Retenida en su momento por la censura española, presentada más tarde en el Festival de Cannes, Ana y los lobos fue acogida en forma polémica por la crítica seria española. Ya el hecho de ser un film de Saura le otorga una significación y una importancia que otras producciones lógicamente no tienen, ya que la filmografía de este autor es, al margen de que se estime o no su cine, una de las más importantes de la historia del Cine Español.
Siempre desgarrado por el afán testimonial o temático y una estilística que le llevaba al surrealismo y a la simbología, Saura quemó sus últimos cartuchos en El jardín de las delicias, obra de gran calidad que se resentía de una disociación entre unos apuntes naturalistas y el uso claro de claves para interpretar, todo ello arropado por una indudable perfección formal.
Aquí, en Ana y los lobos, Saura se pasa descarada y para mí acertadamente al gran guiñol, a la vieja tradición del esperpento, un esperpento intelectualizado y distanciado, pero finalmente ibérico. Porque su film es un puro esquema, como muchos le acusan, pero un esquema consciente y asumido por su autor para desde él darnos una simbología y un discurso asequible, casi diáfanos.
Esta familia hispánica presidida por un puro símbolo físicamente deshecho, con su encargado de mantener el orden interior, su maníaco sexual, su místico religioso y su pasiva representación femenina, se ve sacudida por la presencia extraña y extranjerizante de Ana, un elemento retador y tentador, que provocará una inicial disputa entre todos, pero que acabará también provocando su unión in extremis para salvaguardar los valores familiares.
Esto tan claro lo presenta Saura en símbolo, en claves, pero sin distorsionarlo tanto como para que su carga crítica se desvanezca, porque en la cinta flota una puesta en escena que nos hace familiar todo aquello que hace conectar al espectador con la cosmovisión que está contemplando.
Con un gran trabajo actoral, su envoltura humorística, su visión de socarronería y madurez, termina finalmente de aportar a Ana y los lobos un tono de representación, de teatraería medievalista muy apropiada a los fines del autor, haciendo del film una crítica válida, actual y personal de la España nuestra de cada día.
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