Enrique Colmena

En los dos capítulos precedentes, El clan y JFK, hemos hablado en esta trilogía sobre la familia Kennedy al completo, en el primero de esos segmentos, y de John Fitzgerald Kennedy, su más conspicuo y poderoso representante, en el segundo. En esta tercera y última entrega haremos un repaso a cómo ha visto el cine y la televisión a otros miembros del clan Kennedy, que fueron o pudieron haber sido importantes, incluso más de lo que ya lo fueron.


Joe Jr.

Joseph Patrick Kennedy Jr. fue el mayor (y el preferido) de los hijos de Joseph P. Kennedy Sr. y Rose Fitzgerald, a partir de su matrimonio Rose Kennedy. El primogénito era el miembro del clan en el que sus ambiciosos progenitores tenían depositadas todas sus esperanzas para llegar a lo más alto del poder político en Estados Unidos, la presidencia de la república. Joe, como era familiarmente conocido, representaba los valores paradigmáticos de la plutocracia norteamericana que ambicionaba el poder político: graduado con honores en Cambridge y Harvard, brioso practicante de deportes nacionales como el rugby (allí llamado fútbol), prometido con una modelo y actriz que debería ser la madre de sus hijos, cuando llegó la Segunda Guerra Mundial sería también soldado valeroso y arriesgado. En la conflagración contra los nazis se graduó como aviador, participando en numerosas misiones de gran peligro. En una de ellas, a mediados de 1944, el mayor de los Kennedy murió al explotar prematuramente las bombas que transportaba su avión para ser descargadas contra el enemigo. La muerte de Joe fue un mazazo para la familia, no solo por lo que supuso la pérdida de un hijo, sino también por la frustración de perder al que el patriarca consideraba el más apto, el más inteligente de sus vástagos para cumplir su sueño de llegar un día a la Casa Blanca.

Pues aunque Joe Jr. no llegó, en puridad, a ser nadie en la vida política norteamericana, sino que solo dejó intuir lo que podría haber sido pero no fue, la televisión llevó su vida y su muerte a la pequeña pantalla en El otro Kennedy (1977), una TV-movie emitida en su momento por ABC TV, dirigida por el artesano Richard T. Heffron, con Peter Strauss (el famoso Rudy Jordache de la entonces célebre serie televisiva Hombre rico, hombre pobre) como el malogrado hijo mayor de los Kennedy, apareciendo el patriarca Joseph con los rasgos de Stephen Elliott y Gloria Stroock como Rose, además de Sam Chew Jr. como John F. Kennedy, el que sería futuro presidente.


Jackie

La viuda de JFK, Jacqueline Kennedy, de soltera Bouvier, ha pasado a la Historia no solo por su papel de Primera Dama del presidente norteamericano más carismático que diera el siglo XX (con permiso de Franklin D. Roosevelt, aunque este jugaba en otra liga...), sino, sobre todo, por ser testigo en primerísima línea del asesinato de su esposo en Dallas, convirtiéndose en un mito, en una leyenda que ejemplificaba el drama y la tragedia. No digamos ya cuando, años más tarde, casó con el armador griego Aristóteles Onassis.

Pero en lo que concierne a su relación con los Kennedy, que es el tema de esta trilogía de artículos, y siempre con la advertencia de la inexistencia por nuestra parte de una vocación de exhaustividad, citaremos un par de títulos en los que Jacqueline Kennedy tuvo un papel preeminente, aunque la exPrimera Dama ha aparecido en otros muchos, casi siempre en personajes tangenciales, o bien han sido ya citados en los segmentos anteriores de este tríptico.

Quizá el film más monográfico sobre la torturada viuda sea el reciente Jackie (2016), dirigido por el chileno Pablo Larraín, al que Darren Aronofsky, que iba a ser inicialmente su director pero finalmente solo fue su productor, propuso el encargo de ponerlo en escena. Larraín, que había llamado poderosamente la atención con títulos como No (2012) y El club (2015), aceptó el envite, y con Natalie Portman como Jacqueline Kennedy, consiguió una obra honesta, cuyo talón de Aquiles estaba precisamente en la numerosa filmografía ya realizada sobre el magnicidio de Dallas, si bien al centrar el foco en la recentísima viuda pudo aportar una nueva e interesante visión no tanto sobre el asesinato sino sobre las convulsas emociones que zarandearon el ánimo de la ya entonces exPrimera Dama. Con un trabajo sobresaliente de Portman, realmente exquisito, sin embargo adjudicó el papel de JFK a Caspar Phillipson, tan parecido al presidente asesinado como carente de chispa, de carisma. Tampoco la aparición de Peter Sarsgaard como un improbable Bobby Kennedy fue precisamente un acierto de la dirección de casting. El film, nominado a tres Oscar, aunque finalmente no consiguió ninguno, se puede considerar la aproximación más interesante a la figura de Jacqueline Bouvier, de casada Kennedy, después Onassis, siempre Jackie.

También aparecerá su personaje, aunque en un segundo plano, en El mayordomo (2013), el biopic de Lee Daniels sobre el jefe del servicio en la Casa Blanca, un funcionario negro que sirvió nada menos que a ocho presidentes, entre ellos JFK, cuyo asesinato estará dado con sordina, a través de la mirada del protagonista, Forest Whitaker, en la habitación en la que una desconsolada Jackie Kennedy, aún con el célebre vestido rosa manchado de sangre, llora su infortunio; Minka Kelly encarnará a la reciente viuda, mientras que su marido, el malogrado presidente, será James Marsden.


Bobby

Tras la muerte en acción de guerra de Joe y la de John F. Kennedy, ya presidente, en un magnicidio en Dallas, el tercer hermano varón, Robert Francis Kennedy, más conocido como Bobby, que ya había ocupado el cargo de Fiscal General (equivalente a Ministro de Justicia en Europa) durante el mandato de su hermano, será el encargado de retomar las aspiraciones de la familia. Se dice de Robert que era tan brillante como su hermano, tan preparado como él, tan carismático. Así debía ser, porque en 1968 iba como un cohete hacia la Casa Blanca, a punto de ganar las Primarias de su partido, el Demócrata, que le debía llevar, con toda probabilidad, a ser el segundo Kennedy en alcanzar el Despacho Oval.

Pero el 5 de junio de 1968 Bobby Kennedy, cuando se dirigía a dar un discurso en el hotel Ambassador de Los Ángeles, fue tiroteado por Sirham B. Sirham, un palestino que acusó al senador de tener una postura prosionista. Robert moriría al día siguiente, segándose con ello las esperanzas del sector más liberal de la sociedad norteamericana, con la que el entonces senador por Nueva York había trabajado de forma importante en defensa de los derechos civiles y de la minoría afroamericana.

Con toda seguridad la película que mejor describe no tanto el magnicidio (que también aparecerá, de todas formas), como las sensaciones de la sociedad americana en aquellos años finales de los sesenta, y de la esperanza que para ella representaba Robert Francis Kennedy, es Bobby (2006), inopinadamente dirigida por Emilio Estévez, en una de las escasas ocasiones en las que el actor se ha situado detrás de la cámara, en una feliz confluencia que concitó que su excelente guion y el notabilísimo elenco (Anthony Hopkins, Laurence Fishburne, Sharon Stone, Helen Hunt, William H. Macy, Harry Belafonte, Martin Sheen, Elijah Wood, entre otros muchos) diera como resultado una gran película, en la que un desconocido Dave Fraunces daba vida al senador que estaba a punto de morir.


Ted

Cuando Robert es asesinado, la sensación de maldición sobre el clan Kennedy es ya un lugar común: el tercero de los hijos varones llamados teóricamente a ostentar el poder y la gloria fallecía traumáticamente. Todas las miradas, también la del patriarca Joseph P. Kennedy (por aquel entonces postrado en silla de ruedas por una apoplejía, con sus facultades físicas muy disminuidas, y duramente golpeado por esta tercera baja en sus aspiraciones presidenciales familiares), se dirigen entonces hacia el cuarto vástago varón del matrimonio, Edward, más conocido como Ted. El más pequeño de los hijos del clan Kennedy era ya senador por Massachusetts, y parecía claro que sería el último cartucho de la familia para alcanzar de nuevo la Casa Blanca. Sin embargo, un oscuro incidente ocurrido en su estado natal, en la localidad insular de Chappaquiddick, truncó la que podría haber sido carrera presidencial de Ted.

Ese suceso, conocido históricamente como el “incidente de Chappaquiddick”, tuvo lugar en las mismas fechas, a mediados de Julio de 1969, en las que el ser humano por primera vez pisaba la Luna, en la misión del Apolo XI que comandaba Neil Armstrong. En esas fechas, Edward y varios colaboradores dieron una pequeña fiesta a algunas participantes en la campaña presidencial de Bobby, quizá con la no tan secreta esperanza de captarlas para la eventual futura campaña del propio Ted. Cuando el senador llevaba de vuelta a una de ellas, Mary Jo Kopechne, el coche se salió de la carretera cayendo al agua; Edward consiguió salir con vida, pero la secretaria quedó atrapada en el vehículo. La injustificable demora de Ted en alertar a las autoridades, lo que podría haber salvado a la mujer, supuso desde entonces un baldón que invalidaría (quizá para su alivio...) a Edward Kennedy en su carrera hacia el Despacho Oval.

Esa historia está bien contada por John Curran en la estimulante El escándalo Ted Kennedy (2017) --que nos ha proporcionado la excusa para hablar de la familia Kennedy en la pantalla en estos artículos--, con un notable Jason Clarke como el senador de Massachusetts al que tal vez aquel infausto suceso libró del envite, que el film reputa excesivo, de intentar emular a sus carismáticos hermanos John y Robert. El viejo Bruce Dern, en un pequeño pero jugoso papel, hace todo un alarde de talento, interpretando al viejo patriarca postrado en silla de ruedas pero aún con redaños para mandar sobre la familia, quizá sobre el país. Muy crítica con la postura conciliadora del poder establecido con respecto al absurdo, por no decir criminal comportamiento de Ted Kennedy, el film es una muy valiosa aportación a la mirada poliédrica que el cine y la televisión han dedicado a la familia norteamericana más famosa de todos los tiempos (quizá en denodada lucha con los Simpson: que no falte el humor...).

Ilustración: Natalie Portman como Jacqueline Kennedy, con el icónico vestido rosa aún manchado de la sangre de su marido asesinado, en una imagen de Jackie (2016), de Pablo Larraín.