El éxito comercial (456 millones de dólares de recaudación en todo el mundo, sólo en salas de cine) y artístico de 300, la adaptación de la novela gráfica homónima de Frank Miller llevada a la pantalla por Zack Snyder en 2006, hacía presagiar que, no tardando mucho, habría nuevas aportaciones a este universo épico de la Grecia clásica teñido de la iconografía del siglo XXI. Curiosamente han pasado casi ocho años hasta que se ha estrenado esta continuación, dando tiempo incluso a que se rodara mucho antes la parodia del original, titulada Casi 300 (2008), que jugaba desvergonzadamente sobre todo con las evidentes lecturas filogays que la película de Snyder contenía, con tanto varón con cuerpos esculpidos como si fueran el Apolo de Fidias, con más abdominales de los que nadie supondría que existían en el ser humano.
No deja de ser curioso también que 300: El origen de un Imperio se ambiente cronológicamente antes, durante y después de la primera y primigenia película, de tal forma que asistimos a parte de la batalla de Maratón, que es anterior a la de las Termópilas (centro y eje de 300), pero también a un tiempo histórico coetáneo al de esa batalla, con nuestro héroe para esta película, el ateniense Temístocles, preparándose para la batalla de Salamina, y posteriormente ya en la propia batalla. Así que estamos ante una precuela (aunque la palabra no existe, la cinefilia la ha hecho suya y todo el mundo la entiende), una paracuela (este palabro me lo acabo de inventar: sería una acción que transcurre “paralelamente” a la historia de la que parte y de la que es continuación) y una secuela (puesto que acontecen sucesos posteriores a los desarrollados en la historia primitiva): ya lo sé, un lío.
300 consiguió crear un universo propio, que sería imitado hasta la saciedad, y que ahora el equipo original recrea en una nueva aportación temática, para la ocasión con el mismo origen: un cómic de Frank Miller, ese artista responsable de apogeos como el de Daredevil en los años ochenta o del resurgir de Batman entre los noventa y los años cero del siglo XXI, y de la puesta de moda de los guerreros clásicos griegos en sus cómix 300 y Xerxes, siendo éste último la obra sobre la que se ha basado Zack Snyder para escribir el guión del filme, cuya dirección ha dejado en manos de Noam Murro, un cineasta israelí de corta carrera que, sin el genio de Snyder, mantiene sin embargo el tipo y recrea adecuadamente el universo imaginario ideado en el filme primigenio.
Hay una curiosidad en la génesis de esta película: hay una base histórica (las batallas de Maratón y Salamina, durante las Segundas Guerras Médicas, en las que los atenienses y buena parte del resto de los griegos se batieron bravamente contra las huestes muy superiores del rey-dios Jerjes --y previamente de su padre, Darío--), trasvasadas a una novela gráfica por Frank Miller, que obviamente se pasó por el forro el rigor histórico (hablamos de cómix, qué diablos…), para después ser reelaborada en un guión por un cineasta con mundo propio (el mentado Snyder) y ser llevado a la pantalla por un cineasta más o menos novato con lenguaje cinematográfico muy influenciado por la imaginería del videojuego: todo un gazpacho (un crisol, dirían los cursis), pero ciertamente bien orquestado.
Soy de la opinión que esta nueva aportación al universo espartano-ateniense clásico baja un peldaño en su interés: Murro no es Snyder (véase de éste, además de 300, su espléndida Watchmen para entender de qué estamos hablando), pero también que, aun bajando en las expectativas, el resultado es interesante. Hay escenas que entroncan directamente con el imaginario creado por 300, como las formidables escenas de guerra marina; eso sí, con barcos que no tienen mayormente relación con las embarcaciones reales de la época; pero eso poco importa, cuando de lo que se trata es de crear un universo distinto, donde la realidad no tiene por qué tener cabida. También el paisaje después de la batalla (de las Termópilas) tiene una gran fuerza visual: los guerreros espartanos, literalmente asaeteados hasta morir, componen un friso como de templo griego, merecerían ser atlantes que soportaran sobre sus hombros el peso inmortal del Partenón.
300: el origen de un imperio tiene otras virtudes: la relación entre el general ateniense Temístocles y la comandante persa Artemisia, que respira por la herida de las vejaciones infligidas por los griegos, echa literalmente chispas, una tensión sexual no resuelta, o resuelta a medias, que obligará a los que pudieran haber sido fogosos amantes a ser archienemigos a muerte.
Película finalmente vistosa, aunque es cierto que sobran algunos “speeches” de corte épico que suenan como a frases-para-la-historia, el filme de Murro mantiene el tipo y consigue el reencuentro con el confortable universo de los héroes helenos pasados por la batidora de la PlayStation… Eso sí, estos atenienses debían pasar muchas menos horas en el gimnasio que sus colegas espartanos, porque tienen bastante menos abdominales que los lacedemonios…
300: El origen de un Imperio -
by Enrique Colmena,
Mar 16, 2014
2 /
5 stars
Menos abdominales...
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