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La figura de Carlos Saura es la más interesante que existe en el panorama cinematográfico a nivel nacional y con mayor repercusión y proyección internacional. Saura es un autor, en toda la extensión de la palabra, que se ha hecho a sí mismo.

Tras su conocimiento de Luis Buñuel, a quien ha declarado que considera su maestro, a quien tiene un respeto, a quien admira e incluso ha otorgado el tributo de su consideración al dedicarle alguna de sus obras, y al que hasta presenta como actor en su película Llanto por un bandido, le convierte al mismo tiempo en un seguidor fiel, en un discípulo aventajado del gran aragonés de talla universal.

Saura sigue sus pasos, pero con personalidad propia y crea sus películas con una cosmovisión particular e íntima, sin dejarse llevar por modas ni por el capricho de los productores, que buscan un cine comercial en el más elevado tanto por ciento. Saura se mantiene incólume, impertérrito en su postura, que ha logrado prestigio no sólo con los dos Osos obtenidos en el Festival de Berlín, que le pueden situar en una postura cómoda ante la crítica mundial, sino que triunfa hasta en su propia patria, en contra del dicho de que nadie es profeta en su tierra. Y no creemos que haya logrado tener a su lado a las altas esferas cinematográficas del país, como lo demostró el hecho de haberse quedado en tierra su película El jardín de las delicias cuando estaba ya designada para representar a España, una vez más, en el veterano certamen germánico.

Su trayectoria como realizador es clara. Desde Los golfos, Llanto por un bandido, La caza, Peppermint Frappé, Stress es tres tres, La madriguera, hasta El jardín de las delicias, ha llevado una línea clara y ascendente. Confieso que si en las primeras películas, y me refiero a las tres citadas en primer lugar, Saura no había logrado convencerme, sí lo hace en las restantes, quizá con el único lunar que supone una baja en su producción con Stress es tres tres, más floja, que posiblemente suponga tan sólo un compás de espera, para comenzar una segunda etapa más madura en su carrera con sus dos películas, La madriguera y El jardín de las delicias. No creo que sea un ídolo de pies de barro que caiga fácilmente, aunque tal vez algunos críticos hayan intentado, con esta cinta, tirarle abajo de su pedestal, honrada y limpiamente alcanzado.

No es tampoco Saura el realizador oportunista que adopta una postura de autor comprometido, tanto en su temática como en su estilo, poniéndose a la altura de los directores que marcan la moda en un momento determinado y que, como tal moda, es caduca en sí, si no tiene una base firme.

En El jardín de las delicias, Carlos Saura vuelve al extraño mundo creado en La madriguera, quizás con la desventaja de ser más difícil en esta ocasión, menos lúcido, mientras que en el film anterior el resultado podía incluso ser más brillante. Se jugaba en La madriguera con los sueños, con la ficción, con la realidad, pasando de un plano a otro sin apenas ser advertido por el espectador, lo que suponía un juego entretenido y atractivo cuando se participaba en el mismo, cuando se entraba a jugar con el realizador. Aquí es más complicado aún. Es meterse en el alma de una persona y ver, desde su interior, el mundo que le rodea, observándolo desde su privilegiada postura del ser enfermo al que el egoísmo de los demás trata de volver al podrido mundo del que salió. Por eso el protagonista, cuando toma conciencia de ello, renuncia y prefiere quedarse en su jardín de delicias, de recuerdos, de sueños, donde el mundo propio puede ser cambiado a voluntad y a capricho, como el creador-artista que tiene en sus manos un trozo de arcilla maleable para crear la figura apetecible, con mayor o menor perfección, como humanos que somos y sometidos por ello al error. Pasa de ser niño a vegetal y a ser pez mudo que surge del agua, como expresa con estas palabras al final de la película.

Junto a esto, Saura tiene la oportunidad de volver a hacer un periplo crítico de la sociedad española, partiendo del caso particular y generalizándolo en cuanto le es posible y le dejan. Quizás el único y posiblemente mayor defecto de Saura sea el de haberse quedado demasiado encerrado en su caparazón, en su hermetismo, y no darse un poco más a los demás, para que así le comprendan más fácilmente, al intelectualizar fríamente su obra.

La cinta posee un buen equipo realizador, desde el productor, Elías Querejeta, pasando por la fotografía de Luis Cuadrado y la música de Luis de Pablo, hasta la colaboración de Rafael Azcona en el guión.

Mención aparte merece la extraordinaria labor interpretativa de un actor genial que nos demuestra aquí, una vez más, esa faceta dramática que lleva dentro: José Luis López Vázquez es alma y vida del film en muchos aspectos.

A estas alturas, Carlos Saura podrá ser para algunos un director polémico, pero no cabe duda de que es, posiblemente, el mejor realizador-autor que posee España actualmente.


El jardín de las delicias - by , May 18, 2023
4 / 5 stars
Pez mudo que surge del agua