Una de las características del cine de Hitchcock fue su continua búsqueda de fórmulas que llamaran la atención del espectador, ya fueran mediante cuestiones técnicas, recursos cinematográficos o trucos de guion. También lo sería con cosas que en su momento se reputaban poco menos que imposibles, como era el plano secuencia. Hoy día, ya al final del primer cuarto del siglo XXI, rodar un film sin corte alguno, en un solo plano, en plano secuencia, no es imposible; de hecho, se han rodado varias películas así, aunque en algunos casos falseando el concepto (el cine digital permite maravillas como poder cortar y empalmar sobre una imagen y que no se note nada: véanse, por ejemplo, 1917, Hierve o Birdman). Pero a finales de los años cuarenta del pasado siglo eso era poco menos que una entelequia, sobre todo porque cada rollo de filmación no excedía los 10 minutos de duración, con lo que, en teoría, era imposible rodar de un tirón los 90 minutos del metraje estándar en la época.
Pero Hitchcock, siempre buscando sorprender al público, acometió ese desafiante proyecto, tomando como base la obra teatral homónima de Patrick Hamilton, que había contemplado en un teatro inglés. Ese drama teatral estaba basado de forma muy libre en un famoso asesinato real que tuvo lugar en 1924, cuando dos estudiantes asesinaron a un compañero, un suceso en el que el cine se ha inspirado para hacer varias películas; además de esta La soga cabría citar la estupenda Impulso criminal (1959), de Richard Fleischer, y la bastante menos interesante Asesinato... 1-2-3 (2002).
Para solventar el problema del rollo de filmación de 10 minutos como máximo, Hitch se inventó la argucia de rodar planos de esa duración y acabarlos de tal manera que no se notara el empalme; para eso sirvieron las espaldas de algunos actores, o la parte posterior de algún mueble, que al moverse la cámara dejaba unos segundos en negro la pantalla, momento en el que se empalmaba el siguiente plano, pareciendo que no había corte.
La historia comienza con un plano general de la calle, visto desde dentro de un apartamento; cuando la cámara gira hacia adentro, vemos a dos chicos, Brandon y Phillip, estrangulando con una soga (la del título, claro...) a un compañero universitario, David. Cuando terminan de cometer el crimen, lo depositan en un arcón que tienen en medio del salón; esa tarde/noche se celebra una pequeña fiesta en el apartamento, en el que viven los dos chicos; a esa fiesta acudirán, entre otros, la novia de David, y supuestamente éste también, aunque ya sabemos que no irá, claro...; los padres de David, y un antiguo profesor de Filosofía de Brandon y Phillip, Rupert Cadell, al que los muchachos toman como referencia vital y que, en sus enseñanzas, les habló de Nietzsche, teorizando sobre la posibilidad de que el asesinato de seres inferiores fuera lícita para mejorar la especie, para llegar a ese mítico superhombre que imaginó el filósofo alemán. La fiesta se desarrolla con normalidad, aunque Brandon, un tipo sobrado, no cesa de coquetear con la posibilidad de que se descubra el macabro contenido del arca sobre el que están comiendo todos, mientras que Phillip, mucho más nervioso, no cesa de imaginar que los descubren. La inexplicada ausencia de David preocupa a su novia y a los padres del muchacho. Cadell, por su parte, empieza a notar que el extraño comportamiento de Brandon y Phillip quizá oculte algo terrible...
Es curioso porque, con el tiempo, Hitchcock abjuró de este procedimiento del plano secuencia, entendiendo que con ello se abolía el poder del montaje que consideraba (y no estaba desencaminado, por supuesto) la esencia misma del cine. Pero también curiosamente, el film, que en su momento no fue demasiado bien acogido, con el tiempo ha ido ganando en la estima de la crítica y de la cinefilia, y hoy por hoy su consideración está solo por debajo de las incuestionables obras maestras del cineasta (Vértigo, Los pájaros, Psicosis, Encadenados), pero a la par de pelis hitchcockianas tan apreciadas como Con la muerte en los talones, La ventana indiscreta, Recuerda, Falso culpable, o El hombre que sabía demasiado (versión 1956). Y es que La soga ha envejecido muy bien. Hitch, ladinamente, no hizo nada por ocultar su origen teatral (esto hoy sería el colmo de la modernidad...), colocando la cámara en el lugar que habitualmente ocupa el público en el teatro, en esa cuarta pared que los cineastas de hoy día están locos por romper, cuando el cine permite utilizarla en su propio beneficio, como es el caso.
Porque Hitch, utilizando el plano secuencia, fue capaz de, sin embargo, conseguir unas muy apreciables dosis de suspense simplemente con los movimientos de cámara, los diálogos de los intérpretes, las miradas esquivas pero llenas de intencionalidad de los asesinos que los demás no saben que lo son, y sobre todo, con una utilización inteligentísima de la profundidad de campo y del fuera de campo, aquí astutamente usados para que el espectador se tense paulatina pero implacablemente ante la posibilidad (a la vez deseada y rechazada por el público, en una dicotomía atroz) de que los chicos sean descubiertos en su abyecto crimen. Y todo ello ocurre con el arcón de marras delante de todos, es como tener “el elefante en la habitación”, en una suerte de suspense "sostenutto". Mención aparte para el tratamiento del lenguaje cinematográfico desplegado por Hitch, que alcanza la categoría de virtuosismo cuando Cadell, ya en el desenlace del film, va reproduciendo, solo con su voz y el movimiento de la cámara, el supuesto recorrido de los asesinos con David antes de matarlo, en un recurso extraordinariamente creativo.
Otro de los aciertos de Hitch será la descripción de los dos asesinos, con lo que pronto conoceremos al dedillo sus caracteres: Brandon es el dominante, soberbio, seguro de sí mismo; Phillip es el sumiso, inseguro, dubitativo y nervioso, en una relación amo-esclavo apenas velada, una relación que, desde luego, apunta a algo más que una mera amistad: ambos reproducen el esquema del macho dominante y la hembra sometida, en una relación homoerótica sugerida por algunos detalles: aparte del lenguaje corporal de ambos entre sí, hay evidencias tales como que ambos viven en la misma casa (y no es que compartan piso para ahorrar, que son de familias adineradas), se van de viaje juntos... vamos, lo que viene siendo una pareja con todos sus avíos, también sexuales, aunque eso ni por asomo se atisba: estamos en 1948, el rígido código de censura Hays sigue plenamente vigente, y una película con una relación homosexual ni siquiera velada era inimaginable, y menos en un film comercial con vocación de llenar los cines.
Otro de los puntos fuertes del film es la ambigua filosofía en la que se apoyan los jóvenes (Brandon, mayormente; el otro es un papafrita que le sigue la corriente), confundiendo una teoría que, como todas las teorías, es una pura entelequia, con algo tangible y real, que se puede practicar. Nietzsche está muy bien para debatir sobre él, para hablar de su influencia en el pensamiento del ser humano, etcétera, pero de ahí a llevar a la práctica sus ideas más cuestionables hay un abismo (creo que el propio filósofo estaría de acuerdo con esta afirmación...). Estamos hablando del asesinato como una forma de arte, el crimen perfecto, que permitiría a los hombres (porque en esto las mujeres no pintaban nada...) superarse y llegar al estadio de ese mítico (e imposible) superhombre. Una teoría que, digámoslo ya, es tan aberrante que resulta sorprendente que pudiera tener acogida (aunque el crimen de los chicos permitirá al profesor abjurar de ella) en una producción comercial yanqui de finales de los cuarenta... Eso sí, su aplastamiento dialéctico tendrá lugar a través de un poderoso discurso de Cadell, lleno de humanismo, sobre la igualdad de las personas, ciertamente mucho más creíble en sus palabras que las teorías supremacistas que supuestamente mantenía su personaje. Y es que James Stewart, el actor que lo interpretaba, era el epítome de la bonhomía en el cine de la época, y pensar que pudiera, ni por asomo, creer en la posibilidad de que matar a un semejante no fuera un crimen, es ciertamente difícil... quizá en eso habría que criticar la elección del magnífico intérprete: tal vez un Cary Grant, un Bogart, o incluso un Gregory Peck, hubieran sido más creíbles en este personaje...
Los actores que interpretan a los asesinos, John Dall y Farley Granger (ambos homosexuales, por cierto), dan bien sus papeles; el segundo interpretaría también para Hitch la muy interesante Extraños en un tren, sobre la novela de Patricia Highsmith.
(15-01-2025)
80'