Enrique Colmena

Hombre, no digo yo que Steven Spielberg esté feliz con sus dos Oscar de medio pelo, sobre todo porque el de Mejor Actor Protagonista para Daniel Day-Lewis estaba descontado, como dicen los analistas de Bolsa, y entonces resulta que ganar lo que se dice ganar de verdad sólo sería uno, porque el otro había alcanzado casi el título de Oscar honorífico, que no sé si es más para el actor que para el personaje: todos los días no se le puede dar un Oscar a un Padre de la Patria, sobre todo si es (junto a Washington) “el” Padre de la Patria (cuanta mayúscula, por Dios…). Pero es verdad que estar postulada a doce Oscars, como era el caso de Lincoln, y sacar sólo dos, es para recordar alguna noche aciaga (véase El color púrpura, allá por 1986, también spielbergiana, también machacada en la ceremonia de los Oscars: once nominaciones, ningún premio).

Bueno, pues mi tesis, no sé si acertada o, como con frecuencia me ocurre, errada (sin hache por ahora…), es que estos Oscars relativos a la cosecha de 2012 pero entregados en los primeros meses de 2013, han venido a contentar, más o menos a todos; vale, quizá con la salvedad de Spielberg y su película “bigger than life”.

Veamos (y se puso el tío unas gafas): La vida de Pi es verdad que optaba a nada menos que diez estatuillas, y llevarse sólo cuatro podría considerarse un fracaso. Pero no lo es, porque debe tenerse en cuenta, en primer lugar, que ha sido la película que más Oscars ha conseguido de esta edición, lo que la convierte, de facto, en ganadora numérica, y en segundo lugar, porque uno de esos premios ha sido al Mejor Director, para Ang Lee, uno de los indiscutibles premios gordos del evento, lo que hace palidecer cualesquiera otros galardones de la misma ceremonia, aunque todos tengan ese mismo aspecto envarado, como de haberse tragado una escoba, que tienen las estatuillas jolivudenses. Por cierto que Ang Lee consigue con éste su segundo Oscar al Mejor Director, tras el que obtuvo en 2006 con la magnífica Brokeback Mountain, honor ciertamente insólito en un cineasta no americano ni de lengua vernácula inglesa, como es el caso de este chino taiwanés.

Argo, que sólo ha conseguido tres de las siete estatuillas a las que era candidata, sin embargo se da con un canto en los dientes al haber obtenido (como todos los rumores apostaban previamente, es cierto) la correspondiente a la Mejor Película, que es lo más próximo al Premio Gordo de la Lotería en España: el no va más. Así que, aunque con menos Oscars que La vida de Pi, su éxito es incuestionable, máxime al tratarse de una intriga, género no demasiado apreciado por la Academia de Carcamales, uy, perdón, por la Academia de Artes y Ciencias Cinematográficas de Hollywood, en qué estaría yo pensando… Es cierto que ha jugado a su favor la astucia yanqui (tantas veces usada, tantas veces conseguida) de reescribir la Historia, y lo que fue una humillación internacional en toda regla, como fue la toma de la Embajada de Estados Unidos en Teherán en 1979, a manos del felón régimen de los ayatolás, convertirlo en una hazaña como de superhéroes, aunque vistieran la detestable moda de los años ochenta.

Los miserables optaba a ocho Oscars, pero lo cierto es que se puedan dar por satisfechos, a pesar de no haber conseguido ninguno de los premios de primera línea, porque todas las quinielas le daban, como mucho, algún galardón de pedrea: haber conseguido tres se puede considerar más que satisfactorio, sobre todo en un año en el que ha habido un reparto tan grande de los premios. Además, uno de ellos ha sido para Anne Hathaway, a la Mejor Actriz Secundaria (sí, ya sé que el nombre exacto es otro, pero éste es el que todo el mundo entiende), ganado a pulso, a base de quedarse canija como Twiggy para el papel de Fantine y sufrir lo indecible cantando I dreamed a dream

Django desencadenado optaba a cinco Oscars, pero todos sabíamos que sólo conseguiría alguno de segunda división, como así ha sido: el de Guión Original (¡y tan original!), para el propio Quentin Tarantino, y el de Mejor Actor Secundario, para Christoph Waltz, excelso en su papel de dentista-cazarrecompensas alemán, un papel bombón que este austríaco aprovecha al máximo; ya lo hizo en el anterior empeño tarantiniano, Malditos bastardos, donde en un rol diametralmente opuesto, estaba soberbio. Pero los films de Tarantino no gozan del favor de la Academia: sólo tres de sus películas como director han tenido nominaciones, siempre escasas para los méritos contraídos, y casi nunca correspondidas. Así que otro que con dos estatuillas estaba más que contento.

El lado bueno de las cosas optaba a ocho Oscars, y se ha llevado sólo uno, el de Mejor Actriz Protagonista para Jennifer Lawrence. Podría decirse que éstos no estarán demasiado felices con el resultado, pero lo cierto es que era vox populi en Hollywood y en los cenáculos cinéfilos que el notable filme de David O. Russell tenía pocas papeletas de llevarse algo más que alguna pedrea: y es que este romance esquinado, de seres inestables, este drama romántico que no se ajusta a los cánones tradicionales, y que se cachondea a modo de los fanáticos de la segunda (¿o es la tercera?) religión USA, el fútbol americano, era difícil que tuviera el beneplácito de los muy conservadores académicos de Hollywood.

Curiosamente, y en sentido contrario, la escasa repercusión en estatuillas de 34 centímetros que ha tenido la bastante patriotera y dudosamente democrática La noche más oscura, reconforta: sólo un galardón para el filme que reproduce la fantástica hazaña de tardar diez años en dar con el paradero del Enemigo Público Número Uno, que ya no era Dillinger sino Osama Ben Laden. Que este filme de Kathryn Bigelow, que narra con pelos y señales la peripecia de dar con (y, sobre todo, acabar con) el líder de Al Qaeda, haya sido recompensada con un mísero Oscar, además de cuarta categoría, nos reconcilia de algún modo con ese asilo de ancianos con pajarita que conforman mayoritariamente la Academia de Cine de Hollywood.

Amor, la única representante europea, ya estaba más que premiada con el Oscar a la Mejor Película en Lengua No Inglesa (vulgo Mejor Película Extranjera), y los otras cuatro nominaciones eran ya, de por sí, un premio. El extraordinario filme de Michael Haneke tiene entonces la oportunidad de llegar a más espectadores, a más públicos, y ésa es una magnífica noticia.

En definitiva, casi todos contentos. Y los que no lo están, pues a aguantarse.

Entre las anécdotas de la ceremonia, me quedo, por alusiones, con la segunda vez en estas galas yanquis en la que el presentadorzuelo de turno se mete con la supuesta mala dicción inglesa de actores de habla española, como hizo el mamón de Seth MacFarlane al presentar a Javier Bardem, Salma Hayek y Penélope Cruz con la bromita de “no entendemos lo que dicen, pero no nos importa porque son muy atractivos”. Porque además, MacFarlane copió un chiste similar que otro grasioso, Ricky Gervais, utilizó años atrás en una entrega de los Globos de Oro, en este caso menospreciando a Antonio Banderas y también a Salma Hayek, aunque aquella vez le salió el tiro por la culata, pues el malagueño, en un arranque de genio racial, le respondió declamando, en un español impecable, los bellísimos versos de La Hija del Aire, de Calderón, alguien a quien Gervais no entendería ni en español ni en inglés: para eso hace falta tener materia gris en el cerebro, no pasta de dientes…

En definitiva, (casi) todos contentos: claro que la temática troncal de la gala, por aquello de los premiables, era la esclavitud, y su extinción, y la reinterpretación de la Historia a conveniencia de los ganadores, o de los que se creen ganadores. Así las cosas, todos se quedaron felices de lo antirracistas que son (en teoría) y de lo bien que les ha ido en la Historia reciente (aún más en teoría): como para no estar contentos…

Pie de foto: Ben Affleck con su Oscar a la Mejor Película por Argo.