La vida personal y profesional de John Woo es en verdad azarosa: nacido en la China nacionalista de Chiang Kai-shek, en los estertores de la Guerra Civil de aquel país, la victoria del Partido Comunista hizo que su familia, de profundas creencias religiosas, huyera a la (entonces) colonia británica de Hong Kong. El joven John tuvo una infancia muy dura económicamente hablando, pero ya de joven consiguió introducirse en el mundo del cine en su ciudad de adopción y hacerse un nombre, primero como director de comedias y después como reputado especialista en cine de acción. Tanto fue su prestigio en esa faceta que Hollywood se fijó en él y lo fichó para varios títulos de ese corte, desde Blanco humano, con Van Damme en la plenitud de su carrera, hasta Face/Off, con los astros Travolta y Cage.
Ahora vuelve curiosamente al país que le vio nacer, la China Popular (aunque entonces era Nacionalista), para esta gran superproducción de 80 millones de dólares. Pero la apuesta no ha salido todo lo bien que debería. Ya sabemos que Woo no es precisamente un superdotado del cine de emociones, sino un experto en coreografiar la violencia. Pero aquí no estamos “stricto sensu” en un filme de acción, sino más bien bélico, con grandes batallas que parecen habérsele atragantado al cineasta hongkonés. Hombre, es cierto que se aprecia la pericia del cineasta en las escenas de lucha, pero lo hace mejor en las distancias cortas que cuando tiene que manejar grandes ejércitos, lo que ocurre quizá con demasiada frecuencia. Además, quizá embriagado con el poder visual que propicia la infografía, se excede en los volúmenes de soldados y de naves; hay en particular un plano, en el que se recorre la flota a través del Río Amarillo, que es absolutamente disparatado: no ha habido tantos barcos en el mundo como se ven en ese plano, qué barbaridad…
Además, las relaciones entre los personajes no se puede decir tampoco que sean interesantes: un poco de amistad entre los gerifaltes, un poco de amor un punto putón (esa esposa del jefe asediado que acude, cual Helena de Troya –de “Tloya”, habrá que decir…-- o Judith, no sé cual, hasta la guarida de su Paris u Holofernes, según proceda), su ración de ambición en el primer ministro que acaricia no tan secretamente deponer al Emperador para sustituirlo, y poco más. No es que Acantilado rojo sea un mal filme; su problema, como suele suceder en este tipo de megaproducciones, es que el tamaño se come a la película, y lo que debía ser una historia convincente y verosímil se troca en un denodado esfuerzo en poner en pie un proyecto elefantíasico, y por ahí se van todas las fuerzas. Hay cosas interesantes, como la siempre bella coreografía marcial de Woo, en la que es todo un maestro, o el curioso juego de colores que es tan típico de la cinematografía china. Pero no es suficiente, y al final queda la sensación de que la montaña parió un ratón en vez de un tigre.
Acantilado rojo -
by Enrique Colmena,
Mar 25, 2010
2 /
5 stars
Helena de "Tloya"
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