Alps

De Giorgos Lanthimos se pudo ver en España hace un par de años una muy curiosa película, Canino, no tanto porque fuera cine muy bueno como por la peculiaridad de su historia, en la que una pareja concibe la (disparatada, es cierto) idea de aislar a sus tres hijos del mundo exterior, desde su mismo nacimiento, para preservarlos de los peligros externos, en una metáfora sobre la represión más que interesante, aunque en su exposición Lanthimos no anduviera fino.

Ahora, con esta Alps, el cineasta griego vuelve a presentarnos un tema asaz particular, un pequeño grupo de seres humanos (un médico, una enfermera, una gimnasta rítmica y su entrenador) que concibe la idea de, como forma de percibir otros ingresos al margen de su actividad profesional, crear un grupo secreto, al que denominan Alpes (de ahí el título del filme), que se dedica, por una módica cantidad, a sustituir a seres queridos que han fallecido, una forma de aliviar el trance trágico de las desapariciones por defunción.

Como en Canino, aquí también lo más interesante es el tema: estamos entonces ante un grupo mercenario que se presta a sustituir a muertos, pero los problemas comenzarán cuando uno de sus componentes, la enfermera, empieza a empatizar con los familiares de los difuntos a los que sustituye, implicándose emocionalmente con ellos y saliéndose del estricto guion marcado por el médico, cabeza visible y tótem represivo de esta peculiarísima empresa clandestina.

Pero Lanthimos, tan interesante como guionista como algo pedestre como director, no consigue redondear la faena. Su cine es más bien tosco, demasiado funcional, carece de personalidad más allá de algunos detalles de buen cine que, en general, quedan sepultados por sus maneras carentes de estilo. No obstante, en general se trata de una película curiosa, que indaga sobre las necesidades emocionales del ser humano en este descreído siglo XXI, y cómo las imposturas, finalmente, terminan pagándose de una forma u otra.