Michael Mann sigue confirmándose como lo que ya tiene demostrado ser, un clásico del cine norteamericano, y hace películas como las de hace cuarenta años, aunque, por supuesto, con las formas y temas actuales. Pero él no cae en efectismos ni en montajes ultrarrápidos, como ahora está tan de moda en los cineastas actuales en cuanto hay una escena de acción: Mann rueda como hay que hacerlo, no atropellando al espectador con un torrente de imágenes sino permitiéndole reconocer cada plano, cada escena, la secuencia toda.
Aquí además tiene un grave hándicap, y es hacer creíble un guión que, aunque original, no deja de ser con frecuencia inverosímil. Porque a estas alturas de la película es difícil de creer que un asesino a sueldo contrate durante toda una noche a un taxista con el secreto propósito de ejecutar sus crímenes, éste se entere a las primeras de cambio y se mantenga como rehén hasta casi acabar la madrugada, sin haber encontrado ninguna ocasión de haber huido (a pesar de tenerla: véase, por ejemplo, la escena en el club de jazz). Es un "tour de force" excesivo, que hace que se resienta la credibilidad de la trama, por lo demás tan intrigante como suele ocurrir en los thrillers mannianos (recuérdese, por ejemplo, la potente Heat). Pero es cierto que la historia funciona bien, sobre todo porque la puesta en escena de Mann es robusta, vigorosa, con un duelo constante entre el hombre medio de la calle, una persona honrada con un sueño que tal vez no llegue nunca a cumplir, pero que le sirve de ilusión y acicate para seguir viviendo, y el asesino a sueldo de turno, un tipo duro y cerrado, escéptico ante todo y para el que la vida humana vale lo que la cifra del cheque que recibirá por cobrarse esa pieza.
Finalmente, hermosamente, humanamente moral, ética, la película presenta la dicotomía entre bien y mal, sin taumaturgias ni historias extrañas, aunque también es un mecanismo de relojería (con las matizaciones negativas ya mencionadas) que funciona con una precisión encomiable, gracias al buen pulso narrativo de su director. Es cierto que Cruise resulta un villano poco creíble, acostumbrados como estamos a que sea el chico de la película, y que le falta mala leche para que te lo creas de asesino sin escrúpulos. También es verdad que Jamie Foxx resulta un taxista muy apropiado, un hombre meticuloso y honrado que se ve metido en un fregado que le supera, pero al que finalmente podrá hacer frente gracias al valor anónimo del ciudadano medio que es, un Juan Nadie del taxímetro que terminará mostrando una talla personal muy superior a la del malo del film, que acabará, como en la fábula que le cuenta antes de dar a conocer su verdadero rostro, como un muerto sentado en el metro.
(22-10-2004)
115'