecen el clasicismo de una poesía que se sitúa entre los registros de San Juan de la Cruz y Garcilaso de la Vega. A Cernuda su personaje se le aparece como joven dios, vivo, bello y divino que avanza sonriendo; las interrogaciones retóricas se resuelven en cúmulo de afirmaciones donde la pureza de la figura y sus acciones ponen un punto de dubitación: “Pero: ¿es un dios?”. Superada ésta, las consiguientes descripciones, “cuerpo perfecto en el vigor primero”, “por el viril semblante la alegría”, “el bello cuerpo en pie, desnudo cela”, organizan una serie admirativa tanto para uno como para el “otro cuerpo de lánguida blancura”; en la última estrofa es saludado el “nuevo dios” que huye dejando la espesura.
Además de O´Brien, Cernuda fue admirador de actores como Gary Cooper (
Nevada), Monte Blue (
Sombras blancas), Rodolfo Valentino (
El hijo del caíd), Ramón Novarro (
Ben-Hur), John Gilbert (
El gran desfile) y Douglas Fairbanks (
El ladrón de Bagdad). El poeta soñaba con ser dandy cinematográfico; por ello, buscaba y rebuscaba aliño indumentario en atuendo de actores o personajes, ya fueran los sombreros de Gilbert Roland o los bigotes de Don Alvarado y John Gilbert.
Luis Cernuda fue especialmente sensible a la cinematografía de los últimos años del Mudo (1926–1929) y a los primeros del Sonoro (1929-1932); este cine le ofreció materia sobrada para hilar un discurso donde tales referentes se transformaron en recurso poético. El propio autor ha garantizado que al menos dos poemas de “Un río, un amor”, los titulados “Nevada” y “Sombras blancas”, tienen su origen e inspiración, respectivamente, en cierta película muda,
Nevada, de Waters, cuyo rótulo utilizó como collage, y en el rumor de mar percibido en el local parisino donde vivió la primera experiencia de cine sonoro, allá por noviembre de 1928, viendo
Sombras blancas en los mares del sur, de Van Dyke; era un film inicialmente mudo, con efectos auditivos incorporados, en el que se denunciaba la degradación de la cultura polinesia a manos del hombre blanco.
La frase cernudiana “El cine, siempre” acaso pueda interpretarse bajo una triple significación: inspiración para su obra, catálogo donde tomar modelos y fábrica de sueños para vivir el deseo literariamente despierto.
Pie de foto: John Gilbert, actor admirado e imitado por Cernuda.