Pelicula:

A finales de los años setenta el cine de terror conoció un “revival” que incluyó singularmente un renacer (si es que la palabra es la adecuada, dado el sujeto en cuestión...) del vampiro como mito que engarzaba inmortalidad, perversidad y también erotismo, ya no necesariamente soterrado como en la época de los Dráculas de Bela Lugosi o Christopher Lee.

En esa racha de películas sobre no-muertos se hicieron obras curiosas, como el Nosferatu, vampiro de la noche  (1979), el peculiar remake que hizo Werner Herzog sobre el clásico de Murnau, con un Klaus Kinski más bien pasado de vueltas, pero también Drácula (1979), de John Badham, con un Frank Langella como elegante y seductor galán de colmillos demasiado largos.

Pero junto a esas obras estimables Hollywood también perpetró, como cabría pensar, algunas tonterías, como esta comedieta, más bien astracanada, en la que el elegante Drácula es expulsado de su querida Transilvania por los esbirros del todopoderoso Ceaucescu, el temible “conducator” de la dictadura comunista rumana (hablamos de antes de que a este “cerdo le llegara su San Martín”, como dice el cruel proverbio español...) Llegado a la frívola Nueva York, habrá de enfrentar su “charme” de chupasangre con clase, su exquisitez de no-muerto con mucho estilo, a la barahúnda de una ciudad chiflada, caótica, a la ciudad que no duerme nunca que cantaba Sinatra.

Buscando conservar el esquema original del mito vampírico y las pautas establecidas por Bram Stoker en su famosa novela, aparecen los equivalentes modernos de Van Helsing y Mina, verdugo y amada, respectivamente, del aristócrata de colmillos largos, pero ahí se acaba el parecido. A la larga, la gracia se diluye y es mortalmente (nunca mejor dicho) sustituida por el tedio.

Fue el segundo largometraje de su director, Stan Dragoti, un neoyorquino de ancestros albaneses, tras Dispara, Billy, dispara (1972), olvidado western sobre la figura de Billy el Niño. Sus escasas películas posteriores, tras el éxito en taquilla de esta elemental Amor al primer mordisco, continuaron por los senderos de la comedia simplona y escasamente ambiciosa.

George Hamilton, al que por aquel entonces se le había pasado ya el arroz tras su primera y estupenda etapa en los años sesenta, en la que estuvo a las órdenes de Vincente Minnelli en films como Con él llegó el escándalo (1960) y Dos semanas en otra ciudad (1962), y de Louis Malle en ¡Viva María! (1965), entre otros, parecía en esa época ya estar en una fase de irremisible declinar de su estrella, aunque el éxito comercial de esta comedia draculina le volvió a poner en órbita, lamentablemente casi siempre en esta misma senda de chorradas superficiales. Solo en dos ocasiones, en El Padrino III, de Coppola, y en Un final made in Hollywood, de Woody Allen, Hamilton volvió a brillar como el actor elegante y seguro que un día fue.


Dirigida por

Género

Nacionalidad

Duración

96'

Año de producción

Amor al primer mordisco - by , Jul 10, 2019
1 / 5 stars
Un chupasangre con clase