CRITICALIA CLÁSICOS
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El cine policíaco catalán, cuyos máximos exponentes fueron Julio Salvador, Julio Coll y Francisco Rovira Beleta, tiene en Francisco Pérez-Dolz a otro de sus interesantes cultivadores. Lo malo es que Pérez-Dolz sólo pudo hacer un film de estas características (el otro, El mujeriego, era una comedia sin mayor interés), pero con este único filme lo cierto es que hizo historia.
A tiro limpio partía inicialmente de un guion, que se modificó antes de presentarlo en Censura, en el que los protagonistas eran resistentes políticos izquierdistas, pero pronto sus autores se dieron cuenta de que en esos términos no prosperaría, convirtiéndolos en delincuentes comunes, si bien hay algunos pasajes, muy sutiles, que sugieren que tienen una determinada ideología política, y no precisamente afín al régimen franquista.
Dos delincuentes, uno maduro, español, y el otro joven, francés, llegan a Barcelona. Ambos tienen algún tipo de relación que no se explicita; convencen a un antiguo amigo, también perito en crímenes, para que vuelva con ellos a dar un golpe con el que enriquecerse, pero necesitan a un cuarto, que es el que aporta las armas. El primer golpe no termina como esperaban, así que preparan un segundo y definitivo…
A tiro limpio, dentro del panorama del cine español de los primeros años sesenta, fue sin duda una rarísima ave: los protagonistas son malhechores, sin intención alguna de redimirse, y se mueven en ambientes de marginación que el cine oficial (prácticamente todo el que se hacía en la época) no osaba tocar: así, en una de las secuencias aparece, sin género de dudas, una casa de citas, un “meublé”, como se dice en catalán, y de las habitaciones son sacadas violentamente las parejas en ropa interior: realmente llamativo en un cine pacato para el que el sexo no existía y, si lo había, tenía que ser dentro del matrimonio y, por supuesto, sin aparecer ni remotamente en pantalla indicio alguno de ello.
Con un formidable ritmo narrativo que no se podía esperar de un cineasta novel como Pérez-Dolz, A tiro limpio es una de esas joyas recuperadas del cine español, un film que en su momento fue pésimamente distribuido y mal acogido por la crítica, absolutamente ciega ante lo que era una más que entonada aportación de nuestro cine al policíaco, bebiendo fecundamente del género negro norteamericano y francés, además de tener también evidentes irisaciones neorrealistas. La vampiresa que vive de su cuerpo pero está enamorada del protagonista, aunque le hace desprecios cosméticos, es otro de los atractivos elementos en un film que, encima, se permite sugerir una velada relación homosexual entre dos de los protagonistas, el maduro español y el joven francés, que el director y los guionistas disfrazan haciendo que el muchacho muestre deseos lascivos hacia la vampiresa. Con buenas escenas de acción, en una época en la que el cine español en ese aspecto solía ser ridículo, A tiro limpio es una gozosa película que nos enseña lo que podría haber sido un más que interesante género negro a la española si las autoridades de la época no hubieran estado tan faltas de miras, tan sectariamente ideologizadas, tan rabiosamente puritanas.
José Suárez, que fue uno de los galanes más populares del franquismo hasta que se especializó en tipos duros, compone aquí un delincuente deseoso de dar el golpe definitivo y huir de la mediocridad de su vida, pero leal a la mujer que ama y al amigo al que ha implicado en el atraco. Luis Peña, también galán del cine franquista, hace aquí de tipo melifluo, de maneras encantadoras pero con más mala leche que la bruja de Blancanieves, un personaje ambiguo que en su momento debió impactar poderosamente en el público. María Asquerino es la convincente mujer de la vida que ama no tan secretamente al protagonista e imagina una existencia muy diferente junto a él, lejos y nadando en la abundancia.
Como curiosidad, también transgresora, uno de los personajes, la madre del cuarto atracador, dice sus diálogos totalmente en catalán (cuando el dulce idioma de Josep Pla estaba proscrito…), y el personaje francés lo hace en su lengua vernácula, a pesar de los cual todos se entienden perfectamente aunque el resto hable en castellano… En eso Pérez-Dolz también fue un adelantado: ese mismo experimento lo hizo Manoel de Oliveira en 2003, cuarenta años después, en Una película hablada…
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