Pelicula: Definitivamente, Quentin Tarantino es oxígeno para el cine; se podrá estar de acuerdo, o no, con sus excesos, con sus disparates fílmicos, con su gusto por la desmesura y el grandguignol, pero lo cierto es que desde que en 1992 llamó poderosísimamente la atención con su debut en Reservoir dogs, no ha dejado de darle aire a un cine que hoy por hoy, sin él, sería distinto, bastante más serio (en su sentido peyorativo: triste, amorfo) de lo que es.

Tarantino sigue con su peculiar revisión de géneros, o de subgéneros, y ahora le ha tocado el turno al western. Más concretamente habría que hablar del espagueti-western, pues a esa variante itálico-española es a la que homenajea/tributa/parodia/remeda (táchese lo que no proceda, aunque me parece que todo procede…) en esta por lo demás, divertida, a fuer de desprejuiciada, Django desencadenado (la “de” es muda, como se encarga de repetir su protagonista).

Como es obvio, con Tarantino a los mandos, el resultado es algo inclasificable, que bebe sin recato en fuentes innúmeras, desde algunos sorbos del western clásico (en su parte de contenidos: el rescate de la mujer por parte de su hombre, la colaboración a todo trance del amigo fiel) con abundantes tragos del espagueti-western (formalmente, utilizando recursos del subgénero, desde los fulminantes zooms hasta los ralentíes en las escenas de acción; estilísticamente, con la abundancia de sangre y vísceras evisceradas, valga la redundancia, en las frecuentes balaceras; en contenidos, con personajes arquetípicos, de una pieza, blancos o negros, sin grises).

También, por supuesto, muestra sus bazas cultistas: el propio título juega con la contrafigura del Prometeo encadenado, el drama que la tradición atribuye a Esquilo. No digamos ya su fascinación por el universo nigger y los mitos de la blaixplotation, el cine de subgénero que durante la década de los sesenta y, sobre todo, setenta, hizo furor en la comunidad negra (vale, afroamericana, seamos políticamente correctos, hay que joderse…), y que está siempre presente en su cine, culminando en su Jackie Brown, que es blaixplotaition de luxe. No se pierdan de vista tampoco los afluentes de literatura popular del Oeste, como las novelas de Karl May.

Pero no hay que quebrarse demasiado los cascos en la búsqueda de guiños cinéfilos o cultistas: Tarantino es siempre dado a hacer un crisol, una mezcla abigarrada, donde todo sirve, todo vale, siempre que el resultado sea estimulante. Aquí la historia del cazarrecompensas alemán que libera al esclavo Django y, en pago a su colaboración para cobrar varias piezas, le ayuda a recuperar a su hembra, está sembrada de toda suerte de disparates que, sin embargo, funcionan en un conjunto que no se reputa realista sino con frecuencia surrealista.

Mención especial para el elenco de intérpretes: Jamie Foxx hace el que probablemente sea el personaje de su vida, por encima incluso del mítico Ray Charles al que dio vida en Ray; Christoph Waltz se confirma como uno de los actores de mayor carisma de su generación, en un personaje bombón, el de dentista-cazarrecompensas (o viceversa) con peculiar sentido de la justicia, pero en el fondo un hombre honesto y, sobre todo, un amigo leal hasta, literalmente, la muerte; Leonardo DiCaprio hace uno de los esclavistas más repugnantes que se han hecho en cine (y mira que los ha habido cabrones…), en franca rivalidad con el que aquí también compone Samuel L. Jackson, confirmando el dicho español de que no hay mejor cuña que la de la misma madera, un negro que odia a los negros y ama su papel de esclavo de los blancos, en una suerte de aberrante síndrome de Estocolmo; entre el extensísimo reparto de actores que aparecen en algunos casos apenas unos segundos, nos quedamos con los cameos de Bruce Dern o Franco Nero, éste en otro guiño al espagueti, pero también de otros veteranos como Robert Carradine o, visto y no visto, Russ Tamblyn, inolvidable en Siete novias para siete hermanos y West Side Story.

Película no apta para prejuiciosos y gente afín al purismo, Django desencadenado termina siendo una muestra desenfadada, abracadabrante, definitivamente outsider, sobre un género, el western (mejor un postwestern: es sabido que el género clásico feneció junto a John Wayne en El último pistolero, de Don Siegel, en 1976), del que este filme, a la manera de la arquitectura gótica, supondría su expresión flamígera o florida, aquélla que deja atrás al clásico para internarse en terrenos pantanosos como la desmesura y el barroquismo, que pueden gustar, o no, pero desde luego no dejan indiferente.

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167'

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Django desencadenado - by , Jan 27, 2013
3 / 5 stars
Postwestern flamígero