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Kenneth Branagh lleva más de treinta años en la cresta de la ola, desde que llamó poderosamente la atención como director y protagonista de Enrique V (1989), vigorosa adaptación del shakespeariano drama homónimo. Desde entonces se ha hecho un nombre dentro del cine (también del teatro, desde luego), así que llegado a los sesenta años ha decidido volver la vista atrás y hacer su película más personal, esta Belfast que, sin ser estrictamente autobiográfica (hay elementos bastante diferenciales con respecto a su propia historia), sí comparte muchas de sus propias circunstancias personales y familiares de la época, como la edad del protagonista en la fecha de los hechos narrados o la necesidad de la familia de salir con urgencia de la capital norirlandesa por una cuestión de supervivencia ante el cariz de violencia que estaban tomando los acontecimientos en la lacerada ciudad “north irish”.
La acción se inicia en el verano de 1969, en un barrio popular de Belfast en el que conviven en armonía católicos y protestantes, mezclados en calles y plazas sin problema alguno. Las disensiones entre ambas comunidades, azuzadas como siempre por los manipuladores de turno, hacen que esa convivencia pacífica empiece a saltar en pedazos y los miembros de una y otra comunidad religiosa (pero también política: los católicos son, en general, proclives a la unión con la República de Irlanda, los protestantes a seguir formando parte del Reino Unido) se enfrenten en luchas sin sentido. En ese contexto conocemos a Buddy, un niño de 9 años que forma parte de una familia cuyo padre, obrero manual, trabaja durante largos períodos en Inglaterra, mientras su madre se encarga del hogar, y tiene un hermano mayor, preadolescente, además de sus abuelos paternos, ya bastante mayores. Buddy tendrá que aprender pronto que las cada vez más difíciles relaciones entre las dos comunidades van a marcar indeleblemente su vida futura, obligando a la familia a emigrar cuando las cosas se ponen para ellos verdaderamente feas, al no aceptar involucrarse partidariamente en una guerra entre hermanos, entre amigos, entre gente que han convivido ancestralmente hasta que los “haters” de turno (que entonces no se llamaban así, pero lo eran) decidieron hacer trizas esa convivencia.
Tiene Belfast, evidentemente, un tono muy personal, aunque el Buddy protagonista no sea literalmente el pequeño Ken que frisaba en 1969 su misma edad pero no sus mismas circunstancias. Pero sirve, por supuesto, para este hermoso, también melancólico homenaje que se ha marcado Branagh sobre los que se fueron, los que se quedaron, los que se perdieron, como dice la dedicatoria final, una mirada no exenta de nostalgia hacia un tiempo en el que todo era más fácil, hasta que pelear ficticiamente con amigos con una espadita de madera y una tapa de cubo de basura como escudo se convirtió en una auténtica batalla campal permanente en la que, o eras de un bando o eras del otro, sin posibilidad de poder ser lo que siempre has sido, una persona normal que solo quiere vivir y dejar vivir.
Branagh, no vamos a descubrirlo ahora, es un buen director, y en esta Belfast se le ve especialmente implicado, lejos de los grandes “blockbusters” que ha puesto en escena, como Thor (2011) o Cenicienta (2015), en una realización en la que se aprecia que ha puesto especial interés en la dirección de actores, que brilla con el pequeño Jude Hill interpretando al niño protagonista, muy fresco y creíble, pero por supuesto resplandece con dos de los grandes de la pantalla británica, Ciarán Hinds y, sobre todo, la gran Judi Dench: solo por verlos a ambos en sus deliciosos papeles de abuelos entregados a la familia ya merece la pena ver el film.
Pero además de ellos también habrá que valorar el buen tono narrativo, que no decae en todo el metraje, así como la en estos tiempos arriesgada apuesta de filmar casi toda la película en blanco y negro, salvo algunos planos en color, que curiosamente se corresponden con sesiones de cine y representaciones de teatro a las que asiste la familia protagonista, quizá preanunciando la futura vocación del pequeño Ken, aquí con los rasgos y los dientes todavía divertidamente desordenados de su libérrimo “alter ego” el pequeño Buddy. Es cierto, pero sinceramente lo preferimos, que el conflicto de fondo entre las dos comunidades religiosas y políticas del Ulster queda como paisaje, no entrándose en ningún momento a fondo en ese grave asunto que emponzoñó (queremos creer que el tiempo verbal es el correcto...) la vida de Irlanda del Norte durante décadas, con una guerra civil larvada en la que al final, como siempre ocurre en toda conflagración bélica, abierta o no, las únicas víctimas son la gente de a pie, de uno y otro bando, y los que se van de rositas son los que azuzaron a los supuestamente suyos (como si un ser humano pudiera poseer a otros...) para despedazarse entre sí.
Film hermoso y con un punto de tristeza por cómo un país en paz y armonía llegó a convertirse en zona de guerra, busca sin embargo finalmente llevar un mensaje de esperanza: tras tanto tiempo en conflicto, el Belfast actual, que Branagh rueda en bellos planos aéreos, en panorámicas espléndidas, nos presenta una ciudad que ha vuelto a (con)vivir en paz, queriendo dejar atrás los peores fantasmas, los más horribles demonios que se enseñorearon de ella durante demasiado tiempo.
(14-11-2021)
98'