CINE EN PLATAFORMAS
ESTRENO EN MOVISTAR+
La influencia del popular dibujo que caracteriza a Studio Ghibli (no lo inventó, desde luego, al ser anterior a la creación de esta productora) es, a día de hoy, enorme. No solo por su evidente repercusión en prácticamente todo el anime que se hace en Japón (mayormente el que tiene una vocación no estrictamente infantil, aunque puedan verlo los niños), sino incluso por ramificaciones extramuros del mundo del audiovisual, como esa nueva tendencia, que se ha hecho viral, de, a través de la novedosa tecnología de la Inteligencia Artificial, transformar imágenes reales a otras que remiten directamente a ese que podríamos llamar “universo Ghibli”.
En cine también está teniendo, como decimos, una poderosa influencia, incluso trascendiendo sus fronteras naturales del país del Sol Naciente, como es el caso de este sin duda esforzado El artista del cristal, film rodado y producido en Pakistán, convirtiéndose en la primera película de dibujos animados de aquel gigante asiático (casi 250 millones de habitantes, cinco veces lo que España); a la llegada a buen puerto del proyecto no ha debido ser ajeno el hecho de que como coproductor del film aparece Manuel Cristóbal, que ha estado en la producción de películas de animación españolas tan interesantes como Arrugas y Buñuel en el laberinto de las tortugas. Vista la película, lo cierto es que parece no solo evidente, sino incluso obvio que el modelo que se ha usado, en términos estéticos, visuales, temáticos y dramáticos, es el canon establecido por Ghibli desde sus primeras películas producidas, hace ahora cuatro décadas.
La historia se ambienta en un país indeterminado, que podría ser Pakistán, o al menos estar inspirado en él. Se desarrolla en dos tiempos distintos, centrándose en la familia compuesta por Vincent Oliver y su padre Thomas, ambos artistas que hacen figuras de cristal. Los veremos en dos épocas, cuando Vincent es un adolescente y es el aprendiz del padre, y ya de adulto, cuando ya es un consumado artista que incluso ha superado artísticamente a su progenitor. A través de una serie de cartas, Vincent rememora su relación con Alliz, una chica adolescente, de su edad, y de los lazos sentimentales que forjaron a pesar de que ella era hija del jefe militar de la ciudad y él hijo de un hombre pacifista, todo ello en un contexto primero pre-bélico y después de guerra abierta total…
Es curioso, porque el director de la película, Usman Riaz (Karachi, 1990) es un artista pakistaní cuya formación no tiene que ver con el cine: su especialidad es la música acústica, fundamentalmente con la guitarra tradicional. Pero Riaz es también un artista de amplio espectro, y ello le llevó a rodar hace años un corto, The waves (2013), en el que ya aparecían dos aspectos que ahora resurgen en su largometraje, la sinrazón de la guerra y el arte (en aquel caso la música). Pero, ciertamente, siendo el empeño de este El artista del cristal más que elogiable, incluso admirable, por la dificultad para poner en pie un proyecto como este en un país de escasa tradición en el “cartoon”, la verdad es que el resultado, sin ser deleznable, tampoco se puede decir que sea para tirar cohetes…
Con un modelo de dibujo que, efectivamente, remite directamente al canon establecido por Studio Ghibli, también los fondos (muy detallistas, casi hiperrealistas) recuerdan el canon establecido por la famosa productora nipona. Es verdad que no tiene la calidad de dibujo de su modelo, pero el producto es resultón, en una película sensible y sutil, modesta, sin subrayados, lo que desde luego se le agradece.
Su tema esencial es la dificultad del amor (aunque sea prácticamente de corte platónico, como es el caso) en un contexto de guerra, sobre todo si los enamorados pertenecen a dos concepciones distintas frente a ese horrible fenómeno, aquí la hija de un militar que ha de dirigir las operaciones bélicas, y el hijo de un hombre pacifista y antibelicista acérrimo.
Nos parece interesante el recurso a la narrativa epistolar, recreando la historia de la relación adolescente de los protagonistas a partir de las cartas de ella, leídas, años después, por el personaje masculino central. El tema de la guerra, que figura en general como fondo y con cierta frecuencia también como tema central del film, remite inevitablemente al país productor, Pakistán, que como sabemos está en permanente estado de guerra fría con sus vecinos -y hermanos de etnia...-, la India, entre otras cuestiones por su disputa en torno al territorio de Cachemira; pero, en realidad, poco más parece haber, más allá de la historia, entre la amistad y el amor, entre el chico y la chica protagonistas, un poco Romeo y Julieta por la contraposición de sus familias...
Pero a la película le falta la finura, la elegancia, también la profundidad dramática de Ghibli, y también sus subtextos, esas segundas y sucesivas líneas temáticas tan típicas del estudio japonés, que le dan grosor e intensidad. La idea del artista del cristal, o del vidrio, es muy atractiva, sobre todo visualmente muy vistosa, pero eso hay que articularlo en una ficción que enganche, y aquí eso solo se consigue a ráfagas.
Las escenas de guerra están hechas buscando descaradamente la espectacularidad, con mucho color rojo, pero no están demasiado bien hechas, resultan con frecuencia un tanto confusas, como confuso es el final, un tanto inexplicable y etéreo, quizá porque no se sabía cómo terminar la película. Hay algunos elementos de la cultura musulmana, como ese geniecillo llamado “djinn”, que no está tampoco demasiado bien aprovechado, máxime cuando es un elemento genuino de su cultura y podría haber dado más juego.
Como en los animes japoneses, aquí también los personajes tienen aspecto plenamente occidentales, como de europeos o norteamericanos, aunque después sus nombres son del país originario del “cartoon”, en este caso Pakistán, así como los escenarios (bazares, etcétera) que se retratan como fondo. Extrañamente, siendo el director además de profesión compositor, la banda sonora (que firma junto al músico norteamericano Carmine DiFlorio) nos ha parecido bastante sosa, muy estandarizada y elemental (recordemos el famoso dicho: en casa del herrero, cuchara de palo…).
En resumidas cuentas, una película agradable de ver, pero ciertamente sin la altura de su evidente modelo, los animes de Studio Ghibli.
(17-07-2025)
98'