El problema de esta película es que ya estaba hecha. La primera vez, en carne viva, en vivo y en directo, el propio día 23 de Febrero de 1981, cuando aconteció el intento de golpe de Estado; a los que lo vivimos no se nos olvidará nunca; esa primera puesta en escena, como un “reality-show” brutal (cuando no se sabía lo que era tal cosa), nos golpeó a partir de las seis y media de la tarde, cuando empezamos a enterarnos, por televisión y, sobre todo, por radio, de que se estaba produciendo en el Congreso un hecho que podía cambiar nuestras vidas radicalmente. Las primeras noticias, primero confusas, después inequívocas, sobre la toma por las armas del parlamento español por un grupo de guardias civiles al mando del teniente coronel Tejero, fueron continuadas por el conocimiento de que el capitán general de Valencia, Milans del Bosch, decretaba el estado de sitio en su región y sacaba los tanques a la calle, y que un destacamento militar tomaba Prado del Rey, entonces sede de Televisión Española; el discurso grabado del Rey, al filo de la una de la mañana, tomando claro partido por la Constitución y el mantenimiento de la democracia, hizo respirar más tranquilo a un país al borde del infarto. Luego vino, al día siguiente, la rendición de los asaltantes, la gigantesca manifestación en las calles en apoyo de las libertades públicas y, en días, semanas, meses sucesivos, el desvelamiento paulatino de la conspiración para transportar al país a su más negra etapa, la del franquismo.
Así que esa primera (y auténtica) película sobre lo que la Historia conoce como el 23-F ya estaba hecha, de forma imbatible. Pero es que además, en 2009, se hizo una miniserie de televisión de dos capítulos, titulada 23-F: El día más difícil del Rey, con dirección de Silvia Quer, que fue todo un éxito, tanto de público como de crítica, por poner en imágenes satisfactoriamente aquellos dramáticos momentos, además con un muy entonado reparto de gente excelente, desde Lluís Homar como el monarca a Emilio Gutiérrez-Caba como Sabino Fernández Campos, Juan Luis Galiardo como el general Armada o José Sancho como Milans del Bosch.
Así las cosas, esta puesta en escena en pantalla grande de aquel mismo suceso, cuando la miniserie televisiva ya había tenido un excelente seguimiento de audiencia (seis millones de espectadores, lo que para España, aquí y ahora, con la fragmentación de la TDT, es un auténtico “boom”), no dejaba de ser un tanto suicida. Habrá que ver el comportamiento en taquilla del filme, pero puedo asegurar ya que, ni de lejos, llegará a esa cifra mágica de seis millones de almas ante los televisores; es fácil acertar: sólo Los otros, como película española, ha llegado a esa cifra, y hoy es inimaginable un éxito como aquel.
Aparte de la cuestión de oportunidad, desde el punto de vista cinematográfico, esta 23-F. La película es inferior a su antecesor televisivo: aunque tiene momentos logrados, en los que la tensión se masca en el ambiente, como en el enfrentamiento pistola en mano entre Tejero y el general Aramburu, director general de la Guardia Civil, o en el propio asalto al Congreso (por primera vez vemos a los guardias civiles arrollando a los policías de guardia de la entrada), o en la archiconocida entrada al hemiciclo (aquí resuelta con bastantes más tiros de los que realmente se dieron, que fueron 37 –los agujeros se conservan en la Cámara, no es que yo los contara…), escenas todas ellas en las que se consigue sobrecoger el ánimo del espectador, sobre todo si vivió eso en su momento, lo cierto es que el conjunto no termina de funcionar adecuadamente, como si los elementos conjugados no casaran bien unos con otros.
Quizá Chema de la Peña no era el más adecuado para llevar adelante como director este proyecto: sus antecedentes, filmes extra-sistema como Shacky Carmine, o que entroncan directamente con la comedia más gamberra, como Isi/Disi. Amor a lo bestia, no eran las mejores credenciales para acometer este empeño, que requería seriedad, rigor y personalidad creativa. Qué decir entonces del guionista, Joaquín Andújar, bragado libretista de algunas de las peores comedias del último cine español, tales como La daga de Rasputín, El oro de Moscú o Desde que amanece apetece.
Así las cosas, nos quedamos con los mentados momentos de genuina tensión, así como con algunos actores cuya interpretación engrandece el filme, como la que Juan Diego hace del general Armada, un personaje sinuoso, ambiguo, al que el actor de Bormujos insufla credibilidad: como diría Picasso de Gertrude Stein, con el tiempo, el Armada que recordaremos será este con los rasgos del actor sevillano.
Tenía mis dudas sobre la idoneidad de Paco Tous como Tejero, teniendo en cuenta el reciente antecedente cómico del actor gaditano en la serie televisiva Los hombres de Paco. Sin embargo, el intérprete saca adelante su papel con solvencia y profesionalidad, siendo uno de los puntales del filme. No terminaré sin recordar que Fernando Cayo hace por tercera vez de rey Juan Carlos: este hombre debería ser recibido en audiencia por el monarca, ¿no les parece? Así tendríamos el placer de ver el original y la copia (aunque con bastantes años de diferencia) juntos en una fotografía impagable…
(26-02-2011)
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