Pelicula:

Aunque Studio Ghibli es la referencia por excelencia del anime japonés, lo cierto es que hay otros estudios nipones también relevantes e interesantes que están haciendo buenas animaciones. Hace poco vimos, de Studio Ponoc, la notable Mary y la flor de la bruja (2017), y ahora nos llega, de Studio Chizu, esta también interesante Mirai, mi hermana pequeña. La dirige Mamoru Hosoda, experimentado cineasta iniciado, como casi todos sus pares, en tareas de humilde animador, para, a partir de principios de siglo, comenzar a dirigir animes, en los que se fogueó en la serie Digimon, que le permitió desarrollar la soltura, la capacidad narrativa, la amenidad, que demuestra en este su séptimo largometraje.

Al hogar de Kun, un niño como de cuatro años, llega un nuevo miembro de la familia: su madre ha dado a luz a la pequeña Mirai. Kun, que hasta entonces ha sido el centro de la atención familiar, se siente desplazado por el bebé y comienza con conductas agresivas hacia la niña pequeña y también contra sus padres. Pero, inopinadamente, en su mundo de fantasía empiezan a irrumpir personajes que van a ir cincelando una nueva perspectiva del niño con respecto a su pequeña hermana...

Tiene Mirai, mi hermana pequeña un cierto parecido argumental con la película La guerra de papá (1977), de Antonio Mercero, a su vez adaptación al cine de la novela El príncipe destronado, de Miguel Delibes, en el sentido de que plantea un hogar en el que la llegada de un nuevo miembro desplaza la atención familiar hacia él, produciendo celos en el hasta entonces centro y eje del clan. Pero es evidente que las diferencias son grandes, sobre todo porque Hosoda plantea su historia como un aprendizaje del niño a través de su prodigioso mundo fantástico interior, que se irá nutriendo de sus seres queridos (padre, madre, hermana, bisabuelo, perro), transformados para la ocasión: el perro toma forma humana, en un proceso de antropomorfización, su hermana se le aparecerá como una niña ya casi adolescente, tomando entonces transitoriamente el rol de hermana mayor que en realidad le corresponde a él, etcétera.

A través de esas secuencias inmersas en prodigiosas fantasías, el hijo único, caprichoso, enmadrado y malcriado irá entendiendo su papel en la familia, también su papel en el mundo, de una forma amena, didáctica sin caer en el tono colegial, apoyándose antes en la aventura, el suspense o la acción que en aburridas muletillas estudiantiles. Estamos entonces ante un canto a la familia como tronco común, pasado, presente y futuro, con sus eventos, sus alegrías y sus tristezas, también sus a veces inevitables a fuer de necesarias mentiras. Así, los raptos de fantasía se convierten en procesos de comprensión de la vida, de los adultos, de los roles de los padres, madres y hermanos, ayudan a centrar al niño caprichoso, a hacerlo mayor, a madurar dentro de la infancia.

Hay otros temas, aunque ese sea el central: la igualdad de hombre y mujer en las tareas del hogar y del cuidado de los hijos, la forma en la que estos hacen mejores a sus padres, el trabajo de la mujer fuera de casa, con toda naturalidad, pero a la vez la importancia de preservar las viejas tradiciones, como el rito milenario de las muñecas, que permite al director ofrecernos una intrigante escena de suspense. Hay también, por supuesto, un retrato de los padres sufridores, aquí especialmente sufridores, tan extremosos como suele suceder en el anime japonés, donde todo es muy sentido, con esos rostros desencajados y perlados de sudor y esas expresiones verbales al límite. En ese sentido, las fantasías abstraerán a Kun de sus raptos de niño hijoputa, moldeándolo como el ser sensible que debería ser, protector de su hermana pequeña, emisor y receptor a la vez del amor familiar.

Formalmente, Mirai, mi hermana pequeña se caracteriza por el predominio en el dibujo de las líneas rectas, quizá por desarrollarse en el hogar de un arquitecto. En los personajes se puede hablar de un “trazo Heidi”, con rostros redondeados en los niños, parecidos al de la niña de la famosa serie, y más afilados en los adultos; por supuesto, se mantienen los rasgos de seres humanos occidentales, no nipones, como es la tónica del anime. El dibujo es antropomórfico pero sin exagerar, más fantasioso, por ejemplo, que el habitual en Studio Ghibli, que busca más el parecido, incluso en el movimiento, con el ser humano.

Tiene el film algunos momentos realmente mágicos, como la inesperada nevada, esa primera vez que el niño asiste al inicio de la caída de los copos de nieve, inasibles como la vida. También es muy hermosa la escena en la que un banco de peces de colores atraviesa nadando, contra toda lógica, el jardín familiar, en un rapto de fantasía ilimitado, tan imaginativa como la escena en la que Kun viaja en sus amados trenes y llega a algo parecido a un infierno en el que deberá luchar para proteger lo que más quiere, aunque él no lo sepa todavía.

Mirai, mi hermana pequeña confirma la vigencia del anime para adultos, el que trata graves asuntos cuya auténtica enjundia se le escapa a los más pequeños. Lejos de la actual preponderancia del dibujo digital, en el anime se mantiene, afortunadamente, el dibujo tradicional, más laborioso, sin duda, pero finalmente más estimulante cuando, como en este caso, se trata de elaborar un prodigioso mundo de fantasía, el mundo de fantasía creado por ese príncipe destronado que es todo niño desplazado en la atención familiar por un nuevo miembro que, ¡ay!, lo acapara todo.


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98'

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Mirai, mi hermana pequeña - by , Mar 17, 2019
3 / 5 stars
El príncipe destronado