Pelicula:

Se ha dicho de esta Buenos vecinos que está impregnada de humor negro... No es por corregir, pero aquí no hay humor de ningún tipo ni color, ni negro ni blanco, ni marrón, ni siquiera verde... En todo caso, de este último, del verde, y solo en la línea argumental del imbécil que se grabó con una amante mientras hacían “guarreridas españolas”, como diría el llorado Chiquito de la Calzada, y al que no se le ocurre otra cosa que masturbarse con el vídeo en su casa y con la mujer en el cuarto de al lado. Eso sí sería humor verde, en su vertiente “tonto muy tonto”. Pero de humor negro nada: Buenos vecinos es un drama con todos sus avíos, un drama que termina en tragedia, como por lo demás se veía venir, porque otra cosa no, pero predecible sí que se puede decir que es esta por lo demás esforzada y bienintencionada película.

Islandia tiene una cinematografía de escasa entidad; su director más conocido es Baltasar Kormákur (Las marismas, Contraband), que ha tenido incluso su aventura americana. Recientemente vimos una muy interesante película islandesa, Corazón gigante (2015), precisamente producida por Kormákur. Esta Buenos vecinos, sin embargo, no llega ni de lejos a la calidad del citado film. Aunque ha sido jaleada, sin demasiado motivo, por algunos críticos, lo cierto es que es una película manifiestamente mejorable, sin por ello querer decir que carezca de méritos.

Reikiavik, la capital islandesa, en nuestros días. Agnes pilla al marido, Atli, masturbándose mientras ve un vídeo de él con una vieja amiga de ambos, Rakel. Lo echa de casa, lo que el memo no acepta de buen grado y comienza a acosar a su mujer, llegando a llevarse de la escuela en hora lectiva a su hija pequeña. Atli marcha a vivir temporalmente con sus padres, que perdieron al hijo mayor, Uggy, supuestamente suicidado, aunque nunca se ha encontrado su cuerpo. Los padres de Atli mantienen una pugna sorda con los vecinos de la casa adosada a la suya, porque la sombra del árbol de su jardín le quita sol al de los otros. Esa pugna va subiendo enteros, apostando cada pareja cada vez con más fuerza y brutalidad...

Pero lo cierto es que la doble historia que se nos cuenta, y que se quiere vinculada entre sí, en puridad no lo es, pues cada una va por su lado, por más que haya un nexo entre ambas, el hijo y marido carajote. Pero en la práctica cada historia es autónoma, pareciéndonos que Sigurdsson, el director (cuya puesta en escena es funcional, impersonal, algo vacua), ha optado por incluir la subtrama con las disputas de los esposos para llegar, a duras penas, a la hora y media estándar que se le supone a cualquier film comercial que se precie y que quiera tener una carrera medianamente decente. Pero esa línea argumental es la que resulta más floja, deslavazada, al albur del capricho de Atli, un tipo con serrín dentro del cráneo que no se da cuenta de que cada estúpido paso que da lo aleja un poco más de su mujer y de su hija, en una estrategia de acoso, desprecio y descalificación que, sin embargo, y contra toda lógica argumental, parece apuntar a un (falso) final feliz.

La otra línea, la de los vecinos haciéndose putaditas por un quítame allá esas pajas (la sombra de un árbol, por Dios...), resulta predecible: toda espiral de violencia, verbal y física, se sabe desde Griffith que terminará como el rosario de la aurora: es el caso, pero nada nuevo nos dice, ni se nos cuenta con el ritmo, la garra y la fuerza necesaria para que nos atrape, para que capte nuestra atención. Una irónica finta en el último plano enmienda algo este duelo agónico entre dos parejas de talluditos que se comportan como los adolescentes que hace décadas dejaron de ser.

Con sus defectos, que los tiene, Buenos vecinos no es una mala película; le falta tono muscular, es cierto, y le sobra gelidez, aunque eso se da por descontado: estamos en Islandia, no sé si me explico... Pero en conjunto presenta otra cara distinta de la paradisíaca sociedad islandesa, esa que casi duplica el PIB per capita de España y está situada en uno de los primeros puestos del índice de bienestar mundial, una mirada hacia una sociedad que parece tenerlo todo, pero que, como siempre ocurre con los seres humanos, es capaz de generar conflictos donde no los hay, de crear resentimientos por motivos fútiles, de actuar estúpidamente una y otra vez; y es que la imbecilidad, ¡ay!, no es patrimonio de los sureños: en el avanzado norte también la cultivan (y con qué fruición...).


Buenos vecinos - by , Aug 13, 2018
2 / 5 stars
Otra cara distinta