Aunque Matteo Garrone comenzó a hacer cine en 1997, no sería hasta 2008 cuando alcanzó notoriedad internacional con Gomorra, adaptación de la novela homónima de Roberto Saviano que destapó las iras de la Camorra, la mafia napolitana. A ese éxito le siguieron después dos films que, aunque interesantes, no tuvieron tanta repercusión, Reality (2012), en la que hacía una sátira un tanto negra del fenómeno de los “reality-shows”, y El cuento de los cuentos (2015), fantástica inmersión en el universo mágico y feérico de las hadas, brujas y misterios medievales.
Parece que el tema que preocupa esencialmente a Garrone, al menos en las películas que nos han llegado de él, que son las citadas, es el de la condición humana, y de qué forma esa condición influye en el comportamiento, en los actos de los hombres y las mujeres. Lo cierto es que también este Dogman participa de esa constante.
Roma, barrio de la Magliana. En un ambiente de clase media baja, con irisaciones de lumpen y marginación, vive Marcello, peluquero canino que, además de sus trabajos con los perros que le confían, trapichea con coca. Simone es un tipo infecto de los alrededores, un boxeador retirado, una mala bestia que lo intimida y al que, por temor, le da cocaína aunque no se la pague. Pero el tal Simone ha pisado ya demasiados callos en la comunidad, que, “sotto voce”, se plantea la posibilidad de encargar a ciertos tipos que se lo carguen. Pero Marcello, a su pesar, se verá involucrado en un “golpe” que el tarado del exboxeador planea y al que se ve obligado a acceder para que ser agredido...
Dogman se basa libremente en un caso real de la crónica negra italiana, el conocido como “il delitto del Canaro”, un pobre infeliz que, allá por los años ochenta, mató salvajemente al tipo que le hacía la vida imposible y que incluso le traicionó para que “comiera” una pena de cárcel por un robo que no cometió. Sobre esa historia, que en Italia fue muy popular en la época, sobre todo por lo escabroso del asesinato, en la que hubo mutilaciones varias, el cine italiano ha rodado dos películas en el mismo año (que ya es casualidad...), esta y otra titulada Rabbia furiosa: Er canaro, dirigida por Sergio Stivaletti, film que no se ha estrenado en España.
El problema de Dogman quizá sea que su recorrido es corto: estamos ante la historia del infeliz abusado por un tipo abyecto, execrable, ese tipo de personas que, si su madre hubiera abortado, el mundo sería un poco más feliz. Entonces el recorrido se limita a la descripción de las sevicias que el felón inflige al pobre diablo para que este, finalmente, se arme de valor y haga lo que se prevé casi desde el principio. Bien es cierto que no estamos ante una tópica película “de venganza”, como las que cíclicamente produce el cine, hace cuarenta años con Bronson y Eastwood (este afortunadamente rescatado para el buen cine hace mucho), y después por diversos hipermusculados, de Steven Seagal a Chuck Norris, de Schwarzenegger a Van Damme, además de los más contemporáneos Jason Stathan y Vin Diesel. Este Marcello, peluquero de perros, nada tiene que ver, ni física ni siquiera conceptualmente con los sacos de estrógenos citados; Garrone inscribe su película más en una especie de neo-Neorrealismo (si se nos permite el palabro), una obra que habla de cosas corrientes y ordinarias, y cómo la irrupción de algo extraordinario, en forma de cabrón de dos patas, puede hundir la vida de cualquier tipo vulgar.
No es, entonces, un film de venganza sino que su tema es más bien los dilemas morales del protagonista, en el fondo un pobre hombre que, sin embargo, no delató al que sí le traicionó a él, pero cuya repulsa social por parte de sus amigos, de sus vecinos, y la continua violencia sobre él ejercida por el inicuo, empujaría a una decisión brutal, absolutamente ajena a este desgraciado que tuvo la mala suerte de cruzarse en el camino de un psicópata, de un elemento asocial, sin entrañas.
Cinematográficamente hablando, Dogman es correcta, sin alharacas, con un ritmo adecuado y buen pulso narrativo, sin subrayados. Garrone es, a qué dudarlo, uno de los cineastas a seguir en la Italia del siglo XXI, tan escasita de valores.
El protagonista, Marcello Fonte, hace toda una creación, si bien es cierto que su enclenque complexión hace ya medio personaje. Su interpretación le mereció el Premio al Mejor Actor en el Festival de Cannes, lo que son palabras mayores. Eso sí, lo que resulta curioso es que el film, entre los ocho premios Nastro d’Argento que consiguió, lograra el de Mejor Diseño de Vestuario: y es que la confección de los chándals que visten todos los personajes ciertamente debió de ser una labor la mar de dura y creativa...
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