Angry Birds es un popular videojuego finlandés creado en 2009, lanzado al mercado por la empresa finesa Rovio, con gran éxito, hasta tal punto que a mediados de la siguiente década las cinematografías norteamericana, finlandesa y canadiense se aliaron para llevar a la pantalla sus aventuras en formato fílmico. Con un presupuesto de 73 millones de dólares, su recaudación mundial multiplicó casi por 5 esa cifra, lo que dio pie a que tres años después se rodara una secuela, Angry Birds 2 (2019), ya con un éxito más moderado.
Esta primera película de la saga se centra en los personajes ya conocidos del videojuego, fundamentalmente Red, un pájaro cardenal con muy malas pulgas, cuyos monumentales enfados terminan por hacer que sea condenado a rehabilitación (por un juez llamado, ejem, Peckinpah...) en un establecimiento especializado en tratar a pájaros furiosos, de ahí el título original. Red vive en un país donde los pájaros no vuelan, una especie de microcosmos en clave de fábula que reproduce muchas de las debilidades y también alguna que otra fortaleza de la sociedad humana, como suele suceder en estos casos. El protagonista será el único que, cuando llegue una nueva civilización de cerdos verdes (lo de verde quizá se deba a que imaginariamente es el color de los marcianos, en general de los alienígenas tratados de forma más bien infantil), se dé cuenta de que las intenciones de estos recién llegados no son precisamente benéficas, mucho menos filantrópicas...
Angry Birds. La película busca evidentemente (aparte de reventar las taquillas, objetivo primigenio y en este caso más que aceptablemente conseguido), hablar de la furia y cómo gestionarla, en un claro mensaje hacia esos niños, que cada vez parecen abundar más, que hacen del capricho y la rabieta sus dos únicas formas de relacionarse con el resto de la humanidad, familia incluida, para su tormento.
Hay también un interesante tratamiento del tema de los superhéroes, con un águila endiosada en cuyos poderes la comunidad aviar deposita sus esperanzas, aunque pronto se darán cuenta de que hay mucha "posse" y poca capacidad real para actuar, y que serán ellos, la gente de a pie, sin prodigiosas facultades de ningún tipo, los que tengan que sacar las castañas del fuego.
Bien rodada, con dirección de Clay Kaytis, veterano animador de Disney, lo que es una garantía de enjundia formal, y Fergal Reilly, que ha trabajado más con otro gran estudio, Columbia, pero también fue el responsable del “storyboard” de esa maravilla titulada El gigante de hierro (1999), la película tiene unos estándares de calidad más que razonables, el mensaje llega nítido a los niños (otra cosa es que le hagan caso...), y los padres, sufridos acompañantes, pueden pasar un más que agradable rato sin complicaciones con las trapisondas de este pájaro cardenal con tendencia a encresparse más de la cuenta por un quítame allá esas pajas. Menos positiva es la idea sibilina de que los que vienen de fuera (en este caso los cerdos alienígenas) lo hacen con la intención de metérnosla doblada, valga la metáfora algo ruda pero que se entiende, lo que podría considerarse, quizá, como una cierta xenofobia que no casaría demasiado bien con estos tiempos (realmente, con ninguno...).
(13-07-2021)
97'