Una película hablada

Quién iba a decir que Manoel de Oliveira, siempre tan dedicado a sus mundos, iba a hacer, con Una película hablada, una reflexión sobre el mundo actual, y concretamente sobre el choque de civilizaciones que supone la actual guerra (llamemos a las cosas por su nombre) entre Occidente y el fundamentalismo islámico. Casi todo el metraje se dedica a lo habitual en Oliveira: una digresión, con frecuencia entretenida, aunque también a veces algo plasta, en este caso sobre la civilización clásica mediterránea, desde la cristiana Portugal a la musulmana Turquía, pasando por la helénica Grecia (perdón por el pleonasmo...), Roma y Egipto.

Todo ello con la excusa de un viaje en barco, entre el placer y la docencia, que emprende una profesora lisboeta de Historia y su hija de pocos años, travesía en la que la madre encontrará físicamente los adorados lugares sobre los que tantas veces ha hablado, y la hija descubre un mundo fascinante en la palabra de su madre y de otras personas que se prestan a servir como improvisados y corteses cicerones de sus culturas.

Pero ya casi al final, y entre conversaciones babélicas entre Deneuve, Malkovich, Sandrelli y Papas, se llega a una metáfora que parece predecir el fin de la civilización occidental tal y como la conocemos: Oliveira, pesimista, se inclina por pensar que esa guerra de culturas la tenemos perdida, y que además no saldrá gratis en vidas y dolor, como ya estamos viendo.

Esa falta de costumbre de que el provecto cineasta portugués hable de cosas hodiernas (y jodidas, si se me permite el casi calambur) pilla de sorpresa, y el final trágico, que no destriparemos, nos coge con el paso cambiado, tras las largas peroratas de los cultísimos personajes, tal vez ellos mismos ya formando parte del pasado que parece decir Oliveira que son.

Así que éste es el fin, viene a decir el director de Oporto: quién nos lo iba a decir. Claro que, pensándolo bien, qué mejor augur que alguien que, casi con cien años, tiene todavía la cabeza tan lúcida como para hacer cine con la frescura de un treintañero...

(25-06-2004)