La intrahistoria de esta película es casi tan interesante (o incluso más...) que la propia película. Steven Spielberg, tras foguearse en televisión en series como Audacia es el juego o Colombo, consiguió un pequeño gran éxito con Duel, en España titulada El diablo sobre ruedas (1971), TV-movie que en Europa se estrenó en cines, con apreciable estimación, un thriller percutante sobre cuatro ruedas. Cuando debutó en cine lo hizo a lo grande, con Tiburón (1975), que fue un auténtico bombazo comercial y también de crítica, e hizo a Spielberg popular de la noche a la mañana. Como su siguiente film, Encuentros en la Tercera Fase (1977) fue otro gran éxito, la industria de Hollywood creyó haber encontrado a su rey Midas y le dio carta blanca para su siguiente proyecto.
Pero este, 1941, resultó ser un fiasco de marca mayor, y hundió temporalmente a Spielberg, que durante dos años no pudo hacer nada; menos mal que su amigo George Lucas le produjo En busca del arca perdida (1981), con el que Hollywood le devolvió el crédito perdido.
1941 fue un disparate desde su propia concepción, con un protagonismo coral y un argumento tirando a desvaído y marciano, una historia ambientada en el año del título, en el que la ciudad de Los Ángeles se encuentra bajo la histeria del reciente ataque a Pearl Harbor; en ese contexto, una serie de carambolas convertirán el lugar en un auténtico paisaje de lunáticos.
Todo fue desmesurado en este costosísimo (para la época...) film, incluido su tremendo fracaso, aunque la verdad es que no se lo merecía, porque la historia, aunque tirando a loca, tenía su intríngulis. Sin ser uno de los grandes Spielberg, tampoco es para tirarlo al cubo de la basura. Notable y nutrido reparto, en el que destacan, entre otros, Christopher Lee y John Belushi. La música, como casi siempre en Spielberg, la compuso John Williams, aunque su “score” no haya quedado en la memoria popular, como tantos otros que hizo para el cineasta judío.
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