El último pistolero

Hay películas en las que, por encima de su calidad intrínseca, priman circunstancias personales de quienes intervienen en ella. En El último pistolero, por ejemplo, se sabía que era la última película de John Wayne, atenazado ya por un cáncer en fase terminal. Es por tanto, la película/testamento de un actor muy característico, cuya personalidad se sobrepuso con frecuencia a los papeles que interpretaba. Y quizá no casualmente, El último pistolero es también, con toda probabilidad, el canto del cisne de un género, el “western”, tocado de muerte ya desde hacía varios años.

Un famoso pistolero, envejecido y enfermo, llega a Carson City para acabar sus días en esa ciudad. Sin embargo, su fama le precede y en su cementerio de elefantes tendrá que enfrentarse con los últimos adversarios de su vida.

Don Siegel, el formidable director de La invasión de los ladrones de cuerpos, Código del hampa o Fuga de Alcatraz, dispuso esta película como una elegía nostálgica de los grandes “westerns”, con su peculiar y característico ritmo, y con todas las constantes del género. El tono crepuscular gobierna la cinta, estimable por lo que cuenta, por cómo lo cuenta y por quien se hace prácticamente un metafórico harakiri en pantalla.

Además de la presencia impresionante de un Wayne casi moribundo, aparece un buen número de viejas glorias de Hollywood, sabedoras todas de que éste era el último filme del viejo “cowboy”. Así, aparece la siempre hermosa Lauren Bacall, el decrépito pero todavía digno James Stewart, y secundarios tan buenos como John Carradine y Richard Boone. Como curiosidad, aparece por allí, en un papel de cierta entidad, Ron Howard, un actor infantil de Walt Disney que años más tarde sería exitoso director comercial de películas como Splash, Cocoon o Willow.