Está visto que el filón de las novelas para adolescentes, en sus múltiples posibilidades (desde el romanticismo seudogótico y pasteloso de la serie Crepúsculo hasta la distopía deudora de 1984 y Un mundo feliz de la saga de Los juegos del hambre, pasando, entre otras, por batiturrillos como Divergente), sigue siendo un “must” para el cine USA, tan faltito de temas como deseoso de hacer caja, aunque sea con productos no especialmente interesantes, a los que además se les nota a la legua la inspiración (por decirlo con una palabra benévola).
En el caso de las novelas (y de su adaptación al cine, como es el caso) de James Dashner, iniciadas con esta primera adaptación también denominada El corredor del laberinto, parece claro que parte de una situación similar a la planteada en el filme de culto Cube, con un grupo de personas que aparecen en un lugar extraño, del que no pueden salir, y en el que habrán de superar pruebas que entrañan peligro físico, incluso de muerte. Es cierto que los escenarios son obviamente distintos: mientras que en Cube era un gigantesco armatoste de tamaño cúbico, como anunciaba el título, en este El corredor…, para no ser menos, el paisaje es precisamente un laberinto, en cuyo centro se encuentra la recua de adolescentes que han aparecido inopinadamente (a razón de uno por mes) en tan inhóspito lugar, con una amnesia casi total, y que se han organizado de forma civilizada… quizá demasiado, si recordamos referentes literarios tan potentes, y probablemente mucho más veraces, como El señor de las moscas. El laberinto abierto durante el día les permite explorarlo, mientras que por las noches las puertas se cierran y si hay alguno de ellos dentro… mejor se olvidan de él. El protagonista se muestra enseguida como un “verso suelto”, como un rebelde, alguien que cree que tras la puerta cerrada durante la noche en el laberinto quizá se esconda el motivo de su encierro en tan extraño lugar y todas las claves de su existencia anterior.
Pero ciertamente no estamos ante una historia exquisita. Una vez aclarado (más o menos) lo que ocurre realmente en este laberinto, lo cierto es que la explicación está tan pillada por los pelos que da grima: ¿parió la montaña un ratoncillo, aunque con ínfulas? Esperemos que las sucesivas entregas sean algo más estimulantes, porque en ésta las motivaciones parecen disparatadas, como si el autor de la novela, y los guionistas que aplicadamente han seguido las peripecias literarias, consideraran que cualquier cosa vale a la hora de justificar el enorme tinglado montado para mantener en tan peculiar cautividad a una panda de jovenzuelos. Eso sí, en un mundo con una tecnología que parece como de dentro de un siglo, al parecer se sigue viajando en helicópteros como los de ahora, qué delicioso vintage…
Argumentalmente elemental, planificada con escasa personalidad y a ratos incluso torpemente, El corredor del laberinto busca un público fácil que se contenta con las descargas de adrenalina propias de las luchas de los chicos con los monstruos (otra referencia, por no decir otro plagio: las bestias del laberinto son enteramente Ella la Araña, el memorable arácnido gigante de El Señor de los Anillos), aunque sean tan faltas de credibilidad como es habitual en este tipo de escenas de acción, en las que la verosimilitud es la primera (y generalmente la única, aparte de los malos…) víctima. Es cierto que Wes Ball, el director, que hace con este su primer largometraje de ficción, es un hombre fogueado en el departamento de arte, concretamente en la elaboración de gráficos, así que la capacidad de creación visual se le supone, aunque a lo mejor es mucho suponer…
El conjunto no termina de convencer, entre la inanidad argumental y la feble puesta en escena. Si además los actores no son precisamente la octava maravilla (salvo la siempre estupenda Patricia Clarkson, pero ella siempre está bien), el resultado no puede ser precisamente como para recomendar.
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