Esta película está disponible en el catálogo de Netflix, Plataforma de Vídeo bajo Demanda (Vod).
Gorô Miyazaki es hijo del afamado Hayao Miyazaki, el genio que fundó (junto a otros maestros) Studio Ghibli, la productora más talentosa del anime japonés desde hace cuarenta años. Se puede decir sin faltar a la verdad que Gorô padeció, al menos en su juventud, lo que se conoce como el síndrome de Adele H. (por Adele Hugo, la hija del famoso Victor Hugo, abrumada existencialmente por el prestigio y la celebridad de su padre); se cuenta que el joven Gorô, cuando descubrió el talento de su progenitor a través de sus dibujos, se dio cuenta de que jamás sería capaz de igualarlo. Dedicado entonces profesionalmente al paisajismo, cuando tenía casi 40 años Gorô fue requerido por el productor en jefe de Ghibli, Toshio Suzuki, para realizar los guiones gráficos (los famosos “storyboards”) de Cuentos de Terramar (2006), la película que por aquel entonces preparaba la productora. A Suzuki le gustaron tanto los “storyboards” que encargó a Gorô la dirección de la película, contra el criterio de su padre, lo que provocó una serie controversia familiar entre ambos.
El caso es que, visto el resultado, se puede decir que la elección fue acertada, porque Cuentos de Terramar mantiene perfectamente el nivel de calidad de Ghibli, e incluso le insufla elementos poco habituales, como un tono muy adulto que la hace prácticamente inasequible al público infantil o incluso juvenil, a los que Ghibli generalmente no renunció, aunque es cierto que sus películas, generalmente, pueden ser mejor saboreadas por públicos adultos con buen nivel de formación.
La película se ambienta en un imaginario territorio de referentes icónicos medievales. En ese contexto, nos enteramos que ese reino, que vivía en armonía con la Naturaleza (un trasunto, quizá, de la dualidad del yin y el yang, tan caro a las sociedades orientales), empieza a sufrir desastres de todo tipo que parecen indicar que los hados han cambiado y se aproximan calamidades. Cuando el rey es asesinado por alguien desconocido, los acontecimientos se precipitan. Ya fuera de la capital, veremos al príncipe Arren, hijo del rey asesinado, vagando por el desierto. Lo atacan los lobos pero el archimago Gavilán lo salva. Ambos viajan juntos, aunque el chico parece agobiado por una pena sin consuelo. Llegan a una ciudad, donde Arren libera a una chica, Theru, que iba a ser esclavizada...
Tomando como base argumental un ciclo de novelas de la escritora Usula K. Le Guin, Gorô Miyazaki plantea una historia plagada de referencias cultistas. Así, el asesinato del padre por parte del hijo remite evidentemente a temas míticos como la muerte de Layo a manos de su hijo Edipo, en la famosa leyenda griega clásica, o, ya en la Historia, la de Julio César por su ahijado Bruto; pero no se queda ahí la cosa: la referencia implícita a mitos literarios como Jekyll y Hyde, bien y mal en una misma persona, es evidente, como también las calamidades que asuelan el reino, que remiten, conceptualmente, a las bíblicas plagas de Egipto; incluso cabría citar los ciclos artúricos en la espada que no puede desenvainar más que el Elegido, un claro trasunto de la mítica Excalibur.
Formalmente, la película presenta un dibujo antropomorfo, con un tono medievalista europeo y la calidad de dibujo habitual en Ghibli, Por su parte, los fondos son muy realistas, incluso detallistas, mientras que el dibujo de personajes es más suelto, más libre. También es de reseñar la interesante creatividad de Gorô en algunas imaginativas soluciones visuales, como una transformación a través de sombras, a la manera del teatro de sombras o las sombras chinescas.
La película es muy compleja temáticamente: entre los asuntos que plantea está el del miedo a la vida, al ser consciente la raza humana de que todos estamos condenados a morir; en esa misma línea estará el deseo inmoderado de conseguir la vida eterna, ese anhelo inmemorial de la Humanidad; también estará presente la pérdida progresiva de los elementos mágicos que han acompañado al ser humano desde el comienzo de los tiempos, una “desmagificación” que juega en contra de la Humanidad al reducirla paulatinamente a los aspectos puramente materialistas; en ese sentido cabría hablar de una mirada espiritualista, plasmada físicamente en los dragones que en un tiempo “fueron uno con el hombre”, en frase de uno de los personajes; otro de sus temas será la culpa, en este caso centrada en el protagonista, Arren, escindido en sus dos personalidades, que carga sobre sus hombros un horrible crimen parricida; por supuesto, mientras Arren no se perdone a sí mismo no podrá aspirar a que la comunidad lo haga, no podrá esperar su redención. Como se ve, no es precisamente un film dirigido a públicos infantiles, ni siquiera juveniles, convirtiéndose en una de las pelis más oscuras y sombrías del cine de Ghibli.
Para remate de los tomates, toda la parte final se torna aún más abstracta, más trascendente, más filosófica, en una compleja deriva ciertamente estimulante pero comercialmente más bien suicida. Película melancólica en la que la música acrecienta esa sensación, con cierto tono siniestro, tenebrista sin ser oscura, Cuentos de Terramar se convierte finalmente en una obra adusta pero en absoluto falta de interés, un “cartoon” muy adulto que incluso los mayores de edad, probablemente, no entenderán demasiado bien si no tienen la adecuada formación.
En un momento de la película, Theru, la coprotagonista, canta una bellísima canción llena de nostalgia, en la que glosa la figura de una majestuosa ave rapaz atravesada por la tristeza: habla del “halcón solitario en el cielo vacío”, hermosísima metáfora sobre el chico que no sabía cómo purgar su pena, el príncipe que estaba llamado a ser rey y se quedó existencialmente solo cuando le pudo la pulsión del odio, cuando le ganó el abismo del crimen.
(07-07-2020)
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