CRITICALIA CLÁSICOS
Disponible en Filmin, Mubi y Pluto TV.
[En la muerte de Alain Delon, recordamos al actor francés con la crítica de una de sus mejores películas]
René Clément fue uno de los más interesantes cineastas franceses especializados en el thriller, en su vertiente de “film noir” o, como llaman los galos a su variante autóctona, el “polar”. En su filmografía destacan varios títulos de estas características, como Juegos prohibidos (1952), ¿Arde París? (1966), y sobre todo, este A pleno sol, que se suele considerar, con razón, como su obra maestra.
La película parte de la novela The talented Mr. Ripley, publicada en 1955 por Patricia Highsmith, que ya por aquel entonces había visto como su primera obra llevada a la gran pantalla, Extraños en un tren (1951), de Hitchcock, había tenido notable éxito. El film plantea la historia de Tom Ripley, un buscavidas norteamericano al que un viejo ricachón de su tierra, Mr. Greenleaf, le encarga que consiga que su hijo Philippe, a la sazón amigo de Tom, vuelva a Estados Unidos y abandone la vida de molicie que lleva en la Costa Azul italiana. Tom y Philippe se hacen inseparables, aunque ambos son de clases muy distintas: Tom, un muerto de hambre con muchas ganas de ascender en la escala social; Philippe, un niño de papá sin interés por nada que no sea divertirse. Cuando Philippe amaga con despegarse de Tom, este concibe la quizá no tan disparatada idea de matarlo, hacer desaparecer el cadáver y, eventualmente, hacerse pasar por el asesinado para vivir su vida de lujo y caprichos...
René Clément plantea la película como la historia del Don Nadie que quiso ser alguien, incluso Alguien, con mayúscula: una persona con todos los lujos a su alcance, sin problema económico alguno, con una mujer bella que le quiere incluso a pesar de los malos tratos que le infligía su amigo Philippe, una persona para el que la vida es placer y felicidad. Ese interés por el desclasamiento será el motor de las acciones de Tom Ripley (que después, en la pluma de Highsmith, volverá a aparecer en otras historias, como esta, también bastante esquinadas), y también finalmente su perdición, aunque en ello influirá poderosamente esa fuerza de la naturaleza llamada azar, si bien el final de la novela difiere del de la película, siendo el del libro más abierto, más cínico, aunque con algún rescoldo a lo Raskolnikov.
La mirada de Clément es inmisericorde hacia estos parásitos, no ya hacia Tom, al fin y al cabo un pobre diablo con ansias de medrar, sino sobre todo hacia el personaje de Philippe, un diletante, un tipo que hace de la molicie su ocupación diaria, un hedonista que, además, resulta ser un miserable que disfruta haciendo gamberradas a gente con deficiencias físicas, y además ejerce una intolerable violencia contra su novia; el hecho de que, además, trate a Tom como el “parvenu”, el advenedizo que realmente es, carga aún más las tintas sobre su personaje para hacer más fácil que su alevoso asesinato no resulte repulsivo al espectador. Con ello Clément consigue, como era de esperar, que el público se identifique con el asesino, en un tiempo en el que la diferenciación entre buenos y malos en cine solía ser muy clara. En ese sentido, A pleno sol es muy moderna, muy ambigua en casi todo, incluso en las relaciones entre Tom y Philippe, que parecen tener un cierto, aunque muy velado, tono homoerótico. Es curioso porque esa relación entre Philippe y Tom recuerda muy libremente (aunque con final distinto) la del joven príncipe Henry con su amigo Falstaff en la tragedia shakespeareana Enrique V.
Formalmente, la película tiene un excelente ritmo, con una puesta en escena elegante, con clase, con una trama astutamente urdida, plena de tensión bien sostenida, sin forzar, en la que, tras matar a Philippe, Tom habrá de jugar, con habilidad y cierta dosis de suerte, al juego del ratón y el gato con la Policía, con Marge, la novia de Philippe, con el amigo millonetis de este, que le desprecia, y hasta con la familia de su amigo asesinado, que llega también a la Costa Azul en busca de su hijo, en un complejo proceso de impostura que, sin embargo, siempre resulta verosímil, a pesar de la dificultad de mantener esa falacia durante mucho tiempo.
Clément muestra cierto regusto costumbrista sobre los pueblos costeros aquí reflejados, presentando imágenes de mercados populares, ambiente callejero, procesiones... En ese sentido, el film tiene escenas urbanas magníficas, con escenarios naturales de ciudades italianas de los años sesenta en la Costa Azul, los años de “la dolce vita”, lo que juega a favor de la peli, que desprende una contagiosa “joie de vivre”, una alegría de vivir, en una película luminosa que tiende a identificarnos con (y disculpar el crimen de) Tom.
Entre los intérpretes, notable trabajo de Alain Delon como el hombre que quiso ser rey (metafóricamente hablando, claro: ser rico en lugar del rico), y Maurice Ronet, aunque algo talludito para el papel (tenía 33 “tacos” cuando lo hizo, y supuestamente era un indolente veinteañero...), también resulta convincente. Peor está Marie Laforêt, tan hermosa y con unos ojos tan bellos como endeble, muy endeble como actriz, en su primer trabajo delante de una cámara. En un pequeño papel con apenas una frase aparece Romy Schneider, antes de convertirse en una de las actrices fundamentales de su tiempo.
Esta novela de Highsmith tuvo una posterior adaptación al cine, titulada en España El talento de Mr. Ripley (1999), con dirección de Anthony Minghella, muy inferior a la de Clément. Recientemente el director y guionista norteamericano Steven Zaillian, ejerciendo como creador, filmó una nueva versión, en formato de miniserie, también interesante (y distinta), con el título de Ripley (2024).
(28-12-2020)
118'