CRITICALIA CLÁSICOS
Disponible en Prime Video y Movistar+.
Algún lector estará pensando que la cosa iba de trenes, y ahora resulta que va más bien de barcos, pero la explicación es sencilla: no es la cinta la que va a navegar sino su realizador, el londinense Alfred Hitchcock, que a estas alturas de su carrera tenía ya 25 largometrajes que lo convertían en el autor más popular en su país. Había terminado Posada Jamaica, según la novela de Daphne du Maurier, y que contaba como protagonista con Charles Laughton, oscarizado en 1933 por su papel en La vida privada de Enrique VIII, bajo la dirección del gran pope del cinema británico Alexander Korda. Pero -lo que es más importante-, el magnate David O. Selznick ya había acordado con él su paso a Hollywood, tras un par de importantes premios al director concedidos por el New York Times y la Asociación de Críticos de Nueva York, y el éxito en USA de la primera versión, pocos años antes, de El hombre que sabía demasiado, en 1934, que el maestro volvería a rodar en 1956 -ahora ya en color- y con James Stewart y Doris Day.
Antes de adaptar la más truculenta historia de Du Maurier, y afortunadamente para los seguidores de Hitch, todavía había tenido tiempo para rodar otra película antes de cruzar el océano, esta The lady vanishes (La dama desaparece) en su más ajustado y elegante título original. La historia se desarrolla en un imaginario país centroeuropeo (que algunas fuentes denominan "Brandika" y localizan en los Balcanes) en vísperas de la Segunda Guerra Mundial, y en buena parte tiene ese regusto de su autor por un escenario muy concreto como lugar de la trama, como veríamos más tarde en Náufragos, de 1944, o más claustrofóbicamente en La soga, de 1948, Aquí no llegamos a tanto, pero ciertamente es el tren quien protagoniza toda la parte esencial de la ingeniosa trama.
Antes de montarnos en él, tenemos un largo prólogo de casi media hora de metraje, motivado porque una imponente nevada y un alud impiden que el convoy pueda circular, y eso obliga a sus futuros pasajeros a pernoctar en el hotel de la estación. El guión (revisado e inspirado por la esposa de Hitchcock, la imprescindible Alma Reville) aprovecha para irnos presentando a un variopinto conjunto de personajes. Y la verdad es que allí hay de todo, pero enseguida conoceremos a nuestra rica heroína, Iris, que con dos amigas va hacia Londres para casarse con un noble, cosa que la fastidia bastante. Pero en el modesto hotel hay de todo: espías, asesinos, bondadosas damas, timadores, baronesas siniestras, falsas monjas, héroes enamorados y tramposos magos... toda una fauna que acabará dentro del tren.
Ya en ruta conocemos mejor a Iris, y allí casualmente tropieza con una amable señora con la que simpatiza enseguida, pero cuando luego quiere consultarle algo no hay manera de encontrarla, nadie la ha visto nunca y a ella la toman por loca. Surge la ayuda a través de Gilbert, un joven que ha estado estudiando el folklore de la región, y el único que le ayuda. Hay unos planos maravillosos en los que la preocupada muchacha cree ver en cada uno de los pasajeros el rostro de la lady desaparecida. Y todos pueden ser sospechosos de un crimen, mientras los jóvenes van pasando de la simpatía mutua a algo más profundo, con una simpática escena en el vagón de equipajes.
Técnicamente se resuelve muy bien el movimiento del tren, con transparencias en los vagones que nos hacen creer que está auténticamente desplazándose y el espectador acaba identificando y calando esta barahúnda de gente, en la que todos acaban vigilándose y sospechando entre sí. Mientras la música de Louis Levy y Charles Williams, o la fotografía -muy contrastada- de Jack E. Cox apoyan el aspecto técnico de la película, demostrando la habilidad de la realización de esta historia compleja. En el tramo final la peli adquiere un tono belicoso y aventurero, con tiroteos, huidas por un bosque de algunos de los malos, y culminando todo con la llegada a Londres.
Entre los actores destaca sin duda Margaret Lockwood, en su papel más famoso, dado que enseguida encauzó su trabajo hacia el teatro (donde hizo una gran carrera), junto a un entonces muy joven y excelente Michael Redgrave, que luego dará toda una famosa saga familiar al cine y los escenarios ingleses. Pero también aparecen muchos rostros habituales como Cecil Parker, Dame May Whitty o Paul Lukas, al que le toca interpretar el rol más antipático. Y como colofón es obligado decir que sí, que aparece don Alfredo, esta vez en la escena final, fugazmente, corriendo con un abrigo negro y fumando un puro, en medio de la bulla de la estación londinense, a la que llegan héroe y heroína. Y alguien ha dicho (a propósito de esta cinta) que Hitch no siempre quiere protagonistas rubias, como comprobamos ante la belleza morena, juvenil y sonriente de Margaret Lockwood...
(26-01-2025)
96'