El cine nos ha familiarizado con unos cómics fundamentalmente infantiles o, como mucho, juveniles: desde Superman a Spiderman, los grandes superhéroes del siglo XX (antes no existían, o se llamaban El Cid, y no eran novelas gráficas, sino poemas en castellano antiguo…) eran personajes de fácil entendimiento, pueriles encarnaciones más o menos idealistas del Ser-Que-Todo-Lo-Puede, trasunto de Dios, imaginado por sus autores para arreglar los muchos entuertos causados por el propio ser humano. Consecuentemente con ese concepto infantiloide, se popularizaron estereotipos como la doble identidad, la dicotomía en la misma persona de humano/débil vs. superhéroe/imbatible, se vistió a los superhéroes con mallas y leotardos, dotándolos de un involuntario toque homo, y se consiguió una notabilísima identificación del espectador con esta curiosa personificación de salvadores de (por qué no decirlo) cierto tufillo algo/bastante autoritario.
Es cierto que Batman, sobre todo en la última lectura que ha realizado Christopher Nolan en El caballero oscuro, es un superhéroe adulto, con temas de mucha mayor enjundia que el de sus compañeros de fatigas, pero también que es una raya en el agua: lo habitual es el descerebramiento de Los 4 Fantásticos o todo lo más las payasadas de HellBoy. Se dio un paso adelante con los X-Men, mutantes torturados por sus superpoderes, pero seguía siendo un cómic de consumo masivo y, por tanto, sin profundizar demasiado en sus conceptos fundamentales, tales como la soledad del diferente.
Por eso, cuando en 1986, Alan Moore, como escritor, y Dave Gibbons, como dibujante, publicaron las primeras historias de Watchmen, el mundo del cómic fue sacudido como seguramente no lo había sido desde el inicio de su andadura, en los años treinta con Superman. Los superhéroes de Moore y Gibbons eran cualquier cosa menos infantiles, y su influencia en el cómic se dejó sentir de inmediato: los personajes comenzaron a hacerse más complejos, y la filosofía no les fue ajena.
Ahora Watchmen llega al cine, y habrá que convenir en que su adaptación a la gran pantalla ha sido un éxito, al menos en cuanto a la calidad artística de la versión cinematográfica (ya veremos qué pasa con el éxito crematístico, aunque la recaudación en el mercado yanqui-canadiense del primer fin de semana, con más de cincuenta y cinco millones de dólares, parece indicar que ha tenido una buena aceptación). Zack Snyder, el director que finalmente se ha llevado el gato al agua (ha sido un proyecto que ha dado muchas vueltas), ha conseguido su objetivo, hacer una versión del cómic sin caer en la mera ilustración, pero tampoco haciéndolo irreconocible: quién conozca el cómic disfrutará viendo esta estimulante adaptación, llena de hallazgos visuales y conceptuales.
Los personajes de Watchmen son ciertamente fascinantes: me quedo, claro está, con el Dr. Manhattan, el científico que tras ser alcanzado por una descarga brutal de energía es desmaterializado para convertirse en lo más parecido a un dios sobre la Tierra, un “deus ex machina” (para el caso, el generador de energía que lo desensambló) con poder omnímodo sobre la materia, a la que puede modificar a su antojo. Ese gigante azulado de aspecto afable y voz suave es, con toda seguridad, el superhéroe más potente que se haya creado jamás: no ya por sus facultades omnipotentes y omniscientes, sino por su compleja perfección intelectual, un filósofo desnudo (como los machadianos hijos de la mar), con músculos como recién salido de un gimnasio, demediado entre el Bien y el Mal, el Deber y el Poder, el Medio y el Fin: vamos, lo ideal para la caterva de zagalones que habitualmente asalta, armada de palomitas y colas, las salas donde se proyecta este tipo de cine…
Pero los otros superhéroes no le andan a la zaga, y tienen irisaciones de verdadero interés: el llamado Rorschach, un individuo permanentemente encapuchado bajo una máscara blanca en la que bailan ominosas manchas como de loquero, un hombre traumatizado por una infancia bajo la férula de una madre puta que no era precisamente de puta madre, casi patológicamente convencido de la necesidad de, siempre, hacer lo correcto, aunque ello le cueste, literalmente, la vida; o el llamado El Comediante, un superhéroe que aprovecha sus poderes para dar rienda suelta a su disoluta alma, un dandy oscuramente perverso; o el denominado Ozymandias, dotado de velocidad vertiginosa, mente pluscuamperfecta y una solapada pluma, que concibe el plan definitivo para que los seres humanos dejen de matarse entre sí, aunque para ello tenga que inmolar a varios millones de ellos…
Watchmen no alcanza la perfección que roza, y precisamente no llega a ella porque, intermitentemente, y con el peso sin duda considerable de 100 millones de dólares de presupuesto, el director Snyder se ve en la obligación de dar escenas de lucha que se correspondan con el perfil bajo de las masas que atestarán las salas. Aparte de ello, estamos ante una de las más interesantes propuestas que se hayan hecho jamás en el cine basado en el cómic; seguramente nada de lo que se haga a partir de ahora, tras las visiones adultas de la mentada El caballero oscuro y este Watchmen, será igual que antes. Aunque, a qué dudarlo, los tíos en leotardos volando seguirán apareciendo, de vez en cuando, con la idea fija de llenar la faltriquera a los mercachifles (uy, perdón, los productores…) que las han propiciado…
(14-03-2009)
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