La serie Miami Vice (en España retitulada Corrupción en Miami) fue uno de los grandes acontecimientos de la televisión de los años ochenta: propuso una revolución no sólo en la moda (por primera vez los detectives dejaban las astrosas gabardinas a lo Columbo para enfundarse en evanescentes trajes de marca, sustituyendo –y estableciendo la moda de—las camisas y las corbatas por carísimas camisetas de diseño y de colores –rosa, fucsia, pistacho-- hasta entonces poco frecuentados por los muy machos policías yanquis), sino también en los temas: se establecía ya como enemigo público número uno el contrabando de drogas, algo que hasta entonces era sólo relativamente frecuente en la televisión, y los escenarios dejaron de gotear incesantemente lluvia para presentarnos cuerpazos en traje de baño deambulando por calenturientas playas caribeñas.
Pero todo tiene su momento: aquella serie marcó un hito, es cierto, en la televisión, y cambió muchas cosas. Pero también es verdad que, veintitantos años después, su novedad está superada y poco nuevo podía, a estas alturas, aportar. Así ha sucedido en esta costeada revisitación cinematográfica, de la que se ha hecho cargo el siempre solvente Michael Mann, que tuvo mucho que ver con el éxito de la serie televisiva, de la que fue coguionista y productor ejecutivo.
Es cierto que la historia tiene su punto, con los dos archiconocidos detectives Crockett y Tubbs que han de infiltrarse en un cártel colombiano para descubrir al topo que provocó la muerte de un compañero. Pero también que esa misma historia, o su variante, la hemos visto ya hasta la saciedad en numerosos telefilmes de sobremesa. También es cierto que el “caché” que le da Michael Mann a su película (como siempre en este más que estiloso cineasta) es muy superior a cualquier producto televisivo, incluida la serie original.
Pero, hoy por hoy, todo no puede ser la mera fachada, sino que un producto como éste, costeado y tan elaborado, debe aportar algo más, alguna originalidad que la destaque de la idiocia generalizada del policiaco al uso. Y que no vengan ahora con que la pasada de la ley por el forro que hace al final el personaje de Sonny Crockett es el no va más de la modernidad: si eso fuera así, vaya modernidad…
Por supuesto que el acabado formal del filme es excelente: Michael Mann es uno de los cineastas con más estilo, como queda dicho, del cine USA actual, como ha demostrado en filmes como El último mohicano, Heat, El dilema o Collateral. Las escenas de acción son de las mejores que se han visto en los últimos tiempos, y eso es decir mucho, en una rama del cine que cada día se perfecciona más en su espectacularidad. Pero todo no es eso: a Corrupción en Miami se le pasó el arroz, y no hay vuelta atrás.
(27-09-2006)
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