Los primeros años de la década de los ochenta se caracterizaron en Polonia por el crecimiento de una fuerza política-sindical, Solidaridad, que dio lugar a tímidos intentos de democratización. Amordazada la libertad por el golpe de Estado interno del general Jaruzelski, Polonia se mantuvo durante varios años en una situación “bajo mínimos” en lo político, que sólo pudo ser remediada con la llamada al gobierno a los hombres de Walesa tras la práctica bancarrota del país.
En el contexto de principios de esos años ochenta, con la ley marcial decretada, Andrzej Wajda, el principal mentor cultural de las reformas democráticas, realiza en Francia Danton, una adaptación teatral que resultará ser un trasunto de la situación polaca. Describe Wajda en el filme los turbulentos años del Directorio que rigió desafortunadamente los destinos de la Francia de la Revolución, enfrentando a Danton, el héroe popular, con Robespierre; tal vez demasiado evidente en su transposición de una situación histórica a una actual, fue dirigida con buen pulso por el cineasta polaco, aunque con un metraje a todas luces excesivo.
Resulta curioso que, siendo un filme de época, su mensaje actualizado se sobreponga a las pelucas empolvadas; parecen Walesa y Jaruzelski con los rostros cubiertos con el polvo de arroz típico de finales del siglo XVIII. Títulos anteriores de Wajda ya lo revelaron como un director interesante, como en La tierra de la gran promesa, y a partir de El hombre de mármol, censurada en su país, comenzó su ofensiva liberalizadora del régimen comunista.
Danton la interpreta, muy vitalistamente, el siempre un punto excesivo Gerard Depardieu, junto a un grupo de poco conocidos actores polacos, más Patrice Chereau, que después alcanzó notoriedad, aparte de cómo actor, sobre todo como director de filmes como El hombre herido o La reina Margot.
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