El más grande éxito de los años noventa del cine francés en su país, pero también en España, fue este Cyrano de Bergerac que, si hay que creer a los gabachos, sería la primera versión del clásico de Edmond de Rostand (la verdad es que existen otras pero son anglosajonas...). Jean-Paul Rappeneau, autor sin anteriores logros en su haber, se encaramó así a la cima del cine galo con una película cercana a la perfección, una adaptación barroca y espectacular de la vida y obra de este hombre genial, tan buen espadachín como ingenioso conversador, inspirado poeta y devoto enamorado.
Pero Cyrano tenía un defecto, o por decirlo de forma quevedesca, era un hombre a una nariz pegado. La mujer amada ama a otro a su vez, y el casi pluscuamperfecto se torna en la voz, el seso (pero no, ¡ay!, el sexo) y la elocuencia del insulso guapo, con la secreta esperanza de amar por persona interpuesta. Esta bella fábula de amor desesperado contó con un inspirado Gérard Depardieu como su mejor aliado.
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