Tras su brillantísimo debú en el cine con American beauty, el director de teatro Sam Mendes se confirma como una de las más interesantes presencias cinematográficas de los últimos años, con este su segundo film, un evidente espécimen de cine negro, revisitado amplia, anchurosamente, por el talento de este cineasta de extraordinario parecido físico con el actor Chazz Palminteri.
Mendes presenta una historia ambientada en los Estados Unidos de los años treinta, cuando la delincuencia organizada en mafias traía en jaque a las fuerzas de seguridad. En este contexto, un gánster al servicio de un jefe mafioso de origen irlandés, al que quiere como el padre que no tuvo, habrá de tomar la determinación de matar al hijo de su mentor, cuando éste, un individuo caprichoso y sin escrúpulos, mata a parte de su familia; esa venganza habrá de realizarla al tiempo que cuida de (pero también es ayudado por) su hijo de doce años.
La película progresa vigorosamente, mejorando ostensiblemente por momentos, hasta alcanzar, en la última media hora, la altura de las obras maestras; todo en ese tiempo es magistral, desde la extraordinaria escena de la muerte de Paul Newman, puro Shakespeare, bellísima en su dolorosa concepción, hasta la ejecución (pues tal es, que no un asesinato) del felón que provocó toda la tragedia, resuelta con una excepcional imaginación visual y una encomiable economía de lenguaje, un dije cinematográfico de gran pureza, hasta las últimas y dramáticas escenas en la localidad de Perdición (con el que juega el título original), bañadas en una virginal luz blanca que simboliza la honestidad de este asesino decente y, sobre todo, la llegada a la adolescencia, el primer paso hacia la edad adulta, de un niño que, de otra forma, estaría obligado a seguir la misma existencia criminal de su padre.
Gran trabajo de Tom Hanks, como ya nos tiene acostumbrados, ahora en un papel mucho más ambiguo que sus buenos integrales, honesto en el fondo pero ciertamente un asesino en toda regla, al que no tiembla la mano al matar a sangre fría. Paul Newman está espléndido, como sólo lo puede estar alguien con su edad, su talento y sus tablas. Chapó también para Jude Law, aquí un ángel de la muerte, uno de los asesinos a sueldo más fascinantes del cine de los últimos tiempos. Total, una gozada, una de las mejores (si no la mejor) película de este año.
(12-09-2002)
117'