CINE EN SALAS
Los hermanos Joel y Ethan Coen son una referencia en el cine norteamericano y, por ende, mundial, desde hace ahora cuatro décadas, cuando debutaron con la muy peculiar Sangre fácil. Su cine es muy ecléctico, siendo formalmente muy estiloso y en cuanto al fondo en general de corte liberal/progresista. Aunque era vox populi que ambos codirigían, formalmente el único que aparecía como tal en los créditos era Joel, hasta que a partir de Ladykillers (2004), el no especialmente afortunado remake de El quinteto de la muerte, de Alexander Mackendrick, Ethan también apareció ya como codirector. Hacia 2018 la pareja de hermanos decidieron separar sus destinos como directores, y ello hace que esta Dos chicas a la fuga sea el primer largometraje de ficción de Ethan en solitario. Las últimas noticias indican que Joen y Ethan volverán a rodar juntos en su próximo proyecto.
La película se ambienta en 1999, en Filadelfia, donde conocemos a un hispano, Santos, que espera en un bar de mala muerte abrazado a un maletín. Angustiado, le pide la cuenta al camarero y sale del tugurio, pero el dependiente le sigue y le asesina, apoderándose del maletín. Vemos entonces a una pareja de chicas lesbianas, Sukie y Jamie, que rompen porque la segunda es muy promiscua y la primera, que es agente de Policía, está harta y la echa de casa por ello. Jamie se entera que su amiga Marian se marcha a Tallahassee a ver a una anciana tía suya; Marian es también lesbiana, aunque en lo tocante al sexo es lo opuesto a ella, concibiéndolo solo en el seno de una relación sentimental, no puramente erótica; de hecho, hace años que no tiene sexo con nadie, tras su última ruptura de pareja. Esta pareja tan dispareja alquila un coche, en un sistema peculiar de los USA que permite hacerlo para ir a un destino en el que se entrega el vehículo a otra persona que lo alquilará allí; pero un malentendido hace que le den a las dos chicas el coche en el que se encuentra oculto el maletín de marras, y también otra sorpresa...
Lo cierto es que la película, estando dirigida solo por Ethan, podría aparentar estarlo por ambos, él y su hermano Coen, porque tiene toda la pinta de cualquiera de sus films, mayormente de los menos favorecidos... Porque, como tenemos escrito (y no descubrimos América), los Coen son, o eran (hasta que no se reúnan de nuevo para dirigir, la decisión de volver a trabajar juntos hay que ponerla en cuarentena...), unos directores de los que se podía decir que una de sus características era la de estar abonados al dicho popular español de “dar una de cal y otra de arena”. Así es: su filmografía está plagada de algunos títulos muy interesantes, y otros que, la verdad, se los podían haber ahorrado, aunque, eso sí, todos tienen formalmente un estilazo; pero no es lo mismo tener un estilazo y hacer un film atractivo, apreciable y rompedor, que tener un estilazo y hacer un muermo, una charlotada o una chorrada (que riman, aunque no era la intención...).
Pues aquí toca la charlotada, como si Joel y Ethan estuvieran todavía ambos a los mandos. Viendo el film, parece que hubiera alguna influencia de Todo a la vez en todas partes, la oscarizada película de los Daniels, mayormente en su desaforada fantasía (aunque sin multiverso...) y en su profusión de dildos, de consoladores, que aquí usan con un desparpajo notable, como también en aquella cinta de Daniel Kwan y Daniel Scheinert. Pero lo cierto es que la génesis de Dos chicas a la fuga (que en su origen se iba a llamar “Dos bolleras a la fuga”) data de 2007, así que no parece que estemos en esa estela, aunque sí es obvio que Ethan y sus coproductores habrán visto que había campo para hacer una marcianada como la de los Daniels.
Pero, como es sabido, parecidos mimbres (uy, casi escribo “miembros”...) jugados de diferente forma no dan el mismo resultado, y eso nos parece que ha ocurrido en este por lo demás estilosísimo film, en ese sentido muy coeniano. Porque de entrada lo que más tira de espaldas es la insufrible cháchara de la que hacen gala prácticamente todos los personajes, en especial las dos protas, Jamie y Marian, y sobre todo la primera, pero también la ex de Jamie, Sukie, una policía que habla por los codos, y no digamos los dos matones de poca monta que persiguen a las chicas, Flint y Arliss, una especie de Gordo y Flaco cuya disparidad (uno con tendencia a pegar a las primeras de cambio, el otro a conseguir la información mediante la persuasión y el buen rollo) es verdad que constituyen uno de los pocos puntos positivos del film; pero rajar, lo que se dice rajar, rajan tela...
Pero las andanzas de las dos chicas, en un viaje iniciático en la que una, la promiscua, dejará de serlo (bueno, más o menos, tampoco hay que exagerar...) cuando se enamore, y la otra, la mojigata, se soltará el pelo (bueno, también más o menos...), mezclado con la trama de persecución del dichoso maletín que, sin saberlo, portan en el coche alquilado, resulta muy artificiosa; por supuesto que todo el cine de los Coen es muy artificioso, pero lo interesante de ese cine (cuando “dan la de cal”, se entienden, no “la de arena”...) es que los elementos manejados confluyen armoniosamente para que el espectador disfrute de una peli que, por muy marciana que sea, resulta sumamente atractiva.
No es el caso: aquí hay mucha cháchara inane, mucho besuqueo de las chicas, muchos malandrines más torpes que un guardagujas, muchos giros de guion no precisamente afortunados, mucho llevar la trama por donde interesa aunque se sacrifique la coherencia, etcétera.
¿Es entonces Dos chicas a la fuga un film fallido? No diremos eso, porque tiene ráfagas simpáticas, agradables, como el hecho mismo de ambientarse fundamentalmente en un colectivo, el de lesbianas, poco frecuentado por el cine, y menos en un tono claramente de comedia. Por cierto que, en línea con la inteligente maniobra realizada por el movimiento LGTBI, que ha hecho suyas las denominaciones despectivas que los estigmatizaban, como ha ocurrido con el término “queer”, que en español podría ser “marica” o “maricón”, con lo que han desactivado su carácter ofensivo, aquí también se hace lo mismo, en esa misma línea, utilizándose el término “dyke”, en español “bollera” o “tortillera”, con un carácter reivindicativo, con lo que pierde su intencionalidad injuriosa.
Es cierto que el film tiene buen ritmo y que ello ayuda a que el público no se aburra mucho, pero una modulación en los diálogos (que tampoco es que parezcan de Shakespeare, vamos...) podría haber ayudado a que esta comedia disparatada hubiera tenido una mejor acogida. Es cierto también que se agradecen guiños como el de denunciar, en clave de chacota, a esos políticos ultraconservadores yanquis (bueno, en realidad de cualquier sitio, pero allí parecen especialmente puritanos) que venden beatería, santurronería, castidad, religión ultramontana, cuando después son los más rijosos del mundo.
En el apartado interpretativo, muy bien el dúo protagonista, en especial Margaret Qualley, la talentosa hija de Andie MacDowell, pero también la otra chica, la que hace de mosquita muerta, Geraldine Viswanathan. Pedro Pascal hace casi un cameo, pero muy curioso, y Matt Damon (uno de los actores coenianos por excelencia) borda su papel de senador facha que quiere recuperar a toda costa la reproducción en látex de sus partes pudendas, un dildo más viajado que el baúl de la Piquer...
(06-03-2024)
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