Quizás, una de las novelas que más han atraído la atención de los realizadores cinematográficos ha sido El Quijote, de Miguel de Cervantes. A poco que manejemos una Historia del Cine, veremos que, con breves intervalos de tiempo, esta obra ha pasado a la pantalla varias veces según la han entendido las cinematografías de Dinamarca, Alemania, Rusia, España, etc.; y ello, sin contar la que en estos momentos realiza Orson Welles.
La versión que hoy nos ocupa fue rodada por Pabst en 1933. Antes de este año había realizado el alemán sus películas más importantes: Tres páginas de un diario, La calle sin alegría, Secretos de un alma, Cuatro de Infantería, La ópera de cuatro céntimos... Son en su mayoría films sociales que desarrollan los temas favoritos del realizador: desigualdad social, homosexualidad, impotencia, prostitución, etc.; elige y escribe argumentos basados en realidades vitales exentos de cualquier toque romántico. Si las circunstancias son condicionantes de las actitudes humanas, es probable que a Pabst le influyeran algunos motivos: la preocupación política en la que estaba sumida Alemania (la próxima llegada del nacionalsocialismo) y, en segundo lugar, las teorías de Freud que comenzaban a extenderse por Europa. Acaso, estos dos aspectos fomentaron la denuncia de las lacras sociales existentes y la elección de ciertas patologías hasta entonces prohibidas. Más allá del acierto en la selección de los argumentos, es evidente que todos ellos fueron dotados en su tratamiento del mas alto valor estético.
A la etapa mencionada sucede otra que está motivada por el exilio sufrido; ello conllevará una filmografía realizada en Hollywood y Francia que, en general, parece tener menos interés que su precedente.
El film intermedio entre ambas fases es Don Quijote. Pabst ha elegido una serie de capítulos de la novela original y ha intentado darles una unidad dentro de un estilo sobrio que se caracteriza por la sencillez en los decorados y la pulcritud en la fotografía. El complejo entramado narrativo y el sutil espíritu cervantino quizás se encuentren ausentes en la película, acuciado el guionista por la obligada capacidad de síntesis y la necesaria selección de aventuras para adecuarlo a un largometraje de duración normalizada; a cambio, el director se esmera en una singular puesta en escena de evidente belleza plástica donde las canciones operísticas puestas en boca de los personajes (en especial las interpretadas por el tenor ruso Chaliapin) le otorgan una originalidad que la hace ser diferente respecto a otras versiones de la novela; ello no es óbice para reconocer que la estructura y montaje de algunas de sus secuencias contribuyen a ciertos desequilibrios en el mantenimiento del ritmo más adecuado.
(Este comentario crítico se publicó con ocasión de la proyección de esta película en el Cineclub Universitario de Sevilla el 7de diciembre 1963).
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