El cineasta neozelandés (Wellington, 1967), aunque criado en Australia, Andrew Dominik, debutó un tanto tardíamente (con 33 “tacos”) en la dirección cinematográfica, pero su debut con Chopper (2000), un percutante thriller carcelario, fue muy celebrado tanto en los países de Oceanía como en otros países angloparlantes, con numerosos premios. El cine de Hollywood lo fichó entonces para hacer la adaptación de la más famosa novela del escritor contemporáneo Ron Hansen. Esta El asesinato de Jesse James por el cobarde Robert Ford (2007) sufrió considerables controversias entre el director y uno de los productores, Brad Pitt, y el resto de productores, buscando los primeros un montaje más largo y contemplativo y los segundos uno más corto, expeditivo y de acción. Los primeros consiguieron imponer su tesis, lo que conllevó dos consecuencias: por una parte, el film fue un fracaso comercial, recaudando en todo el mundo apenas 15 millones de dólares cuando costó el doble; por otra, el tratamiento que Dominik y Pitt consiguieron imponer, desde un punto de vista artístico, es indudablemente mejor que el más sincopado que exigía el resto de los dueños de la película.
Se nos narra en el film la historia (ficcionalizada, por supuesto) de los tiempos en los que Robert Ford, un ferviente admirador de Jesse James, se unió a la menguada banda de este, diezmada tras el asalto a un tren. Robert profesaba una admiración sin límites hacia James, pero tanto el trato vejatorio de este como el acuerdo al que llegó con el gobernador del estado para lograr el indulto y una recompensa de 10.000 dólares, impulsó a Bob Ford a matar a traición a su jefe.
El film de Dominik es, ciertamente, un punto y aparte en los neowesterns realizados en el siglo XXI: es estilizado, preciosista, de hermosa fotografía, melancólico, expresando bellamente un fin de ciclo, el fin de un tipo de vida, la de los pistoleros del Far West, que llegaba a su término, cuando la civilización se irá imponiendo poco a poco en todos los Estados Unidos, incluido el mítico Lejano Oeste. Es, también y sobre todo, la mirada hacia el individuo que mató a Jesse James y con ello se convirtió también a su vez en un antimito, en el antihéroe que acabó con la vida de un personaje que gozaba de una (extraña, es cierto) popularidad, como por lo demás suele suceder con los delincuentes que ponen en jaque al Poder.
Dominik presenta la figura de Jesse James como nimbada de misterio, un personaje de extraña aureola, temido por todos, incluso por sus compinches, pintado aquí con un aura taumatúrgico, casi omnisciente. Pero por encima de la figura legendaria del pistolero, lo que interesa al guionista y director es su asesino, del que hace una especie de estudio del mediocre presuntuoso, del que se cree mejor de lo que en realidad es. Pero, en contra de lo que podría imaginarse, su mirada hacia Robert Ford no es menospreciativa, sino próxima, casi cómplice; se podría decir que estamos ante la reivindicación del don Nadie (así se refiere Bob Ford a sí mismo en un momento dado del film), la tragedia del hombre que no era nada y que cuando fue algo, lo sería para ser objeto de la crítica, del desprecio de todos, como el cobarde que asesinó el mito, la leyenda. Porque Bob Ford quería “ser” Jesse James, no ser “como” Jesse James. Matarlo era una forma de hacerlo, con independencia de las otras recompensas a obtener (el indulto y los 10.000 dólares), aunque finalmente no lo consiguió, sino ser execrado por la sociedad. Retrato del gilipollas del que todos se ríen, la película está entonces más cerca de Robert Ford (a pesar del título del film) que del matarife Jesse James.
Es también interesante la creación por parte del director de varias escenas con un suspense tarantiniano, en el que la tensión, apenas perceptible, va creciendo en intensidad de forma muy lenta pero inexorable, incrementándose la angustia del personaje que sabe que va a morir, pero no sabe cuándo. También es notable la escena del asesinato de James, en torno a la que gira todo el film, en el que es llamativo el tono cuasi sacrificial de Jesse, como si se ofreciera (esa limpieza del cuadro polvoriento, ofreciendo ostensiblemente la espalda a quien sabe que está juramentado para matarlo) en un imaginario ara, tal vez harto de su vida delincuencial, de la falta de horizonte vital tras la desmembración de su banda y quedarse solo con dos tipos que sabe positivamente que le van a traicionar.
Ese determinismo, ese fatalismo de Jesse James, pero también del film, incluso del posterior asesinato de Bob Ford, es también otra de las interesantes bazas de una película ciertamente distinta, al margen de los senderos que ha recorrido el neowestern en este siglo XXI, en el que se ha reinventado gozosamente el género con aportaciones de todo tipo, de toda laya, de toda procedencia.
Es cierto que la película quizá sea demasiado larga, más de dos horas y media, extasiado su director ante la belleza de su obra, bellísimamente fotografiada por Roger Deakins, que sería nominado al Oscar por este impecable trabajo, y también por la música nostálgica, ominosa, llena de negros presagios, de Nick Cave y Warren Ellis
Buen trabajo interpretativo de Casey Affleck, en un personaje bombón que él borda, consiguiendo con este papel su primera nominación al Oscar (que terminaría ganando años más tarde por Manchester frente al mar); Brad Pitt hace un Jesse James imponente, casi milagroso en su penetración psicológica de los demás, en especial de su gente; entre los secundarios destacan los siempre estupendos Sam Shepard y Sam Rockwell, un lujazo.
(25-10-2019)
160'