Dos hombres contra el Oeste

Blake Edwards, sin llegar a la altura de un Billy Wilder, fue uno de los más interesantes directores de comedia del Hollywood de los años sesenta. Como muchos otros en su tiempo, se inició como guionista en los años cuarenta, para pasar a dirigir sus historias ya en los cincuenta, fogueándose en series televisivas donde se curtió en el oficio. Ya en los sesenta hizo películas tan carismáticas como Desayuno con diamantes (1961), pero también comedias disparatadas y no por ello menos estimulantes como La pantera rosa (1963), La carrera del siglo (1965) y, sobre todo, la espléndida El guateque (1968). Es cierto que también consiguió un resonante éxito con su drama antialcohólico Días de vino y rosas (1962), pero parece evidente que se sentía más cómodo y estaba más dotado para las historias en clave de comedia.

Los años setenta, sin embargo, no fueron propicios para Edwards, que fue dando tumbos de una película a otra, sin encontrar su tono, llegando a repetir varias veces la fórmula ensayada con La pantera rosa, pero ya sin su gracia. Entre las películas que hizo en esa década en la que no dio una a derechas estuvo este western atípico, Dos hombres contra el Oeste, al parecer influenciado por el reciente éxito de Dos hombres y un destino (1969), la exitosa revisitación del género de George Roy Hill, con Paul Newman y Robert Redford. Pero nada hay en este film de Edwards de la gracia natural, de la historia fresca y próxima de la película de Roy Hill.

De hecho, Dos hombres contra el Oeste ni seguía las pautas del género ni tampoco era una comedia en sentido estricto. El resultado fue un tanto frustrante, al contar con buenos mimbres (competente realizador, autor también del guion, buenos actores, incluso un gran compositor como Jerry Goldsmith) pero no con una atractiva historia, la de dos "cowboys" de poca monta que deciden atracar un banco y resolver de esta forma tan poco ortodoxa sus vidas. Esta prefiguración de lo que con el tiempo se conocerá como la "cultura del pelotazo" está servida por el talento de actores tales como William Holden, Ryan O’Neal (entonces ya muy popular por su reciente éxito en Love Story) y Karl Malden, conformando todos ellos el mejor activo de una película claramente fuera de onda.