El cineasta sueco Lasse Hallström, afincado en Estados Unidos desde hace una década, tiene una filmografía USA ciertamente curiosa, con títulos tales como ¿A quién ama Gilbert Grape?, Las normas de la casa de la sidra o Chocolat, todas ellas insufladas de un agradable aliento de libertad. Generalmente suele acertar, aunque en la última se le iba la olla con tanto cacao.
Pero en su nuevo filme, este Atando cabos, a Hallström se le deben haber congelado las meninges, porque resulta bastante flojo; sobre la novela de E. Annie Proulx, nos cuenta la historia de un pobre diablo casado con un putón verbenero que le adorna la testa a modo, y cuya muerte (la de la buscona, no la suya) le hará volver a la tierra de sus ancestros, Terranova, en la que el calzonazos se dará cuenta de que allí hay más misterios de los que corresponde a tan fría tierra.
Pero casi nunca lo que va encontrando este memo nos termina de interesar, y eso que la novelista ha dejado vacío el cajón de las ideas, acumulando desde un incesto hasta un pasado familiar de piratas, fantasmas con perros blancos, viudas falsas, lesbianismo en la tercera edad (vulgo vejez) y casas que se mueven solas. Un rosario de extravagancias que podrían haber dado cada una para una película, pero que juntas constituyen un batiburrillo aburrido, porque Hallström no termina de dar con la clave de una historia con demasiadas líneas argumentales en las que el espectador termina preguntándose qué es lo que le están contando, si es que le cuentan algo.
El espléndido reparto, con intérpretes oscarizados (Kevin Spacey, Judi Dench) y otros que han sido candidatos (Cate Blanchett, Pete Postlehwaite), no consigue levantar un filme casi siempre penoso, aunque hay que reconocer la siempre impecable factura del cine industrial USA. Pero, a estas alturas, eso no es mérito alguno; a este tipo de productos, como al soldado el valor, hay que darle por supuesta la solvencia profesional. Si ésa termina siendo su única virtud, es como si no tuviera ninguna.
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