Charlie Kaufman es uno de los guionistas más peculiares de los últimos años en Estados Unidos. Suyos fueron los guiones de filmes tan insólitos como Adaptation. El ladrón de orquídeas, Cómo ser John Malkovich, Confesiones de una mente peligrosa y ¡Olvídate de mí!, en todos los cuales la realidad se desmaterializaba en universos extraños en los que la memoria, literalmente, se desvanecía, se podía entrar físicamente en la mente de otros, o se combatía el miedo a la página en blanco mediante sicalípticos polvos de exóticas flores. Con esos antecedentes, está claro que este su segundo largometraje como director (tras Synecdoche, New York) no iba a ser una historia simple.
Anomalisa plantea un día en la vida de Michael Stone, quien ha obtenido fama y prestigio como autor de libros de autoayuda, en especial uno que habla sobre la mejor forma de atender al cliente (desde el punto de vista empresarial, se entiende…). Ese día viaja a Cincinatti para dar una conferencia; en esa ciudad, once años antes, tuvo una novia con la que rompió abruptamente. Su intento de reencontrarse con ella fracasa, pero entonces encontrará por casualidad a una mujer, imperfecta pero que, quizá por ello, le fascina. Esa imperfección contrasta con la rara exactitud de los rostros, de las voces, de las formas de hablar, de todos los demás personajes…
Podría considerarse Anomalisa como una metáfora del síndrome de Asperger. El protagonista ve a todos los demás (incluido su mujer y su hijo) como seres exactamente iguales, una uniformidad sofocante que le hace rechazar su interacción con ellos, y de la que quiere huir a través de la imperfección de su nuevo y efímero amor, de nombre Lisa, a la que pasará a llamar Anomalisa precisamente por esa falta de perfección que Michael considera amable (en su acepción de tener capacidad para ser amado). La falta de empatía con el resto de la humanidad, la búsqueda incesante e infructuosa de la emoción, pero también la anoxia sentimental, son los temas de este filme extraño, raro hasta decir basta, con pocas (por no decir ninguna) concesiones a la galería, donde los personajes parecen extraídos de una obra de Kafka o de Ionesco. Las alusiones no son ociosas: en Anomalisa hay rastros evidentes de dramas como El proceso, del escritor checo, o El rinoceronte, del autor rumano.
Codirige Duke Johnson, que aporta el know how (como dicen ahora los cursis) en la animación mediante stop-motion, con un dibujo que resulta tan extraño como el propio contenido: las figuras son a la vez humanas e inhumanas; la buscada impostación de los personajes, con esos rostros en los que se marcan las líneas de unas máscaras que parecen indicar que bajo ellas hay algo más, aporta una sensación de extrañeza, como de sueño, que conviene a esta película rara como ella sola.
Kaufman, auténtica alma mater del filme (basado en la obra teatral homónima que escribió bajo el seudónimo de Francis Fregoli), se vuelve a confirmar como uno de los valores más peculiares del cine actual, un hombre con cosas (extrañas) que decir. Que el éxito le acompañe, o no, es otra cuestión. Pero por el mero hecho de hacer filmes tan extravagantes (a la vez tan desolados) como éste, ya merece la pena seguirle la pista.
90'