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Aunque en el anime llamémosle de corte intelectual (por diferenciarlo del netamente infantil) la referencia sea, evidentemente, Studio Ghibli, con una larga y fecunda filmografía generalmente comandada (aunque no solo) por Hayao Miyazaki, otras productoras niponas también han hecho o están haciendo productos notables y a veces incluso excelentes. Es el caso de Studio Chizu, que desde la segunda década de este siglo XXI viene aportando valiosos títulos dentro del género de animación japonés, tales como Los niños lobo (2012) y Mirai, mi hermana pequeña (2018). Chizu fue fundada por Mamoru Hosoda (Kamiichi, 1967), uno de los más interesantes cineastas nipones dentro del anime, que empezó dirigiendo episodios de Doraemon y terminó creando su propia productora para poder tener las manos libres a la hora de poner en imágenes nuevas historias, aunque a veces sea (re)creando historias antiguas, como es el caso, en esta libérrima versión del clásico La bella y la bestia, de larga tradición tanto oral como, posteriormente, literaria: según parece, su origen podría estar en un texto de Apuleyo, en el siglo II d.C., aunque por primera vez se publicó en la forma en la que es conocida en la actualidad en 1740, escrita por Gabrielle-Suzanne de Villeneuve, siendo sin embargo la versión de alguna manera canónica la escrita unos años después por Jeanne-Marie Leprince de Beaumont. El mito de la bella y la bestia es uno de los más versionados, y de forma más libre, por el audiovisual, desde La belle et la bête (1946), de Cocteau, a la popularísima La bella y la bestia (1991), el célebre “cartoon” de Walt Disney Pictures, entre otras muchas adaptaciones.

Belle se ambienta en nuestro tiempo, en Japón, aunque como es habitual en el anime, los personajes tengan rasgos occidentales; conocemos de entrada la aplicación “U”, lo último en redes sociales, una especie de universo paralelo en el que cada persona tiene un “as”, un avatar, construido por la máquina a partir de sus datos biométricos, y donde se puede vivir una segunda vida (sí, recuerda poderosamente aquella Second Life que hace años parecía se iba a comer el mundo, pero se quedó en nada...). Conocemos entonces a Suzu, una adolescente como de 17 años, con problemas depresivos desde que, siendo niña, perdió a su madre al arriesgar esta su vida para salvar a un crío en peligro. Desde entonces, Suzu vive amargada, entre un padre que no sabe cómo acercarse a ella y unos compañeros de instituto entre los que tiene algunos amigos, como Shinobu, del que está secretamente enamorada, quien desde pequeño se constituyó en una especie de protector de la niña. Suzu, a la que su madre enseñó a cantar con una voz melodiosa, desde la muerte de su progenitora ha perdido esa facultad. Sin embargo, cuando se introduce en “U”, su “as” o avatar, Bell, será capaz de cantar con una preciosa voz que enseguida la hace popularísima dentro de la aplicación, contándose sus seguidores por millones, todos deseosos de asistir, dentro del programa informático, al siguiente concierto de la que entonces ya es conocida como Belle. Pero uno de esos conciertos es interrumpido por una forma bestial, una especie de lobo gigantesco, al que llaman Dragón, en el que Belle, sin embargo, aprecia una tristeza absoluta que le hace intentar acercarse a él...

Lo bueno de los mitos es que son reinterpretables de una forma prácticamente ilimitada, de tal manera que los grandes artistas pueden extraer de ellos estimulantes variaciones que aporten nuevas perspectivas a las historias originales. Es el caso: Hosoda hace una La bella y la bestia que es, y no es, al mismo tiempo, la primitiva creada por Villeneuve y Beaumont. Su inmersión en un universo paralelo, de alguna forma ese “metaverso” al que parece que estamos abocados sin remedio, resulta brillantísima, un mundo fantástico donde todo es posible, donde lucimos nuestra mejor versión, optimizada por un programa que idealiza los cuerpos y, de alguna manera, también las almas. Pero el mito en manos de Hosoda sirve también para otras cosas: por ejemplo, para cuestionar las redes sociales, ese invento del siglo XXI que podrían ser una maravilla pero que, con tanta frecuencia, es la hez de la Tierra, donde confluye lo peor del ser humano: odio, rencor, violencia, brutalidad, dentro de un galimatías frecuentemente ininteligible que reproduce a su escala los vicios y defectos del Anthropos, del Hombre como especie. Pero también le permite al autor nipón una mirada en forma de denuncia sobre el maltrato doméstico, con un padre tonante que canalizará hacia sus hijos sus propias frustraciones en forma de agresividad, una agresividad generada por un temperamento visceral y sanguíneo.

No serán los únicos temas: aparece uno de los más recurrentes dentro del anime intelectual, el del trauma infantil por la dolorosa pérdida de uno de los progenitores, o de los dos, un trauma para el que la única receta posible incluirá ingredientes tales como amor, paciencia, tiempo. También las relaciones afectivas entre adolescentes, en esa época movediza en la que todo está por descubrir, en la que todo está por hacer.

Gran película esta Belle, en todos los términos: visualmente, temáticamente, conceptualmente. Es cierto que para los espectadores occidentales pueden resultar un punto histriónicas algunas de las reacciones aparentemente exageradas de los personajes, pero debe entenderse que la escuela actoral nipona (también, claro está, la que está interpretada por figuras realizadas con lápices y pinceles) es así, un tanto sobreactuada, recordando de alguna forma aquella vieja manera de interpretar de los actores y actrices del cine mudo. Pero, claro está, es un prejuicio occidental, y debe entenderse que esta es una peli japonesa hecha por japoneses, y en primera instancia para su propio público.

Por cierto que la traducción literal del título original japonés hubiera sido ciertamente también muy apropiada: “El dragón y la princesa pecosa”, además muy en la línea poética de los títulos más característicos del anime adulto.

(30-03-2022)


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122'

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Belle - by , Jul 22, 2022
4 / 5 stars
El dragón y la princesa pecosa