Michel Deville (Boulogne-Billancourt, 1931) es uno de los cineastas franceses que, siendo quizá del mismo rango en talento que sus coetáneos de la Nouvelle Vague, como Truffaut, Godard o Chabrol, sin embargo, nunca gozó de la fama y predicamento de estos. No obstante, su filmografía es pródiga en títulos interesantes, como Esta noche o nunca (1961), El trepa (1974), La lectora (1988) y Las confesiones del doctor Sachs (1999), entre otras. Su cine siempre es ecléctico y diverso, no se ciñe a temas o géneros, sino que su filmografía está plagada de búsqueda de distintos caminos expresivos y temáticos.
Este El dossier 51 es buena prueba de ello. Se trata de un film realizado enteramente desde la perspectiva de un anónimo servicio secreto francés, del que no sabemos nada más allá de que busca encontrar debilidades en la vida del diplomático Dominique Auphal (al que llaman “51”, por el número del dossier que se ha abierto sobre él en la investigación) para hacerlo colaborar, velis nolis, con ellos. Así, veremos fotografías y filmaciones de la vida cotidiana de 51 y su mujer (52 en la jerga del servicio secreto), que van informando sobre las costumbres del diplomático; sabremos así que su mujer le es periódicamente infiel con otro hombre, pero también se indagará sobre otros familiares buscando puntos oscuros o débiles en la vida de 51, así como en su pasado...
La película presenta una estructura, pues, muy arriesgada. No existe una historia al uso, una trama estándar, sino que lo que iremos conociendo de 51 y su entorno se nos narra a través de los mensajes que se envían entre los distintos departamentos del servicio secreto (en los que los interlocutores tienen nombres de dioses de la mitología romana: Júpiter, Marte, Minerva...), de las voces en off que explican las filmaciones de la vida cotidiana de los espiados, de los micrófonos escondidos, de las cámaras ocultas que los agentes infiltrados usan para hablar con los familiares, los amigos, las amantes, los antiguos conocidos de Auphal. Aunque pudiera parecer que un film de estas características puede resultar aburrido, lo cierto es que en su mayor parte no lo es; solo en el último tramo la narración se hace algo más pesada, quizá porque el novedoso tratamiento formal no puede mantenerse durante demasiado tiempo, dada su peculiaridad.
Formalmente esta arriesgada apuesta se vale de técnicas poco habituales, como la cámara subjetiva en las entrevistas de los agentes con los allegados del investigado, lo que permite una frescura casi documental a la película, priorizando con lógica la naturalidad a la perfección en el encuadre y en el movimiento de cámara, deliberadamente desaliñado.
En cuanto al contenido, es evidente que estamos ante una acerba crítica sobre la intromisión abusiva de los servicios secretos en la vida de los ciudadanos, y su absoluta falta de escrúpulos para conseguir sus objetivos, que en este caso es encontrar el punto débil del investigado (un ciudadano cualquiera, cuya profesión es diplomático, no espía) para usarlo en su propio beneficio.
Con alguna reminiscencia que recuerda a la magistral La conversación (1974), de Francis Ford Coppola, la película está curiosamente llena de elementos sexuales tratados aquí con una prosa burocrática, oficialista. Así, de una antigua novia de 51, a la que aborda un agente que la seduce, se dice “...el sujeto acepta la intromisión anal”, para explicar con un curioso eufemismo funcionarial que permitió ser sodomizada. También es llamativa la profusión de desnudos, tanto femeninos como masculinos. Aunque es cierto que en la época en la que se filmó la película, ya casi a finales de los setenta, los desnudos eran habituales, incluso casi obligados en cualquier película, aquí veremos en pantalla imágenes muy infrecuentes, como algunas fotografías de hombres desnudos y erectos, cuando se está calibrando cuál de los agentes del servicio secreto puede ser el ideal para una de las investigaciones que conllevan sexo.
Otra de las peculiaridades es el papel que se le otorga a uno de los personajes secundarios, la madre de 51, a la que se le dedica, acertadamente, buena parte del metraje, en el que nos contará los difíciles tiempos de la Ocupación nazi y su azarosa vida conyugal: nos encontraremos entonces con una mujer muy madura, muy libre; aquí Deville le da su sitio a la mujer en este personaje, que casi se apropia del protagonismo del film.
Film extraño pero estimulante, tanto por su denuncia como por la novedosa forma de plasmarla, se inscribe en un cierto tipo de cine de los años setenta que buscaba poner al descubierto las maniobras con frecuencia marrulleras de los gobiernos para perpetuarse en el poder, un cine en el que los franceses y los italianos se llevaron la palma en cuanto a cantidad y calidad. De esta forma, este funcionario, 51, del que se dice en un momento dado que era “un fanático de la dignidad”, verá su vida literalmente arruinada por los intereses espurios del gobierno de turno y sus secuaces de las cloacas.
(18-01-2021)
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