Rian Johnson, antes de ser el exitoso director de Star Wars. Episodio VIII: Los últimos Jedi (2017), hizo algunos films de presupuestos mucho más modestos. Sin ir más lejos, este Brick se rodó con un presupuesto inferior a 500.000 dólares, mientras que el del capítulo de la franquicia creada por George Lucas excedió con mucho de los 200 millones de dólares. Posteriormente Johnson dirigió (además de varios capítulos de la prestigiosa serie Breaking bad) dos films de creciente interés, Los hermanos Bloom (2008) y, sobre todo, Looper (2012), curiosísimo entreverado entre ciencia ficción y thriller, que le serviría de valiosa tarjeta de presentación para ser el encargado de continuar la serie lucasiana.
Brick, todo hay que decirlo, no brilla ni mucho menos a la altura de la estupenda Looper. Tiene interesantes ideas, pero ciertamente dista mucho de ser una buena película. Se ambienta en nuestro tiempo, en una localidad californiana, en el contexto de varios alumnos de un instituto; el protagonista, Brendan, recibe un mensaje de su exnovia, Laura, que le dice que está en problemas; el chico intentará ayudarla, con la ayuda de su amigo conocido como Cerebro, el típico pagafantas empollón; pero las cosas se empiezan a complicar con una tupida red de traficantes de droga y yonquis juveniles...
Se ha dicho de Brick (el título se refiere a un “ladrillo” de droga, que es el macguffin del film) que es un neo-noir, una película que busca reinventar las claves del cine negro, del film-noir clásico. No seré yo quien diga que no lo es, aunque es cierto que también tiene su parte de fantasía: no de otra forma parece que se puede denominar el universo drogueta, con tráfico a gran escala, yonquis tirados, matones de baja estofa... que pueblan la película; siendo un instituto donde todos cursan sus estudios (aunque aquí no se ve a nadie en clase ni, por supuesto, “hincar los codos”), se supone que sus edades deben estar en torno a los 17 ó, todo lo más, 18 años, lo que indica una precocidad en el crimen o en el vicio nada despreciable...
Licencias “artísticas” aparte, lo cierto es que Johnson demuestra pronto que tiene buena mano para narrar con estilo, en una película de cierta complejidad argumental, en un juego de inteligencias en las que el protagonista habrá de apañárselas para engañar a todos para intentar llegar hasta su ex, en lo que podría ser una versión libérrima del mito de Orfeo y Eurídice. Aunque a ratos tiene baches, Brick resulta una película entretenida y agradable que preanunciaba que su director podía dar mucho de sí, como así fue, efectivamente.
Curiosamente, los actores tienen todos bastantes más años de los personajes que representan; en vez de los 17 ó 18 años que se les supone, Joseph Gordon-Levitt (que por cierto estaría también en la citada Looper) tenía ya 24, y Lukas Haas (por cierto, grave error de casting: el inolvidable niño de Único testigo carece de lado oscuro, no te lo crees de perverso narco) ya había alcanzado los 29: lo que viene a ser unos estudiantes muy talluditos... Por cierto que ver a Haas como bragado capomafia narcotraficante viviendo en casa de su madre, que le hace pastelitos a su niño, resulta también chocante, sobre todo porque no se busca el efecto irónico. Eso sí, es un gustazo ver, en un pequeño papel, al gran Richard Roundtree, el memorable protagonista de la primitiva, icónica Shaft.
Con todo, Brick resulta ser un apreciable film de tono un tanto alucinado, que ponía el primer peldaño para un cineasta que puede dar muchas horas de buen cine, si el “mainstream” no lo absorbe y lo fagocita (esperemos que no....).
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